El corzo (Capreolus capreolus) es el ungulado más extendido de Europa y, precisamente por eso, su dieta es un buen termómetro de cómo se adapta a paisajes muy distintos. Un nuevo trabajo publicado en European Journal of Wildlife Research reúne décadas de estudios y los ordena con un enfoque poco habitual: no por países o latitudes, sino por grandes regiones biogeográficas.
Los autores analizaron datos de dieta obtenidos mediante microhistología —identificación de fragmentos vegetales en heces o contenido ruminal— y aplicaron modelos estadísticos para comparar estaciones y regiones. Aunque la revisión abarca seis áreas biogeográficas, la parte más sólida del análisis se centra en tres (Atlántica, Continental y Mediterránea), las que tenían información suficiente.
En conjunto, el estudio confirma algo que en el campo muchos dan por hecho: el corzo no es un animal «de un solo menú». Ajusta lo que come según la disponibilidad local, la fenología de las plantas y el momento del año, combinando árboles, arbustos y herbáceas con una plasticidad llamativa.

Un animal ‘selectivo’ que se adapta a lo que encuentra
En los 55 estudios revisados se recogieron 703 componentes alimenticios, con 336 identificados a nivel de especie. Esa amplitud ayuda a entender por qué el corzo coloniza desde masas forestales a entornos agrícolas o periurbanos: no depende de un recurso concreto, sino que va modulando su estrategia.
Entre las categorías más importantes aparecen coníferas, árboles caducifolios, arbustos, plantas semileñosas y herbáceas. Y, aunque el trabajo no entra a contar «rarezas» —como sí hemos descubierto recientemente con el jabalí— sí deja claro que el animal explota un abanico enorme de plantas, incluyendo especies propias del matorral y del sotobosque, además de recursos ligados a paisajes humanizados.

De hecho, la revisión menciona la presencia de cultivos en la dieta, con el maíz como ejemplo de esa adaptación a zonas transformadas. No es que el corzo ‘prefiera’ el cultivo frente al monte, pero si el alimento está ahí y es accesible, lo incorpora.
Atlántico, Continental y Mediterráneo: diferencias con firma propia
El análisis detecta patrones regionales claros. En el área Atlántica el consumo de gramíneas, juncos y cárices (la categoría que agrupa grasses, sedges and rushes) es significativamente mayor que en la región Continental, algo coherente con la mayor presencia de pastizales en muchos paisajes atlánticos.

En invierno, en cambio, los caducifolios ganan peso en las dietas de las zonas Continental y Mediterránea respecto a la Atlántica, lo que sugiere estrategias distintas cuando aprieta la escasez. También se describen cambios estacionales dentro de cada región: en algunos casos suben las coníferas en los meses fríos, mientras en otros momentos del año el corzo se apoya más en hojas, brotes y recursos del estrato arbustivo.
El Mediterráneo muestra un comportamiento particular en otoño, ligado a su calendario de lluvias y sequía estival: cuando el verano seca el campo, ciertas fuentes de alimento adquieren más importancia y el patrón de consumo se reorganiza.

Pueden llegar a consumir corteza, partes semileñosas y hongos
A pesar de esa variedad regional, hay un punto que se repite: las herbáceas de hoja ancha, malezas o plantas forrajeras no gramíneas (forbs) aumentan en primavera y verano en todas las regiones analizadas. Es un patrón consistente, que encaja con el pico de productividad y calidad nutritiva del monte bajo en esos meses.
Llama particularmente la atención que, si las circunstancias lo requieren, el corzo puede llegar a consumir corteza, partes semileñosas e incluso determinados hongos.

Por último los autores subrayan que esta forma de ordenar la información —por regiones biogeográficas— abre una vía útil para interpretar impactos y planificar su gestión. Si el corzo ajusta su dieta según el contexto, entender esas diferencias puede ayudar a anticipar presiones de ramoneo en masas forestales, cambios asociados al clima o conflictos en mosaicos agrícolas.








