Entender cómo funciona la vista de un ciervo es clave para quienes disfrutan del rececho o del aguardo. Durante mucho tiempo circularon teorías erróneas que situaban su visión en una especie de «blanco y negro», como si fueran incapaces de diferenciar tonalidades. Sin embargo, las últimas investigaciones científicas han revelado un panorama muy distinto, que pone de relieve lo sofisticado de su sistema visual y cómo éste condiciona el comportamiento de los animales en el monte.

Los estudios han demostrado que los ciervos, al igual que otros cérvidos como los gamos o los corzos, no sólo perciben los azules y violetas con nitidez, sino que incluso son capaces de detectar radiaciones ultravioleta invisibles para nosotros. Este hallazgo no solo rompe con la creencia extendida, sino que además aporta pistas muy prácticas para entender por qué un venado puede descubrir a un cazador en situaciones que parecen imposibles.

La percepción del color en los cérvidos

La visión de los ciervos se fundamenta en dos tipos de células oculares: los conos y los bastones. Los primeros registran los colores, mientras que los segundos son sensibles a la luz en condiciones de baja intensidad. Los ciervos cuentan con un número mucho mayor de bastones que los humanos, lo que les proporciona una clara ventaja al desplazarse en penumbra o en plena noche.

En cuanto a la percepción cromática, distinguen muy bien los tonos fríos, especialmente el azul y el violeta, además del amarillo. Sin embargo, colores como el rojo, el naranja o el verde se convierten en una gama de grises. De ahí que las prendas de seguridad de color naranja, tan visibles para nosotros, pasen prácticamente desapercibidas para ellos. A efectos prácticos, un ciervo no diferencia entre una chaqueta naranja fosforito y un arbusto grisáceo.

Esto explica por qué algunos investigadores estadounidenses llegaron a la conclusión de que los cérvidos son capaces de percibir el azul hasta veinte veces mejor que un ser humano. Así, una prenda tan común como unos pantalones vaqueros puede ser un error estratégico si se pretende pasar inadvertido en el monte.

El papel del movimiento en la detección

El campo de visión de un ciervo es otro factor determinante. Sus ojos están situados a ambos lados de la cabeza, lo que amplía su rango de visión hasta cubrir casi el 90% del entorno. En términos prácticos, mientras que un ser humano alcanza unos 180 grados, un ciervo se acerca a los 300. Esto le permite detectar cualquier movimiento lateral sin apenas esfuerzo.

Paradójicamente, ven muy mal justo de frente. Ese punto ciego relativo hace posible que, si una persona permanece inmóvil, el animal no logre identificarla como una amenaza inmediata. De hecho, hay numerosos testimonios de aguardos en los que un ciervo se ha acercado a apenas unos metros del cazador sin advertir su presencia. La clave, en esos casos, está en permanecer absolutamente quieto, sin gestos bruscos que delaten la silueta.

Los ciervos ven muy mal de frente. Si permaneces quieto, es fácil que no te detecten. © Shutterstock

La visión nocturna: un arma natural

Además de la abundancia de bastones, los ciervos disponen de una membrana reflectora en la parte posterior de sus ojos que multiplica su capacidad de visión en condiciones de poca luz. Esa estructura devuelve la luz no absorbida inicialmente a través de los bastones, dándole una segunda oportunidad para ser procesada.

Gracias a ello, ven hasta 18 veces mejor que nosotros al anochecer o durante una noche de luna llena. Sus pupilas, de mayor tamaño en proporción al ojo, permiten la entrada de más luz. Por este motivo, el crepúsculo es un momento de intensa actividad para los cérvidos, mientras que para nosotros la visibilidad resulta mucho más limitada.

Un sistema visual pensado para sobrevivir

El diseño de los ojos de un ciervo responde a un principio básico: sobrevivir en un entorno hostil en el que abundan los depredadores. Su amplitud de visión, la capacidad de detectar movimientos mínimos y la especialización en la penumbra son adaptaciones evolutivas que aumentan sus posibilidades de escapar de cualquier amenaza.

Incluso cuando el animal está comiendo con la cabeza inclinada hacia el suelo, puede girar sus ojos hasta 50 grados y en direcciones opuestas. Así logra vigilar gran parte del entorno sin levantar la vista del pasto. Este detalle explica por qué resulta tan difícil acercarse a ellos sin ser detectado: basta un gesto en falso, un leve desplazamiento, para que levanten la cabeza y se pongan en guardia.

Ciervo. © Shutterstock

Consejos prácticos para pasar inadvertido

Conocer cómo ven los ciervos permite aplicar algunas recomendaciones prácticas. Evitar la ropa de color azul es fundamental, pues es la tonalidad que mejor distinguen. Por el contrario, el naranja camo resulta una opción adecuada, dado que lo perciben como un simple gris. Si no se dispone de esa prenda, conviene situarse junto a elementos del terreno que se confundan con ese mismo tono.

La cobertura y las sombras también juegan un papel decisivo. No siempre es necesario vestir camuflaje si se sabe utilizar el entorno, como un tronco caído o un matorral. Otra recomendación básica es mantener el sol a la espalda para dificultar que la silueta destaque. Y, por supuesto, ocultar el rostro con una gorra o una braga de cuello puede marcar la diferencia, ya que los ojos humanos reflejan luz y atraen atención.

En definitiva, la mejor estrategia se basa en la quietud y la lentitud. Caminar despacio, detenerse a menudo y evitar movimientos bruscos son pautas que aumentan las probabilidades de aproximarse a un ciervo sin ser descubierto. La combinación de conocimientos científicos y experiencia en el campo ofrece la clave para mejorar la eficacia de cada salida al monte.

Síguenos en discover

Sobre el autor