Medir la depredación de los nidos es algo esencial para entender por qué muchas especies de aves no logran sacar adelante sus polladas o, simplemente, para conocer el impacto real de los depredadores en su conservación. Sin embargo, hacerlo bien nunca ha sido sencillo. En el caso de especies esquivas y amenazadas, como el urogallo cantábrico y pirenaico (Tetrao urogallus), localizar los nidos implica un riesgo añadido: la propia presencia humana puede delatarlos ante los depredadores o provocar el abandono de la puesta.
Para sortear este problema, la ciencia ha recurrido durante décadas a los llamados nidos artificiales. Son fáciles de instalar, baratos y permiten obtener datos sin molestar a las aves. El inconveniente es que, según acaba de demostrar un nuevo trabajo científico, esos datos pueden estar profundamente distorsionados al no ser nidos reales.
El estudio, liderado por el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC-CSIC) y desarrollado en los Pirineos catalanes, partía de una sospecha cada vez más extendida: los nidos artificiales tradicionales no huelen a nada. Y eso, en el monte, es un aspecto de suma importancia.
Mientras que los depredadores alados se guían sobre todo por la vista, los mamíferos carnívoros localizan sus presas principalmente por el olfato. Zorros, martas, jabalíes o garduñas no necesitan ver un nido para encontrarlo: les basta con seguir el rastro de olor que deja el ave. Hasta ahora, ese factor había sido sistemáticamente ignorado por los diferentes estudios que recurrían a este método.
Para comprobar su importancia, los investigadores diseñaron un experimento sencillo pero revelador. Colocaron nidos artificiales de dos tipos: unos ‘perfumados’ con olor corporal real de urogallo, obtenido a partir de las secreciones de su glándula uropigial, y otros completamente neutros. Ambos se compararon con nidos naturales monitorizados mediante cámaras trampa… y llegó la sorpresa.

Resultados que cuestionan décadas de estudios
Las cifras hablan por sí solas. En los nidos reales de urogallo, la depredación alcanzó el 51,4 %. En los nidos artificiales impregnados con olor, el dato fue prácticamente idéntico: 52,2 %. Pero en los nidos artificiales sin olor, la tasa cayó hasta un 6,3 %. Es decir, el método que se ha estado usando durante años ha subestimado reiteradamente el daño que los depredadores provocan en los nidos en más de cuarenta puntos porcentuales. Un error que lo cambia todo.
La identificación de los responsables de la depredación refuerza aún más esta conclusión. Tanto en los nidos reales como en los artificiales con olor, los principales depredadores fueron las martas y garduñas (Martes martes y Martes foina) y el zorro rojo (Vulpes vulpes). En proporciones muy similares. También se registraron ataques puntuales de jabalí (Sus scrofa) e incluso de oso pardo (Ursus arctos) en los nidos artificiales con olor, algo que jamás habría aparecido en los experimentos tradicionales.
Este punto resulta especialmente relevante en un contexto donde, con frecuencia, se simplifica el debate atribuyendo los fracasos reproductivos a una supuesta “explosión” de depredadores. El estudio no demoniza a ninguna especie, pero sí deja claro que sin datos realistas no es posible gestionar ni conservar correctamente.
Cuando medir mal conduce a gestionar peor
Las implicaciones van mucho más allá del urogallo. Si la depredación se ha estado midiendo mal, también se han diagnosticado mal las causas del declive de muchas aves terrestres. Y cuando el diagnóstico falla, las decisiones de gestión corren el riesgo de ser inútiles o incluso contraproducentes.
Los propios autores del estudio advierten de que estimaciones inexactas pueden llevar a aplicar medidas de conservación equivocadas, desde actuaciones sobre el hábitat hasta programas de control de depredadores sin una base sólida. Por este motivo, recomiendan incorporar señales olfativas reales en los experimentos con nidos artificiales para lograr replicar mejor las condiciones naturales y obtener datos mucho más fiables, especialmente en paisajes donde los mamíferos juegan un papel clave.
Lejos de invalidar el uso de nidos artificiales, el estudio los reivindica como una herramienta útil, siempre que se utilicen correctamente. Combinados con nuevas tecnologías de seguimiento y con metodologías más realistas, siguen siendo una vía eficaz para entender qué ocurre en el campo y tratar de ayudar mejor a las especies amenazadas.








