El pastor llanisco Ángel Fernández guarda su rebaño en la sierra del Cuera, donde mantiene más de cien cabras bermeyas y varias decenas de ovejas en una zona de pastos situada por encima de los 1.000 metros. Este año, según explica, el lobo le ha causado más de una veintena de bajas y ha optado por pasar las noches en el monte para intentar frenar nuevos ataques.

En el entorno del Picu Liñu la actividad es constante. Fernández recorre a diario entre diez y doce kilómetros para supervisar los animales, revisar cercas y vigilar rastros. Asegura que ni siquiera los ocho mastines que acompañan al rebaño bastan para contener a la manada que merodea la sierra. Por eso, desde hace meses, su tienda de campaña se ha convertido en un refugio improvisado frente al depredador.

Fernández quiere que se le autorice a portar un arma para defenderse en caso de un ataque nocturno. Lo justifica en la necesidad de proteger tanto a sus animales como a sí mismo, obligado a responder a los lobos en plena oscuridad. «Al tener que hacerle frente al lobo en plena noche y para protegerme, solicito al Principado que me autorice a portar un arma», resume el pastor en un vídeo difundido en redes sociales.

Una larga lista de daños y un rebaño único en la sierra

La situación de Fernández no es aislada en el concejo de Llanes. En la sierra del Cuera, los ganaderos llevan años denunciando el aumento de ataques y la falta de medidas efectivas. Sus cabras bermeyas, además, representan el último rebaño de más de cien animales de esta raza tradicional que queda en la zona, lo que añade un componente patrimonial al problema.

Fernández recuerda que no todos los daños han podido certificarse, algo que agrava su preocupación por la pérdida económica acumulada. Incluso con los mastines, los ataques se repiten y muchos animales quedan heridos o desaparecen sin rastro. Dormir en el monte, explica, no es una decisión voluntaria, sino la única forma que ha encontrado para «llegar a la mañana siguiente sin otra desgracia».

Las denuncias de los últimos meses coinciden con los datos hechos públicos por la Junta Ganadera Municipal y las Xuntas Locales, que cifran en 200 las reses muertas desde mayo en el municipio de Llanes. El concejal de Agroganadería ya expresó en agosto que «el lobo está destrozando nuestros rebaños y nuestras vidas», una queja que comparten decenas de familias que dependen de la ganadería en extensivo.

Los antecedentes judiciales y el temor a una persecución

El caso de Ángel Fernández arrastra además un episodio que sigue muy presente en la zona: su investigación por un incendio declarado en marzo del año pasado en un prado del Cuera. El pastor siempre ha negado relación alguna. «No prendí nada, estaba dando de comer a las cabras», declaró en su momento.

Fernández relató que aquel fuego apenas afectó a 0,2 hectáreas, pero la investigación le llevó a declarar ante la Guardia Civil y quedar fichado. «Quedé como un delincuente, como un terrorista», lamentó entonces, convencido de que existe «una persecución clara y flagrante a los ganaderos».

Ese episodio ha marcado su confianza en la Administración y explica, en parte, el temor que reconoce cuando habla de portar testigos o defenderse judicialmente, algo que considera inasumible para una economía familiar que vive al día y depende de la venta directa de corderos.

Una tensión creciente en la sierra del Cuera

Las organizaciones ganaderas del concejo insisten en que la presencia de al menos catorce lobos identificados hace inviable mantener rebaños en extensivo. Reclaman controles poblacionales y la aplicación real de un plan que, según denuncian, «solo existe sobre el papel».

Mientras tanto, Ángel Fernández sigue durmiendo en la sierra, con los mastines agrupados en torno al campamento y un rebaño que cada mañana puede deparar un sobresalto. Su petición de un permiso especial para portar un arma está sobre la mesa del Principado, que deberá decidir si autoriza una medida excepcional en una zona donde la convivencia entre ganadería y lobo vuelve a tensarse.

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