Hace décadas que los arqueólogos se preguntan cómo y cuándo los primeros Homo sapiens se atrevieron a internarse en la Meseta ibérica, una región marcada por inviernos gélidos, veranos extremos y una orografía dura y pedregosa. Ahora, un hallazgo en Guadalajara arroja luz sobre uno de los episodios más tempranos de nuestra historia, obligando a reescribir lo que creíamos saber sobre la ocupación del interior peninsular. Los datos, publicados en la revista Quaternary Science Advances, sitúan a nuestros ancestros en el Abrigo de La Malia hace nada menos que 36.000 años.

Los investigadores, liderados por Edgar Téllez, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), han encontrado pruebas que demuestran que aquellos grupos no solo pasaron por la zona, sino que regresaron durante miles de años, convirtiendo aquel refugio rocoso en un enclave clave para su supervivencia. Y lo más revelador: eran auténticos cazadores expertos, capaces de adaptarse a un medio tan cambiante como la Sierra de Tamajón.

El refugio en la Sierra de Tamajón

El Abrigo de La Malia, enclavado en un paisaje kárstico de cuevas y abrigos naturales, ofrecía un resguardo perfecto contra el frío, la nieve y los vientos de la Meseta. Allí, las excavaciones han sacado a la luz restos de hogueras, herramientas líticas y, sobre todo, un amplio registro de huesos animales con marcas de corte y fracturas intencionales. Estas señales indican que los Homo sapiens descuartizaban las piezas, extraían la médula ósea y cocinaban la carne en el propio refugio.

Mapa y estratigrafía del yacimiento en Guadalajara. © Quaternary Science Advances

Los huesos pertenecen a ciervos, caballos salvajes, bisontes y rebecos, lo que revela que estos grupos humanos sabían explotar la diversidad de ecosistemas de la zona. Alternaban la caza en bosques, praderas y zonas montañosas, lo que les permitía asegurar su sustento incluso en los momentos más difíciles. «Los grupos humanos de la región, altamente conocedores de su entorno, fueron capaces de desarrollar estrategias de subsistencia eficaces, basadas principalmente en la caza y el procesamiento de ungulados medianos y grandes», subraya el estudio.

Las estancias en el abrigo no eran permanentes, pero sí recurrentes. Se trataba de campamentos temporales donde se procesaban los animales tras las cacerías, un patrón que se repitió durante unos 10.000 años. Esta continuidad sugiere un conocimiento profundo del territorio, transmitido de generación en generación.

Un mundo hostil y cambiante

El periodo en que se ocupó La Malia coincide con una fase crítica de la historia climática: el final del Pleistoceno, caracterizado por bruscas transiciones entre épocas frías y templadas. La Meseta se convertía en un entorno impredecible, donde la supervivencia dependía de la capacidad de adaptación. Sin embargo, lejos de rehuir este territorio, los Homo sapiens lo incorporaron a sus rutas, demostrando una sorprendente resistencia.

© Quaternary Science Advances

Los restos óseos documentan esa estrategia de supervivencia. Las fracturas en los huesos largos de los animales revelan la importancia de la médula como fuente de energía en los meses más duros. Además, la variedad de especies cazadas indica una flexibilidad notable para aprovechar cualquier recurso disponible. La capacidad de organizar cacerías colectivas, despiezar las presas y conservar parte de la carne mediante el fuego habla de un modo de vida planificado, más complejo de lo que se pensaba para aquellas fechas.

Un mito que se desvanece

Hasta ahora, la teoría más extendida era que, tras la desaparición de los neandertales, la Meseta quedó prácticamente despoblada. Según esa visión, los primeros Homo sapiens habrían preferido asentarse en las zonas costeras, donde la climatología era más benigna y los recursos abundaban. Solo miles de años después, cuando el clima se suavizó, habrían comenzado a colonizar el interior.

El hallazgo en Guadalajara desmonta esta hipótesis. La evidencia de presencia humana en La Malia desde hace al menos 36.000 años muestra que el interior peninsular no fue un páramo vacío, sino un espacio habitado y utilizado de forma estratégica. «Estas conclusiones nos invitan a repensar los patrones de movilidad, ocupación y adaptación de los primeros Homo sapiens en la región», señalan los autores de la investigación.

© Quaternary Science Advances

Este cambio de perspectiva obliga a revisar los modelos de dispersión de los humanos modernos en Europa. La Meseta, lejos de ser un obstáculo, pudo haber sido un territorio clave en su expansión, un escenario donde se forjaron habilidades de resistencia y adaptación que resultarían decisivas en el éxito de la especie.

Lo que cuentan los huesos

El estudio zooarqueológico de los restos es especialmente revelador. Una falange de rebeco con cortes nítidos, producidos con cuchillos de piedra, permite reconstruir las técnicas de descarnado utilizadas por aquellos cazadores. Se trata de una prueba clara de su dominio en la manipulación de la carne y en el uso de herramientas líticas.

© Quaternary Science Advances

La acumulación de huesos de diferentes animales en el mismo contexto arqueológico refleja una estrategia de diversificación: no dependían de una sola especie, sino que sabían explotar todas las disponibles. Esa visión integral del entorno, unida al aprovechamiento máximo de cada presa, les permitía sobreponerse a la escasez y garantizar la supervivencia incluso en los inviernos más crudos.

Una lección para el presente

El descubrimiento de La Malia no solo enriquece el conocimiento sobre el pasado, sino que también lanza un mensaje actual: la resiliencia y la capacidad de adaptación fueron esenciales para que los Homo sapiens prosperaran frente a otros homínidos como los neandertales. En un mundo azotado por el cambio climático, estas lecciones del pasado adquieren un valor renovado.

La península ibérica, con su diversidad de paisajes y su dureza ambiental, se convierte así en un escenario clave para entender la historia de Europa. Aquellos grupos humanos que encendían hogueras en el abrigo de Guadalajara no eran visitantes ocasionales, sino pioneros que demostraron que incluso los entornos más difíciles podían convertirse en hogar.

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