La naturaleza es independientemente enorme y ya estaba antes de que le sacaran fotos o alguien llegase para contarlo. Para situarse frente a una de las casetas donde hasta este fin de semana se celebraban ‘les càbiles’ (se permite cazar durante una semana, del tirón, a finales de este mes en el marjal de l’Albufera), hay que cruzar un inmenso charco de arrozales interrumpido por carreteras que en cada cruce ofrecen dos formas de seguir avanzando. Izquierda o derecha: no hay más.
28/01/2014 | El Mundo
Con Catarroja, Albal y Silla pegadas a un horizonte cambiante que se emborrona desde la ventanilla para no perder el rumbo, los caminos que llevan al ‘vedat’ (parcelas delimitadas donde los cazadores sitúan sus puestos) son una suerte de fórmula matemática en la que dos errores de dirección acaban por situar al curioso, al primerizo o al distraído ahí mismo:en el punto de partida.
No es usual la presencia de extraños en la zona. «Todo el personal que viene aquí abajo se conoce», explica Enrique Juan Sr., uno de los veteranos que acude todos los años a esta cita. «La ‘germanor’ es lo que une a los pueblos; la gente se visita de motor en motor y comen allí: preparan ‘all i pebre’ i ‘perols’, juegan al truc…», añade el hijo de Enrique, Enrique Juan Jr.
La mayoría, por su trabajo (dedicado a las labores del campo) o por su afición, frecuenta los lugares desde donde los cazadores aguardan larguísimas horas tras las empavesadas (parapetos hechos de caña donde se aposta el tirador) montadas en el margen de los caminos o dentro de los campos de arroz anegados tras la siega, antes de que se vacíen para preparar los cultivos para la siguiente temporada.
Esta tradición se mantiene desde hace un siglo, aunque antes todo era más nuevo, admiten los cazadores. Para la generación actual, las tardes son largas, como el cuello de las putas que salen en los cuadros de Modigliani, y las noches tienen su hambre.
«Los hombres viejos tiraban de otra manera. Esta caza es de disfrute. Lo último es matar la pieza, porque en ese momento termina todo. Hoy no se caza con reposo, hay demasiada prisa», reflexiona Enrique Juan Sr.
A pesar de que durante esta semana -hace décadas esta celebración se alargaba a los quince días-se levantan algunas restricciones (como, por ejemplo, las que tienen que ver con los horarios), los cazadores son conscientes de que los recursos naturales no dan más de sí y critican la ambición depredadora de algunos de sus compañeros. «Aquí hay normas y se tienen que cumplir. Hay gente que si no hubiera controles, si pudiera acabar con la especie, lo haría», aclara otro cazador en el marjal del término de Catarroja.
«Realmente, los verdaderos amantes de este medio son los cazadores, los agricultores… Ellos aportan la visión de la experiencia y de los consejos de los mayores hay que aprender; porque ellos saben cómo mantener limpio y sostenible un entorno como este. Lo han hecho toda la vida. Las subvenciones que se reciben deberían destinarse más a crear y proteger que a prohibir», tercia Enrique Juan Jr.
En las localidades de Silla, Cullera y Sollana se hace vedado. Se ofertan las plazas de tiro disponible y el funcionamiento es el mismo que el de cualquier subasta: se la queda el que más paga. Por uno de estos ‘vedats’ pueden llegar a pagarse hasta 42.000 euros.
Los cazadores aprovechan durante la semana de càbiles los motores o casuchas desocupadas la mayor parte del año para convertirlo en lo más parecido a un hogar. «Aquí lo que se quiere es estar en convivencia con los amigos y el entorno natural. Se aprovecha algún viaje para subir al pueblo y poco más. Esas son las sensaciones que se viven. La caza… para matar uno o dos patos, aquí se hacen más horas que en el trabajo», se resigna otro de los veteranos con las piezas recién capturadas colgando del brazo.
«En l’Albufera te avías tú. No hace mucho, con unas patatas, cebollas, aceite y arroz, hacías vida. Hoy eso ya no se puede, porque se tiene que traer todo de casa; el marjal está hecho una pena», concluye Enrique Juan.

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