Hay filósofos como Manuel Ballester o el difunto Eugenio Trías que ya lo señalaron hace tiempo: lo políticamente correcto es una amenaza silenciosa para las sociedades democráticas. Un caballo de Troya casi perfecto que esconde formas totalitarias bajo un armazón de buenismo y superioridad moral casi incontestables. La catedrática de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, Rocío Fernández-Ballesteros, denomina «la nueva inquisición» a esta forma de autolimitarse por miedo a la represalia social, a atreverse a cuestionar el discurso dominante.
Ese ejercicio de libertad que supone reflexionar en voz alta es cada vez más difícil de escuchar en nuestra sociedad. Quizá por eso las redes sociales se incendiaron el día en el que el periodista y presentador de televisión Íker Jiménez afirmó esto en su programa de prime time: «La nueva censura es lo políticamente correcto, no sé si está bien o mal, pero cuando extiende sus tentáculos y lo domina todo, el periodista, el cámara, el director de una cadena de televisión, el que hace un periódico, el cantante… cualquiera empieza a tener un miedo cerval a quedar mal. Y el miedo a quedar mal te acaba convirtiendo en un títere de no sé qué ideas».
En España lo políticamente correcto ha llegado a tener hasta ministerios. El de Igualdad, regido por Bibiana Aído, fue quizá la mayor expresión de promoción de lo políticamente correcto y de oposición al sentido crítico que hemos tenido. No por su concepto, muy loable, si no por la materialización de esa idea buena que se convirtió en buenista.
Y es precisamente ese discurso eufemístico uno de los grandes problemas a los que se enfrentan la caza y los cazadores. Por eso los noticiarios televisivos se llenan de estúpidos gatitos atascados en tuberías que parecen importar más que los problemas de millones personas a las que nadie acude a rescatar. Ideologías tan totalitarias como el animalismo avanzan tras el escudo de ese buenrollismo que protege sus intenciones de prohibirlo y controlarlo todo. Lo peor es que este yugo no es sólo una amenaza para nuestra libertad de cazar, de pensar o de expresarnos. Lo peor es que es una amenaza a la libertad. Y nadie parece querer detenerla.