En los últimos tiempos, los movimientos migratorios de los zorzales han despertado fascinación y muchas preguntas. Cada otoño, millones de ellos cruzan Europa rumbo al sur, desapareciendo de los bosques al caer la tarde y desplazándose silenciosamente bajo el cielo estrellado. Pero, siendo un animal de hábitos diurnos ¿Por qué viajan de noche, cuando la orientación podría parecer más difícil y ellos deberían estar supuestamente descansando? La ciencia lo tiene cada vez más claro: no es casualidad, sino resultado de una estrategia evolutiva afinada durante milenios.

Las razones que explican esta conducta combinan factores ecológicos, fisiológicos y aerodinámicos. Desde la reducción del riesgo de depredación hasta las ventajas energéticas del aire nocturno, los zorzales aprovechan la noche como el momento ideal para recorrer largas distancias minimizando los costes y maximizando las oportunidades de descanso y alimentación.

Menos riesgo de depredadores

Uno de los motivos más citados por los investigadores es que así evitan a los depredadores. Volar de noche reduce drásticamente la exposición a rapaces diurnas, como el azor o el halcón peregrino, que suponen una amenaza constante durante el día. La oscuridad es un escudo natural que limita la detección visual y disminuye el riesgo de ataque, según explica el investigador Alerstam (2009). El silencio de la noche, unido al camuflaje del plumaje, hace que el zorzal sea prácticamente invisible en el aire.

Esta estrategia no solo implica menor riesgo individual, sino también una mayor supervivencia poblacional. Cuantas más aves logran completar el viaje, más estable se mantiene la población migradora. La selección natural ha favorecido a aquellas especies que adaptaron su comportamiento a los periodos de menor amenaza, consolidando así el patrón de migración nocturna.

A ello se suma un segundo factor biológico decisivo: el metabolismo. Volar implica un gasto energético enorme y la temperatura más baja de la noche ayuda a evitar el sobrecalentamiento y la pérdida excesiva de agua por evaporación. En palabras del ornitólogo suizo Thomas Alerstam, autor de uno de los modelos teóricos más citados, «las condiciones atmosféricas nocturnas —más frías y estables— hacen que el vuelo sea más eficiente en términos energéticos».

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Zorzal. © Shutterstock

Un cielo más estable y económico

Las noches ofrecen una atmósfera mucho más tranquila y homogénea que el día. Con el calor solar desaparecen las turbulencias térmicas y el aire se vuelve más estable, lo que facilita vuelos rectos y prolongados con menor gasto de energía. En su estudio de 2009, Alerstam demostró que las aves que migran de noche recorren mayores distancias netas que las diurnas, precisamente por poder dedicar las horas de luz a reponer energía alimentándose.

Esta secuencia —viajar de noche y alimentarse de día— optimiza el balance energético. Los zorzales descansan y se alimentan durante el día en zonas de paso, conocidas como stopovers, donde recuperan fuerzas antes de retomar el vuelo. Así, cada ciclo de 24 horas se aprovecha al máximo: de noche avanzan, de día se reponen. El resultado es una migración más rápida y eficiente.

No obstante, no todo son ventajas. La oscuridad dificulta la orientación visual, y por ello los zorzales recurren a mecanismos alternativos. Estudios de radar clásicos, como el de Myres (1964) sobre zorzales escandinavos, demostraron que las aves realizan ascensos crepusculares al inicio del vuelo y reajustan su rumbo al amanecer si detectan desviaciones. Es decir, la noche es el tiempo de avance, pero el amanecer, el momento de corrección.

Orientarse en la oscuridad

¿Cómo se orienta un zorzal cuando el mundo que conoce ha desaparecido bajo la sombra? Las investigaciones más recientes apuntan a una sorprendente combinación de percepción magnética, auditiva y visual. Durante el vuelo, los zorzales emiten llamadas breves y repetitivas, conocidas como flight calls, que les permiten mantener la cohesión del grupo. Estas señales también sirven para coordinar cambios de dirección y altura. De ahí que en esta época, muchos cazadores oigan sus característicos pitidos metálicos e identifiquen que, efectivamente, están migrando.

