Este año hace diez ya de la partida de Miguel Delibes y 100 de su nacimiento, que se dice pronto. Para recordarlo me pidieron redactar unas líneas sobre una cuadrilla de la que nunca, por desgracia, formé parte. Me puse manos a la obra. Otra vaina que me inquietó era que qué dirían mis queridos Miguel y Juan, o Germán y Adolfo. 

Puesto el pie en el estribo, me dije: tengo los libros que escribió, así que a ver qué decía él. Eché mano de El libro de la Caza Menor, Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, Diario de un cazador, Con la escopeta al hombro, Las perdices del domingo y El último coto. Además, no sé de dónde, pero me llegó no hace mucho, por el correo de Internet, el prólogo que escribió Germán para la edición de las obras completas.

Con todo ese material, a ver qué sale. ¡Ah!, otra cosa. Hace ya algunos meses que no viene a la tertulia vespertina del hotel Alcántara Don Rubén García, con el que hemos pegado la hebra muchas veces hablando, sobre todo, de perros, escopetas, perdices y conejos. ¿Qué quién es? Un señor que frisa ya los noventa y muchos años, que se deja ver, no más, que paseando algunos días, del brazo de su señora, y que además es cuñado de Vicente Presa, con lo cual los delibesianos ya se van enterando.

Pues Don Rubén fue médico de Villamarciel, Velliza y San Miguel del Pino, allá en aquellos años en que nuestro autor amigo cazaba por aquellos pagos, amén de los otros cotos que aparecen en sus diarios cinegéticos. Más de dos veces Don Rubén coincidió con Delibes en las tiradas aquellas a patos en los humedales de Villamarciel.

Por cierto, una impertinencia: en mi ejemplar del Diario de un cazador, en el famoso prólogo, que tantas veces hemos citado, ya saben: «A mis amigos cazadores que, por descontado, no son gentecilla de poco más o menos (…)», dice, y debe ser una errata de edición, digo yo: «(…) Vicente Presa, a quien le gané la última comida en su feudo de Villamarciel –aquel perro le bajé yo, Vicente–». ¡Qué perro ni ocho cuartos! ¡Parro! ¡Pato! Delibes usa con frecuencia ese seudónimo de pato, y el copista puso perro. Por lo menos en mi ejemplar. Bueno, vamos a lo que estamos.

APERTURA-Miguel Delibes Setién con su cuadrilla antes de iniciarse una de las cacerías en Villanueva de Duero (Valladolid) (1964). ©Fundación Miguel Delibes
APERTURA-Miguel Delibes Setién con su cuadrilla antes de iniciarse una de las cacerías en Villanueva de Duero (Valladolid) (1964). ©Fundación Miguel Delibes

La cuadrilla del cazador

La cuadrilla en El libro de la Caza Menor. Manolo Grande, hermano menor del autor, Manolo Monsalve, o Manolo Chico, Antonio Merino y Miguel Delibes, la cuadrilla de cuatro; en otras ocasiones José María Vázquez de Prada, Santiago Monsalve y el susodicho Vicente Presa. De la cuadrilla dice Delibes: «La Cuadrilla del Cazador gusta de cazar a rabo, sudando la perdiz, ganándose el morral a patadas por el monte o por el páramo. Una cuadrilla se forma como las cascajeras del río: a base de años y de erosión (…). Tan es así que el día que falta un miembro es como cuando a un hombre le amputan un pie: la Cuadrilla cojea…».

En Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, años 71 y 72, las cosas ya iban cambiando. El 17 de octubre dice: «Hoy, fuera de mí, el mayor de la Cuadrilla no había cumplido 25 años». Juan Delibes entonces 15 años. El 14 de noviembre aparece Luis, el yerno, Germán –en la cama malo–, el primogénito Miguel, en Sedano, de modo que cazaron Manolo Grande, Juan y él.

