Abrir los dos ojos al disparar no es solo una preferencia técnica: es una respuesta a cómo funciona la visión humana bajo estrés. En situaciones de nerviosismo el cuerpo desarrolla visión de túnel, aumenta el ritmo cardíaco y la respiración; cerrar un ojo puede agravar esa reducción del campo visual y llevar a errores por obsesionarse con el punto de mira. Con entrenamiento, el tirador puede habituar al cerebro a integrar ambas imágenes y aprovechar una serie de ventajas tácticas y prácticas que detallaremos a continuación.

A quienes practican el tiro les resulta evidente: usar los dos ojos aporta información sobre el entorno y evita que se pierdan señales importantes fuera del eje de fuego. Además, en tiros a media y larga distancia, mantener ambos ojos abiertos reduce la fatiga facial y ocular que provoca forzar siempre un solo lado.

El proceso de adaptación exige paciencia: al mantener los dos ojos abiertos aparece una sobreimpresión —dos imágenes que compiten— y es necesario entrenar para que el cerebro las fusione en una sola imagen útil. Pero no te desesperes: existen procedimientos sencillos y económicos para acelerar ese aprendizaje sin recurrir a un equipo complejo.

Encuentra tu ojo dominante

Saber cuál es el ojo dominante es el primer paso para que la técnica funcione. Un ejercicio práctico, repetido en clubes y galerías, consiste en formar un pequeño triángulo con las manos, mirar un punto lejano y acercar las manos hasta la cara: el ojo que queda descubierto es el dominante. Con esa información, el tirador puede ajustar su encare sin renunciar a la visión binocular.

© Ángel Vidal

Una vez identificado el ojo dominante conviene practicar la memoria muscular: mantener el encare mientras se respira con calma y repetir el gesto hasta que el cerebro deje de “pelear” con la doble visión. No es un truco instantáneo, pero sí fiable y reproducible por cualquier aficionado.

Trucos y ejercicios prácticos

Entre los recursos usados por tiradores recreativos y de competición figura una solución simple: utilizar unas gafas de tiro y oscurecer ligeramente la lente correspondiente al ojo no dominante. No se trata de cegar, sino de reducir su capacidad de distraer; una cinta adhesiva translúcida o un film aplicado con cuidado permiten dejar el ojo abierto sin que compita con la imagen central. Otros recomiendan un gesto pequeño y efectivo: parpadear con el ojo no dominante justo antes de apuntar para “resetear” su foco y favorecer la concentración en la retícula.

© Ángel Vidal

En el campo, sumar prácticas de respiración y control del pulso acelera la habituación. Alternar sesiones de entrenamiento, trabajar distancias progresivas y anotar sensaciones son medidas útiles para convertir la técnica en algo natural.

Adoptar el encare con los dos ojos abiertos no anula la importancia de la puntería ni suple la práctica: es, más bien, una herramienta que amplía información y reduce errores derivados de una manía adquirida con los años. Para el cazador, el tirador deportivo o el aficionado que busca mejorar, representa una técnica accesible, barata y con beneficios reales si se la incorpora con método. Si practicas, poco a poco te beneficiarás de un encare que te permitirá juzgar mejor las distancias, conservar la visión periférica y reducir la fatiga ocular.

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