El zorzal emite un ‘chip’ o pitido en vuelo muy característico. © Shutterstock

Los sistemas de radar han permitido registrar la actividad migratoria de distintas especies de Turdus y comprobar cómo responden al viento y al relieve del terreno. En 2019, Alexandra Sinelschikova y su equipo estudiaron a zorzales comunes sobre el istmo de Curlandia, en el Báltico, y observaron que compensan la deriva del viento lateral con una precisión sorprendente cuando vuelan a baja altitud. A menos de 300 metros del suelo, logran corregir completamente la desviación provocada por los vientos cruzados, mientras que a más de 600 metros la compensación se vuelve parcial o inexistente.

El hallazgo confirma que estas aves utilizan referencias visuales del terreno —costas, ríos, relieves— incluso en plena noche. Detectan el desplazamiento angular de los puntos de referencia bajo ellas y ajustan su trayectoria. «Las aves parecen controlar su desplazamiento mediante el flujo visual generado por el paisaje», escriben los autores del estudio. Cuanto más baja es la altitud, más rápido perciben el movimiento del suelo y, por tanto, mejor corrigen su rumbo.

Un reloj biológico afinado

La fisiología del zorzal común también parece diseñada para el esfuerzo nocturno. Investigaciones recientes en Movement Ecology han descrito cómo estas aves regulan la combustión de lípidos y proteínas durante vuelos prolongados, lo que les permite sostener actividad continua durante horas sin agotarse. Su sistema metabólico se ajusta a un “turno de noche” migratorio, en el que las reservas acumuladas durante el día se transforman en energía cinética en la oscuridad.

Además, la noche ofrece otra ventaja inesperada: la posibilidad de elegir las mejores ventanas de viento. Gracias a registradores de altitud y velocidad, se ha comprobado que los zorzales ajustan su altura de vuelo en función de las corrientes, buscando capas de aire que les favorezcan. En noches con viento de cola, pueden recorrer cientos de kilómetros antes del amanecer; con viento lateral fuerte, descienden para compensar mejor la deriva.

La flexibilidad y precisión de estas decisiones indican un nivel de adaptación notable. No migran de cualquier forma ni a cualquier hora: cada movimiento responde a un equilibrio entre energía, orientación y riesgo. La noche no es un obstáculo, sino el escenario donde la biología del zorzal despliega su máxima eficiencia.

Zorzal.
Zorzal. ©Shutterstock

Una coreografía invisible sobre nuestras cabezas

Mientras la mayoría de las personas duerme, los zorzales cruzan los cielos europeos en auténticos ríos de vida que pocas veces vemos, pero que los radares detectan con claridad. Miles de puntos luminosos se desplazan en dirección suroeste, avanzando en silencio hacia los olivares andaluces, las marismas portuguesas o los campos del Magreb. Su viaje, que dura semanas, es uno de los fenómenos naturales más extraordinarios y discretos del continente.

Aun así, los investigadores advierten de que la contaminación lumínica está alterando estos patrones. La luz artificial puede desorientar a las aves, modificar sus rutas e incluso aumentar el riesgo de colisión. La British Trust for Ornithology (BTO) ha documentado cómo las llamadas nocturnas de zorzales cambian en zonas urbanizadas, lo que sugiere un impacto creciente de la iluminación sobre su comportamiento migratorio.

Cada otoño y primavera, los cielos nocturnos son testigos de este viaje silencioso que combina precisión, resistencia y estrategia. Comprender por qué los zorzales migran de noche no es solo una curiosidad científica: también es una forma de valorar la extraordinaria inteligencia adaptativa de la naturaleza, capaz de convertir la oscuridad en una aliada.

Bibliografía:

Alerstam, T. (2009). Flight by night or day? Optimal daily timing of bird migration. Journal of Theoretical Biology, 258(1), 66–77.

Sinelschikova, A., Vorotkov, M., Bulyuk, V. y Bolshakov, C. (2019). Compensation for wind drift in the nocturnally migrating Song Thrushes (Turdus philomelos) in relation to altitude and crosswind speed. Behavioural Processes.

Myres, M. T. (1964). Radar observations of bird migration over the North Sea and the Atlantic Ocean. Ibis.

Kerlinger, P. & Moore, F. R. (1989). Atmospheric Structure and Avian Migration. En Current Ornithology, Vol. 6. Springer.

Liechti, F., Bruderer, B. & Bolshakov, C. (2024). Energy supply during nocturnal endurance flight of migrant birds. Movement Ecology, 12(1).

British Trust for Ornithology (2021–2022). Nocturnal flight calling behaviour of thrushes in relation to artificial light at night (ALAN).

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