Los conocimientos tradicionales del campo siguen sorprendiendo en pleno siglo XXI. Así lo demuestra un vídeo que se ha hecho viral en redes sociales, en el que un joven pide a un anciano que le enseñe cómo se utilizaba una trampa casera para proteger los huertos de los ratones. La explicación no solo revela el ingenio popular, sino también la importancia de la transmisión oral de estas prácticas.

En la grabación, publicada en TikTok por el usuario @cesar_777wason, se ve cómo el hombre toma entre sus manos un rudimentario artefacto de alambre y muestra paso a paso su funcionamiento. La curiosidad del joven y la paciencia del anciano permiten recuperar un fragmento de sabiduría rural que durante décadas se transmitió de padres a hijos.

Una moneda como resorte

La clave de la trampa estaba en el uso de una moneda de diez céntimos de peseta, conocida popularmente como «perra gorda». Este apodo se utilizaba desde finales del siglo XIX para referirse a la pieza acuñada en 1870, y que en muchos pueblos se convirtió en herramienta improvisada para ingenios domésticos.

El mecanismo era sencillo: el campesino colocaba la moneda sobre la entrada del agujero del ratón, sostenida por un alambre con doble gancho. Cuando el roedor regresaba a tapar la entrada, desplazaba la moneda y con ese movimiento el resorte se activaba, atrapándolo de inmediato. Una estrategia práctica, económica y fruto de la observación paciente del comportamiento animal.

El anciano, con tono pausado, explica en el vídeo cómo dejaba el artefacto listo para que, en cuanto el ratón volviera a su agujero, quedara cogido. Sus gestos revelan la destreza de quienes, con pocos medios, resolvían problemas cotidianos con una sorprendente creatividad.

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Un patrimonio cultural que se desvanece

Este tipo de trampas eran habituales en los huertos españoles durante buena parte del siglo XX, cuando la escasez obligaba a sacar partido de cualquier recurso. Hoy, además de su utilidad práctica, sirven como ejemplo de un patrimonio cultural inmaterial que refleja la dureza de la vida rural y la capacidad de las comunidades para enfrentarse a ella con imaginación. Sin embargo, este legado se encuentra cada vez más amenazado: la despoblación de los pueblos, el abandono de la agricultura familiar y la pérdida de contacto con el campo han hecho que muchos de estos conocimientos estén a punto de desaparecer.

La difusión digital de este tipo de vídeos está permitiendo que estas pequeñas lecciones de campo lleguen a nuevas generaciones, recordando que la tradición y la innovación pueden encontrarse en los lugares más inesperados. Pero no debemos olvidar que, si se pierde el vínculo directo con quienes atesoran esta sabiduría, desaparecerán también los gestos, expresiones y costumbres que dan sentido a estas prácticas. La transmisión oral, que durante siglos garantizó la continuidad de este conocimiento, apenas resiste ya en un mundo donde las antiguas formas de vida rural se desvanecen a gran velocidad.

En estos pequeños gestos se condensa también la identidad de muchos pueblos, donde la cultura no se aprendía en los libros, sino en la tierra, en el huerto y en la palabra de los mayores. La desaparición de estas prácticas supone, por tanto, mucho más que la pérdida de un truco ingenioso: significa borrar un modo de relacionarse con el entorno que durante generaciones definió la vida rural. Cada trampa, cada herramienta improvisada y cada saber transmitido forman parte de una memoria colectiva que se desvanece al mismo ritmo que el abandono de los campos.

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