Decía nuestro añorado Delibes en una entrevista concedida a TVE que hay escritores que escriben con el olfato. Y es que en nuestra memoria olfativa el olor tiene esa cualidad mágica que nos permite despertar viejas sensaciones solo con evocar su recuerdo. De devolvernos, con una sacudida, a esa página perdida de nuestro pasado que creíamos olvidada.

Esto sucede porque a lo largo de la vida nuestro cerebro almacena en el hipocampo miles de olores. Y el hipocampo es una parte situada en el sistema límbico, un grupo de regiones cerebrales que controlan las reacciones fisiológicas ante determinados estímulos y que influyen en las emociones y la memoria.

Siendo la caza carne de hipocampo, uno no puede evitar preguntarse ¿A qué huele la caza? Pues depende. La caza huele a jara pegajosa y a tomillo seco; a cuero de morral curtido por los años, a aceite sobre acero, a madera de una vieja paralela.

La caza huele pelo y a pluma en un chaleco que no conoce la lavadora; a vaina vacía. Huele a armería, a caja de cartuchos recién abierta, a perrera, a lluvia de otoño, a bar de carretera a las seis de la mañana.

La caza huele pelo y a pluma en un chaleco que no conoce la lavadora; a vaina vacía. Huele a armería, a caja de cartuchos recién abierta, a perrera, a lluvia de otoño, a bar de carretera a las seis de la mañana. La caza huele a migas, a leña ardiendo, a campo cubierto de rocío, a candela de encina.

La caza huele a manos que han tocado jabalí y también a ese zorra que hemos evitado agarrar. Huele a la pluma mojada del azulón y a la dulce y suave de la perdiz o de la arcea. En primavera, la caza huele a corzo y a armero cerrado, a cosecha a punto de estallar, a papel seco de viejo libro de caza.

En verano, además, huele a barro de charca y a paja de rastrojo, a noche en vela y a polvo de camino. Huele a pilón de agua y a girasol. Ya casi acabando, huele a mora y endrina, a hoja de roble y a hierba seca mojada. Para algunos, incluso, huele a queroseno de aeropuerto. La caza también huele a chorizo en el varal, a estofado humeante, a arroz con amigos y a café de puchero.

Pero de entre todos esos olores, quizá uno de los que mejor nos hace sentir es el del humo de ese primer cartucho que disparamos una fría mañana el día de la apertura de la temporada como la que está a punto de comenzar. Disfrútenlo, amigos. Mis mejores deseos para esta temporada que comienza.

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