En un pequeño rincón del norte de Europa, una abuela ha revolucionado las redes sociales con una estrategia que parece salida de un libro de sabiduría popular. Lejos de ser un simple pasatiempo, su costumbre de pintar piedrecitas de rojo y colocarlas entre las plantas de fresa ha resultado ser una idea tan eficaz como respetuosa con la naturaleza. Y lo mejor: cualquiera puede ponerla en práctica.

La imagen que lo desencadenó todo muestra unas cuantas piedras redondeadas, pintadas de un rojo brillante, dispersas entre las matas de fresa de su jardín. A simple vista, parecería una actividad decorativa sin mayor trascendencia, una forma de entretenerse durante el verano. Pero la explicación que acompaña a la fotografía revela algo mucho más brillante: un método infalible para ahuyentar a los pájaros y proteger la cosecha sin recurrir a productos químicos.

La mujer explicó que le servían para que las aves perdieran el interés por las fresas al picar sobre las piedras y comprobar su dureza. © Facebook

Un truco casero que engaña a las aves

El secreto reside en el color. Las fresas, al madurar, adquieren un rojo intenso que atrae irresistiblemente a especies como el mirlo o el estornino. Son muchas las personas que, llegado el verano, ven cómo su esfuerzo durante meses se esfuma cuando estas aves comienzan a picotear los frutos antes siquiera de que estén completamente listos para la recolección.

Esta abuela lo ha solucionado con una idea tan antigua como eficaz: pintar piedras de un color rojo vivo y colocarlas en el huerto antes de que las fresas maduren. Las aves, confundidas, intentan picarlas y, al comprobar que no obtienen alimento, dejan de prestar atención a esos estímulos visuales. Cuando las fresas reales aparecen, ya han perdido el interés.

Eficaz, ecológico y al alcance de todos

El método no solo sorprende por su efectividad, sino por su respeto hacia el entorno. Sin redes que atrapen animales, sin dispositivos electrónicos invasivos, y sin ningún químico que altere el equilibrio del jardín, esta solución se presenta como una alternativa limpia y sostenible.

Además, es tan sencilla que cualquiera puede aplicarla: basta con unas cuantas piedras redondeadas, algo de pintura acrílica y una pizca de paciencia. El resultado es doblemente positivo: una cosecha a salvo de visitantes indeseados y un huerto adornado con un toque de creatividad que arranca sonrisas.

No es de extrañar que la historia haya corrido como la pólvora por redes sociales. En un mundo donde muchas veces se recurre a soluciones caras o contaminantes, esta abuela ha demostrado que el ingenio y la experiencia siguen siendo armas poderosas.

Sobre el autor