Los vemos a diario en la prensa o en las redes sociales por su papel dentro del mundo de la caza. Pero también tienen un pasado…
25/4/2018 | Redacción JyS
Felipe Vegue
‘De sol a sol’
Grandes dosis de ilusión y afición me dotaban de una energía imparable. Desde el amanecer, hasta que las sombras impedían la caza, la cuadrilla recorría el cazadero en una alarde de fuerza y entusiasmo. Aquel día recuerdo cómo el setter, maestro hasta entonces, encontró una alumna brillante en la pequeña braca, llegada de Alemania. Hardy y Cara me acompañaron hasta su vejez y siempre me ofrecieron su compañía, el arma más poderosa que un hombre puede poseer.
Pedro Ampuero
Donde viven los rebecos
Mi primera cacería de alta montaña. Mi padre no me dejó acompañarle al Pirineo hasta que cumplí 11 años. Hoy seguimos volviendo a sus valles. Por suerte poco han cambiado desde entonces. Hemos crecido y parece que subir cuesta algo menos. Lo único que hemos hecho es mejorar mucho nuestros equipos, nuestra ropa, la mochila, el catalejo… pero aún utilizamos la misma arma.
Edu Pompa
El primer jabalí no se olvida
Camisa, pantalón y unas incómodas botas militares, la paralela de mi padre, balas Sauvestre, bota de vino… Tenía 14 años. «Hoy le hacemos novio». Era el centro de las bromas. Por los nervios fallé un jabalí a bocajarro. O eso creía. Tomás, el del puesto de más arriba, preguntó quién había tirado el primer cochinete. «Lo he fallado yo», respondí. «No, no has fallado, tenía un tiro en los jamones. Yo lo he rematado».
Michel Coya
Perdices por puestos
A la izquierda de la salida de Plasencia a Cáceres se alza la Solana, un cazadero libre en la época. El autobús nos dejaba en el polígono, frente al psiquiátrico. De allí, a cruzar la vía, saltar la alambrada y, en man, ganar altura. Conocíamos bien el bando de la cuerda, una treintena de perdices que se descolgaban desde lo más alto. Algunos días conseguíamos robarle alguna para venderla en los puestos de la plaza de abastos y así poder ir de montería.
Carlos Vignau
Amigos de por vida
Fue en el colegio donde conocí a quienes hoy forman mi grupo de caza. Rodrigo ha sido mi compañero desde los 13 años. Al salir de clase nos recogían para ir al campo. Jersey de lana, pantalón de pana, botas… y a esperar cochinos o patear cerros para tirar dos palomas. Era una vida diferente a la de los demás, pero era la que nos gustaba vivir.
Fernando Álvarez de Sotomayor
África por libre
Con mi primer sueldo decidí dar el salto para cazar en África por libre y de la manera más barata. Por distancia, los billetes más económicos te llevaban a Senegal, Mali o Gambia. Y allí me lancé. Facturé el rifle, obtuve la licencia de caza turística, alquilé un coche y pregunté en la única armería que había en la capital por las mejores zonas de caza. Siento añoranza de aquellos tiempos en que con un camping-gas, y comiendo lo que cazaba, sobrevivía un mes en plena sabana.
Ismael Tragacete
Tres años tardé en decidirme a competir
La foto es del primer campeonato provincial de caza menor con perro al que me presenté… y que gané. Tenías que costearte tu munición y la organización se quedaba la caza que abatías, y como entonces no teníamos muchos recursos para comprar cartuchos me costó tres años decidirme a participar. Menos mal que insistieron.
Lucía Rubio
No sin mi abuela
Las esperas cochineras junto a ella han sido una tradición casi sagrada verano tras verano desde que tengo memoria. De la rutina de aquellas tardes de julio poco ha cambiado, salvo mis atuendos camperos y las linternas que por aquel entonces utilizábamos: pesaban casi más que los rifles y solían alumbrar menos que una vela.
