El frío, cuando aprieta de verdad, puede convertir una salida al campo en un ejercicio de resistencia. Con las olas de bajas temperaturas que afectan cada invierno a buena parte del país, muchos aficionados ven cómo su jornada se complica si no toman medidas básicas para mantenerse calientes y evitar que el cuerpo empiece a enfriarse antes de tiempo.

Los veteranos del monte insisten en que no basta con abrigarse de cualquier manera. Preparar bien la jornada, elegir materiales adecuados y conocer algunos trucos sencillos marca la diferencia entre un día incómodo y una espera soportable. La teoría es conocida, pero son los pequeños gestos los que ayudan a aguantar cuando el termómetro cae en picado y el viento convierte cada parada en un desafío.

Entre los consejos más repetidos, muchos coinciden en extremar el cuidado de los pies. El contacto con el suelo helado roba calor con más rapidez de la que parece, y los descansos entre cada movimiento se hacen eternos si las extremidades empiezan a enfriarse. También la cabeza, que suele quedar expuesta al aire y al roce del viento, es una fuente continua de pérdida de calor si no se protege bien.

Aislar el cuerpo para resistir mejor

Uno de los trucos más extendidos consiste en utilizar un simple trozo de cartón como aislante bajo los pies. Colocarlo en el suelo, dentro del puesto o bajo la suela de las botas, bloquea en parte la entrada del frío que asciende desde la tierra helada. Incluso el calzado más robusto acaba cediendo cuando las temperaturas bajan varios grados bajo cero y el cuerpo permanece quieto durante largos periodos.

© Shutterstock

Quienes sufren especialmente en los pies recurren también a las rastrojeras, una solución tradicional que sigue demostrando su eficacia. Al ajustarlas sobre las botas, impiden que el aire helado se cuele por los bordes y mantiene un microclima algo más estable alrededor de la piel. Varios aficionados aseguran que esta capa adicional marca la diferencia en días de viento fuerte o humedad persistente.

© Israel Hernández

Otro recurso habitual son las bolsas de calor, pequeñas piezas rellenas de semillas o gel que conservan la temperatura durante un buen tramo de la jornada. Las versiones más pequeñas caben dentro de los guantes o los calcetines, mientras que las de mayor tamaño sirven para calentar la zona del pecho o la espalda. Su uso es sencillo y cada vez más frecuente entre quienes pasan muchas horas a la intemperie.

© Shutterstock

Alimentación y hábitos que ayudan

Además de la ropa y los accesorios, la alimentación influye en la capacidad del cuerpo para mantenerse estable. Aumentar la presencia de carbohidratos complejos —nueces, semillas, frutas, verduras o legumbres— ayuda a evitar picos de azúcar que desembocan en bajadas bruscas de energía. Incluir proteínas procedentes de carnes sin procesar también contribuye a un aporte más sostenido de calor interno durante la jornada.

Beber líquidos calientes a lo largo del día es otra medida simple con efectos visibles. El agua calentada previamente o un caldo casero cumplen una doble función: hidratan y elevan ligeramente la temperatura corporal desde dentro, algo especialmente útil cuando el frío se combina con largas esperas. Mantener una rutina de pequeños sorbos evita la deshidratación, que puede manifestarse incluso en invierno.

© Shutterstock

El conjunto de estos gestos, todos compatibles entre sí, refuerza la resistencia a las condiciones adversas y hace más llevaderas las jornadas invernales. Cada persona ajusta sus hábitos según su experiencia, pero las recomendaciones coinciden en un punto: prepararse bien es la mejor garantía para disfrutar del campo incluso en los días más fríos del año.

Síguenos en discover

Sobre el autor