En febrero dice: «La Cuadrilla es de tres o cuatro, seis en conjunto, aunque nunca nos reunimos todos». En el año 72 ya los miembros de la Cuadrilla que aparecen son, aparte Manolo Grande, los hijos: Miguel, Germán y Juan. Ese año vino a cazar en el Coto Petit (Cáceres) con Don José Manuel Guerra, oftalmólogo y gran tirador, padre de Chimbo Guerra, con el que cacé en una ocasión, antes de que se fuese ¡maldición! al Elíseo. Si yo tumbaba un pájaro, él tres o cuatro. ¡Cómo tiraba, el tío!

Cazando en familia

El 74 sería mejor olvidarlo, por aquello de Ángeles, pero en diciembre salió de nuevo al campo y ya aparece Adolfo colgándose la primera perdiz. La Cuadrilla entonces es ya netamente familiar, con apariciones esporádicas de unos u otros. En Las perdices del domingo habla de lo dicho anteriormente, de una cacería en Maqueda, ese pueblo de Toledo donde un cura hizo pasar hambre perruna al bueno de Lázaro de Tormes, y de todo lo habido y por haber.

Años 74, 75, 76, 77 y 78. En El último coto la pasión va declinando; no la pasión, sino los años; pero contaba con una estupenda cuadrilla de parientes e hijos: los dichos, Manolo Grande, Luis el yerno, y los hijos, Miguel, Germán, Juan y Adolfo. Años 86 al 91, y un coto nuevo, El Bibre, y otro nombre más que apuntar, Jesús María Reglero.

Miguel Delibes Setién junto a su hermano Manuel Delibes Setién, su hijo Miguel Delibes de Castro y Antonio Merino, entre otros, tras una jornada de caza en el Monte Morejón (Zamora) (1961).
Miguel Delibes Setién junto a su hermano Manuel Delibes Setién, su hijo Miguel Delibes de Castro y Antonio Merino, entre otros, tras una jornada de caza en el Monte Morejón (Zamora) (1961). ©Fundación Miguel Delibes.

Las dos cuadrillas de la vida de Miguel Delibes

Germán Delibes, en el prólogo a sus obras completas, escribe: «Se puede decir que Miguel Delibes ha formado parte, a lo largo de su vida de cazador, de sólo dos cuadrillas. La primera, a la que dedica Diario de un cazador, estaba constituida, además de por nuestro abuelo, por sus amigos Antonio Merino, Manolo Monsalve y Vicente Presa, con la incorporación ocasional del tío José y de Santiago Monsalve. Y en la segunda, la de los últimos 30 años, una cuadrilla estrictamente familiar, nos alineamos junto a él su hermano menor, el tío Manolo –Manolo Grande, en los escritos–, y sus hijos, con el añadido eventual de su yerno, Luis Silió, y en los últimos tiempos de sus nietos Germán y Jorge. En una familia como la nuestra, primitiva y cohesionada como un clan, no sólo la caza propiamente dicha sino toda la parafernalia que rodeaba la excursión dominical se convertía en una fiesta. El ritual comenzaba la víspera haciendo provisión de cartuchos y adquiriendo viandas y vino con los que sorprender gratamente a los demás en el almuerzo campero del día siguiente, y seguía ya el propio domingo de madrugada con la recogida bulliciosa de los perros en el taller que regentaba Manolo Grande. A continuación recalábamos en la trasera de El Norte de Castilla para hacernos con un periódico recién salido de la rotativa y aún por distribuir en los kioskos, comprábamos el pan –mi abuelo materno, panadero, se disgustaba porque preferíamos los lechuguinos de la competencia– y acabábamos poniendo orden en el estómago con un chocolate con churros».

Dicho, y escrito, lo cual, no quisiera acabar sin mencionar a un personaje al que en un principio creí de ficción y resultó real: Juan Gualberto El Barbas, que aunque no de la Cuadrilla sí que goza, con creces, de la simpatía que merecen todos los personajes de Delibes, reales o no, familiares o no. Y este año, diez ya de su partida, que se dice pronto. Lo recordaremos.

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