Un estudio científico publicado recientemente en la revista Renewable and Sustainable Energy Reviews ha revelado un dato que sacude los cimientos del discurso oficial sobre las energías renovables: los huertos solares podrían causar la muerte de más de 17 millones de aves cada año. El trabajo, titulado All that glitters – Review of solar facility impacts on fauna, ha sido elaborado por la investigadora Patricia A. Fleming, de la Murdoch University (Australia), y constituye una de las revisiones más completas hasta la fecha sobre los efectos de las infraestructuras solares sobre la fauna.
A pesar de que los huertos solares suelen ser presentados como una solución limpia, sostenible y respetuosa con el medio ambiente, el artículo advierte de que pueden convertirse en auténticas trampas ecológicas. Basándose en datos reales recopilados en Estados Unidos y extrapolados a nivel mundial, los investigadores calculan que estas instalaciones provocan al menos 17,3 millones de muertes de aves al año. Una cifra tan escandalosa como ignorada en el relato institucional sobre la llamada “transición energética”.
Un efecto trampa que confunde y mata
El estudio identifica una de las causas principales de esta mortandad en lo que se denomina contaminación lumínica polarizada. Los paneles solares, por su superficie y orientación, reflejan la luz del sol de forma similar a como lo hacen los cuerpos de agua. Este efecto óptico confunde a las aves —especialmente a las acuáticas—, que descienden creyendo que van a aterrizar sobre un lago o estanque. Al hacerlo, chocan con las estructuras o mueren por deshidratación tras aterrizar sobre superficies artificiales sin agua real.
Además, el brillo de las placas también atrae a numerosos insectos. Esto convierte a los huertos solares en focos de alimentación para aves insectívoras y murciélagos, lo que multiplica el riesgo de colisión o atrapamiento. Los investigadores definen este fenómeno como una «trampa ecológica»: un entorno artificial que simula las condiciones de un hábitat favorable, pero que en realidad expone a los animales a una alta probabilidad de morir.
La investigación subraya que estas muertes no son meros accidentes puntuales, sino un problema estructural de las instalaciones solares a gran escala. «Se estima que la mortalidad en instalaciones solares de todo el mundo asciende a 17,3 millones de aves al año»., concluyen los autores.
Más impactos: vallados, microclimas y fragmentación del hábitat
Más allá de las aves, los huertos solares también afectan de forma negativa a otros muchos grupos faunísticos. El estudio de Fleming documenta impactos sobre tortugas, reptiles, murciélagos y pequeños mamíferos, especialmente por la instalación de vallas perimetrales que impiden el movimiento natural de la fauna y pueden provocar lesiones, inanición o una mayor vulnerabilidad frente a depredadores.
También se señalan cambios en el microclima local, debido al aumento de temperatura en zonas cercanas a las placas, y una alteración en la estructura del paisaje que fragmenta hábitats, dificulta los desplazamientos migratorios y elimina refugios naturales para la fauna. En muchos casos, estas instalaciones se levantan sin estudios ecológicos previos suficientes y sin mecanismos eficaces de seguimiento posterior.
Aunque algunos animales generalistas pueden verse beneficiados por los recursos alimenticios que generan los huertos solares, la mayoría de las especies sensibles o especializadas sufren un impacto negativo.

Expropiaciones y conflictos: la cara oculta de la “energía verde”
Este tipo de instalaciones no solo genera problemas ambientales: también está causando una creciente conflictividad social. En Andalucía, como ya informó Jara y Sedal, se ha iniciado un proceso de expropiación de 100.000 olivos para levantar una megaplanta fotovoltaica, lo que ha despertado la indignación de agricultores que denuncian una agresión al paisaje, al patrimonio agrícola y a su forma de vida.
También en Málaga, cazadores y ecologistas han denunciado que una planta solar proyectada en Almargen amenazaba al sisón común, una especie esteparia en peligro de extinción. La instalación afectaría a zonas clave para su reproducción, en un contexto en el que la especie ya ha desaparecido de gran parte de su antigua área de distribución.
Estos casos demuestran que la expansión de la energía solar, cuando se realiza sin planificación ecológica ni respeto a las comunidades rurales, puede generar tanto daño como el que dice querer evitar.
¿Hay soluciones posibles?
El estudio no se limita a la denuncia. Entre las soluciones propuestas figura el uso de nano-recubrimientos especiales que reducirían el reflejo polarizado de los paneles y evitarían así la confusión de la fauna. También se proponen cambios en el diseño de las instalaciones, como usar vallas permeables para la fauna, reservar corredores ecológicos o implementar medidas compensatorias cuando el impacto sea inevitable.
Sin embargo, los autores advierten de que estas medidas aún no se están aplicando de forma generalizada, y que el despliegue masivo de plantas solares —impulsado por subvenciones públicas y marcos regulatorios poco exigentes— está generando una expansión acelerada que deja poco margen para la protección ambiental.
Lejos del discurso triunfalista, este trabajo científico vuelve a poner sobre la mesa una verdad incómoda: la transición energética no es neutra para la naturaleza, y puede llevarse por delante a millones de animales.








