Las uvas sin pepitas son hoy una presencia habitual en las fruterías. Su textura lisa y la comodidad de poder comerlas sin preocuparse por las semillas las han convertido en una de las frutas más demandadas. Sin embargo, muchos consumidores siguen creyendo que su aspecto “perfecto” es fruto de una manipulación genética reciente. Nada más lejos de la realidad.
El agricultor sevillano que gestiona el perfil @masquelechugas, dedicado a divulgar curiosidades del campo, ha querido despejar esa duda en un vídeo que acumula miles de reproducciones. En él explica que las uvas sin pepitas no son un invento de laboratorio, sino el resultado de una mutación natural que los viveristas han sabido conservar generación tras generación.
«Las primeras uvas sin pepitas aparecieron por casualidad», señala el agricultor. «Fue una mutación espontánea: una planta produjo frutos sin desarrollar las semillas, y los agricultores aprovecharon esa característica para reproducirla».
Una mutación natural, no una modificación genética
A partir de aquel hallazgo fortuito, los viticultores comenzaron a seleccionar las cepas que presentaban esa anomalía y a cruzarlas entre sí. Con el paso de los años, la característica se fijó en determinadas variedades, dando lugar a las actuales uvas sin pepita. El proceso, lejos de implicar técnicas de ingeniería genética, se basa en los mismos principios de selección natural y mejora agrícola que se aplican desde hace siglos para obtener frutas más dulces o resistentes.
Los expertos aclaran que, en este tipo de cultivos, no se introducen genes externos ni se altera el ADN en laboratorio. Se trata simplemente de reproducir las plantas que muestran la mutación deseada, lo que permite mantener el sabor y las propiedades originales del fruto.
De Oriente Medio a los viñedos del Mediterráneo
La primera variedad documentada sin pepitas fue la Sultanina, también conocida como Thompson Seedless, originaria de Oriente Medio. A partir de ella surgieron numerosas variedades modernas que hoy se cultivan en España, Italia o Grecia. Su éxito no solo responde al gusto del consumidor, sino también a razones prácticas: son más homogéneas, se conservan mejor y resisten mejor el transporte.
Gracias a estas cualidades, las uvas sin pepitas se han convertido en una opción destacada dentro de la agricultura ecológica, ya que requieren menos tratamientos químicos para mantener su calidad. Además, su popularidad se ha disparado entre quienes buscan frutas fáciles de consumir, especialmente para los niños.
Su historia demuestra que la innovación agrícola no siempre pasa por la tecnología, sino que, a veces, basta con observar la naturaleza y aprovechar sus caprichos.








