El equilibrio entre agua y luz es vital para que los tomates crezcan correctamente. Sus estomas, diminutos poros en las hojas, regulan la transpiración y el intercambio de gases necesarios para la fotosíntesis. Sin embargo, cuando la sequía aprieta, la planta cierra esos poros para evitar perder agua, con el efecto colateral de reducir su capacidad de producir energía y dar frutos.

Un grupo de científicos españoles ha encontrado una forma de cambiar esa ecuación. Han desarrollado un espray vegetal que, aplicado sobre las hojas, activa los mecanismos de defensa de la planta de manera más eficiente que su propia respuesta natural. El hallazgo podría transformar el futuro de los cultivos en zonas áridas.

Una molécula que imita la respuesta natural de la planta

El proyecto ha sido llevado a cabo por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y la empresa biotecnológica GalChimia. El resultado es una molécula bautizada como iCB (cianobactina invertida), capaz de imitar y potenciar la acción del ácido abscísico (ABA), una hormona vegetal clave en la respuesta al estrés hídrico.

El ABA es el encargado de cerrar los estomas cuando falta agua. Sin embargo, el nuevo compuesto no sólo logra un cierre más eficiente, sino que permite que la planta mantenga su capacidad fotosintética y se recupere rápidamente al volver el riego. Los resultados, publicados en la revista Molecular Plant, demuestran que los tomates tratados con iCB siguieron creciendo incluso tras largos periodos sin agua.

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Cómo actúa el spray sobre los tomates

Cuando se aplica el espray, la molécula se une a los receptores del ABA y activa los mismos mecanismos de defensa que se pondrían en marcha de manera natural ante la sequía. De este modo, las plantas consiguen conservar agua sin frenar su desarrollo. Además, el iCB activa genes que favorecen la producción de compuestos como la prolina y la rafinosa, que estabilizan las células vegetales en condiciones extremas.

A diferencia de otras soluciones basadas en ingeniería genética, este método no modifica el ADN de las plantas, lo que permite su uso inmediato en la agricultura convencional. Según los investigadores, también se ha probado con trigo y vid, con resultados igualmente prometedores.

Una herramienta clave para el futuro agrícola

La patente del iCB ya está registrada y abre la puerta a su aplicación en explotaciones agrícolas donde el agua escasea. En un contexto marcado por la crisis climática y la disminución de los recursos hídricos, este tipo de soluciones pueden ser decisivas para mantener la productividad sin recurrir a cultivos transgénicos.

«Nuestra meta es ofrecer herramientas sostenibles que ayuden a los agricultores a adaptarse a un entorno cada vez más seco», explican desde el CSIC. Si los resultados de laboratorio se confirman en campo, el iCB podría convertirse en una revolución silenciosa para los tomates y otros cultivos mediterráneos.

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