En un vídeo publicado en la cuenta de TikTok @wildfrankdmax, Frank Cuesta mantiene una conversación con Miguel Molina, uno de los hombres que mejor conoció a Félix Rodríguez de la Fuente. Molina trabajó como cámara en El hombre y la Tierra desde 1975 hasta la muerte del naturalista en 1980, y fue testigo directo de cómo se rodaban aquellas imágenes que marcaron a varias generaciones.
El veterano operador recuerda cómo en muchas ocasiones los medios técnicos de la época obligaban a agudizar el ingenio. Y es que la serie no solo se convirtió en un referente por la espectacularidad de sus planos, sino también por la capacidad de su equipo para recrear escenas con recursos limitados, siempre al servicio de la divulgación de la naturaleza.
Los trucos detrás de las imágenes míticas
Molina relata en el vídeo que una de las escenas más recordadas, la del lince capturando una paloma, se consiguió gracias a un ingenioso sistema motorizado diseñado para que todo saliera a la perfección. «La paloma movía las alas pero estaba atada… Cousteau también lo hacía», explica mientras muestra el lugar donde trabajaban y el cuarto donde guardaban las cámaras.
Allí mismo, en plena naturaleza, mantenían a las rapaces con las que simulaban vuelos, siempre bajo la dirección de Félix. En una gran paridera en mitad del campo montaban una mesa en la que comían todos juntos antes de seguir rodando. Fue en ese mismo entorno donde se filmó otra de las imágenes icónicas: un águila real capturando a un cabrito.
La tensión con los pastores
El cámara también recuerda un incidente que puso a prueba la paciencia de los lugareños. Félix decidió soltar a un grupo de lobos jóvenes «para ver qué pasaba» ante la presencia de un rebaño de ovejas en la zona. La experiencia no salió como esperaban y varias de ellas resultaron heridas: «Las mordían y se iban…», reconoce. En ese momento tuvieron que improvisar una indemnización, rememora Molina, quien añade que de aquella situación surgió otra curiosa anécdota: Félix quería que el propio pastor gritase «¡que viene el lobo!», aunque no le convenció su interpretación.
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Una mirada privilegiada
Miguel Molina no solo formó parte de aquellas grabaciones históricas, sino que también acompañó a Félix en su último viaje a Alaska. Su testimonio, recogido ahora por Wild Frank, permite entender cómo la genialidad del naturalista se apoyaba en un grupo de profesionales capaces de materializar sus ideas, aun con medios precarios y muchas dificultades técnicas.
Más de cuatro décadas después, la magia de aquellas imágenes sigue viva, y este testimonio devuelve al espectador a los orígenes de la divulgación ambiental en España.
