Por Juan Manuel Pérez Bartolomé
Jamás había experimentado con tanto ímpetu el dilema de priorizar una modalidad u otra la víspera de una jornada de campo. El viejo cazador y su sexto sentido zozobraban una y otra vez en su intento por acertar con el pleno al quince cinegético.
Por una parte y con presencia permanente en el WhatsApp aparecía Infoley@. Insistente, persuasivo, premonitorio, prometiendo la cata de las mieles de una jornada azul sin precedentes a tenor de las fechas y el retraso multitudinario de unas contumaces palomas que venían recreándose sine die en los encantados bosques de Las Landas y engordando con el maíz francés. El amplio frente polar inminente y duradero predicho sugestionaba para salivar como experiencia cinegética visual y, también posiblemente, en forma de numerosas capturas.
Por otra, las evidencias del pisteo reciente de la mancha junto con la inmediatez de la presencia en la misma de “los becaderos” y sus infatigables perros ahuyentando a la población cochinera actuaban de contrapeso en la balanza del qué hacer.
Todo se arregló con un contundente «¡deja las benditas palomas!», clamó el hermano pequeño del cazador.
Y así se hizo. A altas horas se improvisó y conformó un quinteto de cazadores y un sexteto de perros para cumplir con lo que estipulaba la ley de caza autonómica.
A la mañana siguiente, con puntualidad inglesa, tomaron juntos el primer café. La estrategia pasaba por cubrir la mayor superficie con un número ínfimo de rifles.
Escapes, querencias, sendas, gateras eran términos que aparecían insistentes en las mentes del reducido número de cazadores. Y, sobre todo, el albur de una caprichosa huida de los guarros ante unas solitarias ladras más chivatas que acosadoras.
No tardó en romperse el silencio de la sierra. Dos tracas continuadas, en la misma suelta, alertaron de que algún animal procuraba su supervivencia abandonando el lugar. Se trataba de tres jóvenes ciervos. De los que dos consiguieron su objetivo. Mas con el tercero, a tenor de las informaciones, existía una alta probabilidad de poder posar con él en la foto final.
Con uno caído, los canes pronto recuperaron las posiciones de salida
Al rato, nuevas ladras. Revuelos múltiples. Distintos perros en lugares alejados, igual de motivados, delataban a la familia cochinera que huía despavorida en todos los sentidos.
Mientras, a kilómetro y medio mancha adelante, un ruido escandaloso de romper monte alertaba al cazador a sus espaldas. Era un chascar de ramas precipitado. Primero lejos. Ahora más cerca. Demasiado bullicio para transitar por un barranco relativamente sucio. El experimentado cazador era conocedor, por pisteos anteriores, de que los espinos, las zarzas, los helechos, los pequeños robles apelotonados y las hojas de éstos caídas por el frío que conformaban la foresta del lugar, no podían estar solos en el origen de la escandalera que se aproximaba…
Al mismo tiempo, advertía a su compañero más próximo de que algo estaba por aparecer señalando la zona.
¡Dudas, muchas dudas! ¡Alboroto de bicho grande! ¡Seguro!
¿Los ciervos huidos que volvían a la mancha? ¿Otro ciervo?
Y asomó. Un guarro de 145 Kilos. Con pose de gran jabalí turco se detuvo al borde del monte, pero en lo limpio. Altivo, precavido, señorial, imponente, con cautivadora melena invernal… ¡El jabalí más bello que recordaban las pupilas del veterano cazador!
En décimas de segundo, nuestro protagonista advertía con gestos a su compañero de que tenía ante sí, a escasos 50 metros, al cochino de su vida para que procediese. Sin embargo, una ondulación del terreno privaba de ese exclusivo regalo visual de la naturaleza al cazador aludido.
Mientras, una delatora ráfaga de aire del suroeste alertaba al magnífico guarro del peligro. En décimas de segundo también, erizó sus cerdas, se giró sobre sus pasos; momento en el que nuestro cazador, espectador de lujo de todo lo relatado y a una distancia aproximada de 2 cientos de metros, le inmortalizó con una SST de 180 grains del calibre 300 WM.
El reconocimiento, después de una agitada y taquicárdica carrera, fue de satisfacción total. ¡De sentirse bendecido y agraciado por todos los Dioses de la Caza juntos: ¡Artemisa, Diana, Odín…!
Mientras tanto, nutridos bandos de torcaces hacían acto de presencia en el lugar, a ras del suelo, para honrar el rito de agradecimiento por una captura tan excepcional.