El recuerdo de Félix Rodríguez de la Fuente, considerado como uno de los divulgadores medioambientales más célebres de nuestro país, perdura intacto 42 años después de su muerte en un fatídico accidente en Alaska. El programa televisivo El hombre y la Tierra, que presentó el burgalés entre 1974 y 1980, le otorgó el reconocimiento y cariño de todos los españoles. 

La noticia de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente y otras dos personas de su equipo golpeaba a todo el país. Sucedía concretamente el 14 de marzo de 1980. 42 años después recuperamos varios extractos del prólogo a la enciclopedia de la caza en su memoria, publicado por la Editorial Vergara y editado en 1967, que su propia hija Odile compartió en Twitter hace ahora dos años como un «un canto a la vida de gran altura y profundidad». «Espero inspire a los cazadores y a los que tan fácilmente juzgan sin matices a los cazadores», añadió.

Prólogo de Félix Rodríguez de la Fuente a la enciclopedia de la caza

«Cuando un naturalista que dedica la vida al estudio y protección de la naturaleza toma la pluma para prologar una enciclopedia de caza, necesariamente ha de hacerse una pregunta. ¿Es justo que el zoólogo, el proteccionista, el amigo de los animales, abra las páginas de un libro que, de manera tan rigurosa como atractiva, describe las técnicas de la persecución, el acoso y la muerte de las criaturas salvajes?».

«El naturalista, con toda sinceridad, no tiene mas remedio que responderse a sí mismo afirmativamente: puede y debe introducir al lector en las artes venatorias. Primero, porqué él mismo llegó a conocer y a querer a los animales siguiendo las venturosas sendas del cazador. Y, sobre todo, porqué la caza, lo que los científicos llaman la predación, ha venido constituyendo el resorte supremo de la vida desde que ésta apareció sobre nuestro planeta. Porque el cazador, si mata siguiendo las rígidas e inmutables leyes que ha impuesto la naturaleza a la gran estirpe de los predatores, regula, con su acción, y dirige, al mismo tiempo, el complejísimo concierto de las especies: el equilibrio entre los vivos y los muertos».

«[…] Al hombre que escala penosamente una empinada ladera para ganarle la mano a las perdices; al que soporta el cierzo, calado hasta los huesos, en una espera a los patos; al que siente en las sienes la música monorrítmica de la sangre cuando un venado galopa hacia su puesto, rompiendo el monte; al hombre que, olvidado de su condición de artesano, de intelectual, de financiero o de político se sume de pronto en la eterna e inmutable tensión del cazador ante la presa; concretamente, al predator humano, querría yo exponer con toda objetividad y, también con toda la cordialidad, el porqué de su incontenible pasión hacia el arte venatorio. Y querría, también recordarle las reglas estrictas que, desde el principio de los tiempos, han venido respetando todos los cazadores, desde el tiburón al águila, desde la mantis religiosa al tigre. Reglas cuya transgresión transforma al predator en hediondo necrófago, al noble cazador en despreciable matarife».  

«[…] Por ello, compañero cazador que, olvidado de tu condición de artesano, de intelectual, de financiero o de político, te sumerges de pronto en la eterna y inmutable tensión del predator ante la presa, piensa que la naturaleza a impuesto reglas muy severas a cuantos nos hallamos en la cúpula de la pirámide de la Vida. No mates, caza. Porqué no es lo mismo matar que cazar. La persecución, el acoso y la muerte de la pieza, siempre han exigido del cazador esfuerzo físico y agudeza mental. Y en cuanto al ejercicio de la caza contribuya a desarrollar tus músculos y afinar tus sentidos, será para ti una actividad noble y deportiva, regida por la eterna ética biológica. Una sola pieza que te exija una tarde entera de persecución, una penosa espera desafiando al cierzo o un laborioso cálculo de estrategia cinegética, representara más alta conquista y mas provechosa dedicación que cien infelices animales derribados con comodidad y sin fatigas. Porqué no es la cantidad de capturas lo que forma y ennoblece al cazador, sino la calidad de las mismas».  

«[…] hemos visto que la especie-presa ha sabido adaptarse a la presión de la especie-predator. Y una de las conquistas más decisivas en la adaptación ha sido el aumento de su capacidad reproductora. Los conejos, las perdices, los patos salvajes, reponen fácilmente las bajas que los cazadores han causado en sus efectivos. Hoy podemos controlar perfectamente las poblaciones de estos animales e incluso las de venados, cabras montesas o jabalíes. Pero hay un buen número de especies ibéricas que, incapaces de soportar la agresión humana, porque nunca han militado entre los cazados, sino entre los cazadores, están al borde mismo del exterminio: son los linces, las grandes rapaces, los osos… En el fondo, estos nobles animales son tus camaradas, los que han venido haciendo, desde el principio de los tiempos, lo mismo que tu haces hoy, escopeta al brazo. Respeta a las criaturas protegidas por la ley, no contribuyas con tus disparos a precipitar la desaparición de una especie entera en la lista de los vivos. Porqué todas cuantas criaturas poblamos el planeta hemos salido de las manos del creador y dependemos de su eterna providencia. ¿ Va a ser precisamente el Homo Sapiens, el más favorecido por el Sumo Hacedor, quién se atreva a enmendar la plana de su Obra?»