La escena se repite cada año. Mesa puesta, vino servido, el marisco ya tiembla en la fuente y alguien —normalmente el cuñado— pregunta inocentemente: «¿Y tú sigues yendo al monte?». Silencio. Aquí empieza el juego. Porque hablar de caza en Navidad requiere más temple que un rececho con el viento en la nuca.
No se trata de callar, pero sí de elegir bien el momento, el tono y las palabras. Y, sobre todo, de no confundir una charla familiar con un debate parlamentario. La Nochebuena no es el sitio para ganar batallas, sino para evitar que te lancen el turrón duro.
Antes de entrar en materia, conviene recordar una regla básica: en la mesa se viene a disfrutar. Y si puedes defender tu afición con una sonrisa, mejor que mejor.
Escucha antes de disparar argumentos
Deja que hablen ellos primero. Sí, cuesta. Pero escuchar qué les molesta o qué idea tienen de la caza te permitirá saber por dónde no pisar. Además, asentir con la cabeza mientras te cuentan lo de «matar por gusto» desactiva más conflictos que un sermón de veinte minutos.
Eso sí, prohibido el «y tú más». En cuanto compares la caza con cualquier otro tema polémico, la cena se va al garete. Recuerda: estamos en Navidad, no en un plató de tertulia.
Respira, cuenta hasta diez y piensa que el objetivo no es convencer, sino sobrevivir hasta el brindis.
Habla de lo que sientes, no de lo que cazas
Si te preguntan, explica por qué te gusta cazar, no cuántas piezas cobraste. Habla del monte, del amanecer, del perro, del frío en la cara y de los días en los que vuelves con las manos vacías y el corazón lleno.

Aclara algo fundamental sin ponerte intenso: para ti no se trata de matar. Se trata de una forma de entender la naturaleza y de estar en ella. Esa frase, dicha con calma, suele bajar muchos decibelios.
Y si notas que alguien empieza a revolverse en la silla, cambia de tercio con elegancia. El jamón siempre ayuda.
Las fotos: mejor con cabeza
Todos tenemos fotos preciosas del campo. Pero ojo: no es el momento de sacar según qué imágenes. Mejor una corza con el corcino o una perdiz con pollos que nada que pueda provocar una mala digestión antes del segundo plato.

Esas imágenes hablan solas. Muestran respeto, observación y amor por el entorno. Es lo que sientes. Y eso, incluso el más urbanita de la mesa, lo entiende.
Además, siempre puedes rematar con un: «Esto es lo que más valoro cuando salgo». Suele funcionar.
Del monte a la cocina (y al estómago)
Si el debate sigue vivo, llévalo a terreno seguro: la comida. Explica de dónde viene la carne de caza, cómo vive el animal y cómo se aprovecha todo. Sin dramatismos, sin discursos.

La mayoría nunca se ha parado a pensar de dónde sale lo que hay en la bandeja del supermercado. Tú sí. Y eso dice mucho.
Y si ya llevas ventaja, el golpe final es claro: aparecer con un plato de caza hecho por ti. Aquí no hay discusión que aguante. Bocadito, silencio… y victoria.








