El Siglo de Oro español no solo fue la cumbre de la literatura y la pintura. También fue el momento en que la caza se consideraba un arte, una forma de vida. En ese contexto, Miguel de Cervantes construyó a su personaje más universal, Alonso Quijano, a quien definió en las primeras líneas del Quijote como «gran madrugador y amigo de la caza». Cuatro siglos después, el abogado y escritor Santiago Ballesteros rescató esa dimensión casi olvidada del hidalgo manchego.

Pese a que su figura ha sido estudiada desde todos los ángulos, pocos habían reparado en que Don Quijote no solo era lector y soñador, sino también cazador. Lo fue, según demuestra Ballesteros, antes de convertirse en caballero andante, cuando aún era el hidalgo que recorría los campos de La Mancha con su «galgo corredor». Su libro, publicado en 2020y que merece la pena leer, es un viaje por la literatura, la historia y la cultura venatoria del Siglo de Oro.

La caza en la pluma de Cervantes

En la novela más leída del mundo después de la Biblia, Cervantes dedica un capítulo completo a una montería de jabalí. En él, el caballero y su escudero asisten a una jornada montera en los alrededores de Zaragoza. A lo largo de la obra, aparecen galgos, liebres, perdices, conejos y hasta escenas de cetrería, un reflejo del espíritu cazador del propio autor y de su tiempo.

Esa naturalidad con la que Cervantes aborda la actividad contrasta con la visión actual, tantas veces distorsionada. «El libro ahonda en una nueva vía para reivindicar la caza: la de la cultura», explicaba Ballesteros. Para él, la obra cervantina ofrece un argumento inapelable: la caza como parte de nuestra identidad cultural. En su análisis, el jurista vincula esta herencia con tradiciones reconocidas hoy como Patrimonio Inmaterial, como la cetrería.

La de Don Quijote no fue una afición aislada. Otros autores del Siglo de Oro, como Francisco de Quevedo, compartieron esa pasión. El propio Quevedo prologó el tratado cinegético Arte de Ballestería y Montería (1645), de Alonso Martínez de Espinar, una obra fundamental para entender cómo se cazaba en aquella época.

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Los cazadores del Siglo de Oro

Ballesteros recuerda que en el siglo XVII coexistían figuras como los ballesteros, monteros y volateros, expertos en las diferentes modalidades de caza. La ballesta fue durante años el arma predilecta, hasta que el arcabuz la desplazó. Con la pólvora llegaron la eficacia y los accidentes, pero también el declive de los grandes tiradores de antaño. «Cesó la ballesta y asimismo se acabaron los grandes ballesteros», escribió Martínez de Espinar.

En los cuadros de Velázquez o Rubens, la caza era motivo de nobleza y símbolo de conocimiento del campo. En la literatura, Cervantes la utiliza para describir la relación del hombre con la naturaleza, y lo hace con la misma profundidad con la que retrata el alma de sus personajes. En sus páginas, el aire libre, el paisaje y el monte son más que escenarios: son la patria moral del hidalgo.

La herencia cultural del cazador manchego

El libro Don Quijote: gran madrugador y amigo de la caza, publicado por La Trébere con prólogo de Patxi Andión, es un homenaje a esa tradición. Ballesteros, manchego y cazador, propone mirar el Quijote desde una perspectiva nueva, en la que la caza no es un adorno, sino una clave para entender el espíritu libre del protagonista. Porque, como él mismo recuerda, «El Quijote es la historia de un hidalgo cazador y un labrador manchego transformados en caballero y escudero».

Redescubrir esta faceta supone reconciliar la literatura con el campo, la palabra con la naturaleza. Don Quijote, cuatro siglos después, sigue cabalgando por las mismas tierras y madrugando por la misma razón: vivir el monte como parte del alma.

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