Juan Ignacio Contreras
Reportero y cazador
Corría el año 1977 y trabajaba como reportero en los servicios informativos de TVE. Por entonces, cada año organizábamos una cacería en un coto social de Villatobas que se filmaba en película y se emitía en los informativos en un programa llamado Diecinueve Provincias. En aquella época las perdices y liebres abundaban por los campos de España gracias a una gestión razonable, casi inexistente en los tiempos que vivimos.
Israel Hernández Tabernero
Aquí empezó todo
Está desgastada de tanto mirarla. Frente al maletero del Seat Panda, con pantalones vaqueros, jersey verde viejo y la paralela de mi padre colgada al hombro, casi rozando el suelo con la culata. Era una de mis primeras salidas ‘de verdad’ y, aunque todavía no disparaba, la magia de la caza y el monte me acababan de atrapar para siempre. Mi mirada, y la de mi hermano, lo decían todo. Podría decir que este día le dio rumbo a mi vida y sonaría petulante o pretencioso… pero es la realidad. Por cierto, envié esta misma foto a la revista Trofeo y no me la publicaron. Las vueltas que da la vida…
Alonso Álvarez de Toledo
Aún no había llegado la trofeitis
La fotografía corresponde a mi primer venado, cazado en berrea en la mancha Las Bigoteras de la finca El Casarejo de Piedrabuena. Lo cacé recechándolo solo –es decir, sin compañía la compañía de un guarda, que ahora suele ser lo común–, y eso fue lo que me hizo disfrutarlo aún más. Por aquellos años lo importante era el lance, quedando en segundo lugar la calidad del trofeo. No había empezado aún, y tardo años, la trofeítis que impera en la caza hoy día.
Jesús Caballero
Cazar en el pueblo, una ocupación festiva formal
La mía fue una infancia rural que manifestaba su plenitud en los veranos silvestres en las Lagunas de Ruidera, donde la caza y la pesca eran parte natural de las actividades diarias. Con una fotocopia de El arte de la cetrería, de Rodríguez de la Fuente, y mucha afición, inicié mi vida cinegética, con 16 años, desnidando una prima de azor que adiestré, y cacé al conejo durante años.
Ramón Garoz
El valor de la alta montaña
Se podía fumar en el avión y la óptica, armas y accesorios eran más rudimentarios. Hoy nos hemos vuelto más técnicos. A pesar de todo, la esencia de la caza en montaña sigue siendo la misma: tú, la montaña y el animal. Y eso no va a cambiar mientras la pasión por la aventura siga viva entre los nuevos cazadores.
José Ignacio Ñudi
A palomas aunque no comas
En esta foto, tomada por mi padre, estoy con mi hermano Esteban –derecha–. Fue mi primer año con permiso de armas. Ese día habíamos estado cazando perdices y, mientras comíamos, vimos que la dehesa de esta zona estaba llena de palomas. Nos fuimos a por ellas hasta agotar la munición. A palomas, aunque no comas. Ahí comprendí el significado del dicho.
Luis Fernando Villanueva
Mi primera montería
No tengo una sola duda: es mi primer recuerdo, no sólo cinegético, sino de mi infancia. Y lo sorprendente es que, aun con mi mala memoria, no se me olvida nada de lo ocurrido aquel día. Aquella foto con el hijo de un perrero y con el rayón ‘salvado’ de los perros me permite tener siempre presente lo importante que ha sido para mí criarme en una familia donde tanto se ha disfrutado y respetado la caza.
José Luis López-Schummer
En el tren y armados
Recuerdo aquel viaje a Andújar, interminable. Nadie controlaba las armas o la munición. Aprovechamos la luna llena de aquel lejano año para hacer esperas de cochinos con escopeta y bala, con faros de bicicleta, orejetas de aluminio y la solista pintada de tiza. Pasábamos el día tirando conejos o paseando sin más limitaciones que nuestra propia resistencia.