La técnica consiste en crear uno o varios senderos olorosos usando delicattesens para raposos –despojos y mondongos de ovejas, cabras…– y aguardar pacientemente su llegada en un puesto que habremos levantado en la confluencia de los rastros. Si quieres disfrutar intentando ganarle la partida a un rival tan esquivo, lee este artículo.
8/8/2018 | Texto y fotos: Antonio Cástor Puerta
Los artículos sobre la caza del zorro suelen ser habituales en las revistas del sector en primavera o verano, esto se debe a que es en esos meses de ‘ociosidad’ cazadora cuando el aficionado más común siente la llamada del deber y se arranca a dedicar un rato a intentar quitar algún zorro del coto, más por obligación que por devoción. Muchos de estos suelen cejar en su empeño cuando se topan con las dificultades propias de su caza sin un mínimo de conocimientos ni experiencia en estas lides. La zorra termina por desesperarle, pues dista mucho de ser un animal sencillo de finiquitar si no se observan unas cuantas reglas básicas que los antiguos alimañeros conocían como el gesto de persignarse.
De poco sirve trampear ni aguardarlos con arma si no sabemos meridianamente cuando, dónde y cómo hacerlo; y mal zorrero resultará aquel que no disfrute como un chiquillo intentando ganar la partida a un contrincante tan avisado y esquivo. Por eso cobra sentido un artículo sobre la caza del raposo a la espera en noviembre; porque es una gozada pe se, sin ningún otro tipo de justificación, y porque además, aunque muy en segundo plano, uno obtiene la recompensa añadida de echar una mano a las acosadas especies de menor y, en muchos casos, incluso de mayor –esta alimaña depreda también sobre crías de corzo, ciervo, rebeco…–.
No inventamos mucho nuevo en esto de la caza, y en la del zorro quizá menos aún. Son abundantes los antiguos testimonios escritos sobre la forma de capturarlos desde muchos siglos ha, y encontramos literatura sobre la casi totalidad de modalidades que se practican hoy día. Sin embargo, para muchos cazadores cualquiera de ellas podría resultar una auténtica novedad por su total desconocimiento. Tal es el caso, por poner un ejemplo, de la caza con chillo, algo divertido de verdad, eficaz y que muy pocos cazadores actuales han practicado. Otra desconocida para muchos es la que nos ocupa, la espera con cebo arrastrado.
¿Dónde me coloco?
El enclave a elegir para realizar la espera es crucial por varios motivos. Lo fundamental, como para otras muchas modalidades, es no airear hacia donde la presa debe aparecer, por razones obvias. Si el viento sopla en contra podemos recoger los bártulos e irnos, pues sólo lograremos escamar al zorro que difícilmente volverá a picar otro día. El puesto debe tener buena visibilidad, a ser posible permitiéndonos localizarle mucho antes de que llegue a nosotros, y con un campo de tiro que nos facilite poder apuntar con sosiego en caso de que nos detecte al llegar y emprenda la fuga o de que sea necesario repetir el disparo –que también se fallan, sí señor–. Se puede crear un rastro simple y colocarnos de espera al final de éste o, mejor aún, crear varios desde otras direcciones que vengan a confluir frente a nuestro puesto, con lo que multiplicaremos las probabilidades de éxito.
Así se caza
Arrastrar un cebo era una de las técnicas más explotadas por los alimañeros legendarios, si bien estos pocas veces se colocaban a la espera con arma, sino que la usaban como método de trampeo. Solían trazar un sendero oloroso, a menudo kilométrico, utilizando despojos o recetas especiales de cebos de lo más elaborado y, cada cierta distancia, interrumpían el trazado con cepos o lazos, con unos resultados que a los hábiles daba para vivir mejor que la mayoría a cuenta de las pieles y de las recompensas de ayuntamientos. Sin embargo, nosotros somos ‘hombres de armas’. Disfrutamos con el lance y además no nos acucia la urgencia de la necesidad. Preferimos sentarnos y aguardar emocionados a que la zorra tome dócil y obediente el rastro que le hemos trazado, cumpliendo frente a nosotros sin coscarse de la asechanza.
Cómo fabricar el cebo… y crear el rastro
Lo primero que necesitamos será el cebo. Lo apropiado, el caviar de la raposa, son los mondongos de oveja o cabra, pero también de cerdos o vacas, dependiendo del tipo de ganadería más corriente en la zona y a cuya carroña estarán habituadas. En ausencia de lo anterior, prácticamente cualquier despojo podría servirnos, sin olvidar que las vísceras de una res de caza mayor será igualmente un reclamo irresistible. Resulta muy aconsejable dejar la carnaza al raso algún día, pues aumenta su atractivo para el agudo olfato del zorro a la par que disminuye para el nuestro. A la caída de la tarde, a falta de un par de horas para que anochezca, será el momento apropiado para salir al campo y empezar a marcar rastros. El menú debe estar bien atado de modo que no se desprenda nada que no sea ‘aroma’, aunque lo mejor, para que aguante el arrastre sin problemas, es hacer una especie de bolsa o recipiente con malla metálica lo suficientemente espesa como para que no escapen ‘tapas’ generosas. Ahora tenemos varias opciones para crear el rastro, partiendo desde una distancia que debería ser considerable para aumentar las posibilidades de captar ‘clientes’, y siempre dirigiéndonos hacia el sitio elegido para realizar la espera.
La primera es ‘a pata’, aunque según los decanos es necesario embadurnarse bien las botas pisando la carnaza antes de comenzar a caminar arrastrándolo con una cuerda de dos o tres metros, camuflando nuestra peste para que la presa, sobre todo si es zorro viejo, no recele. Antaño se utilizaba una caballería para este menester, y sería una fantástica opción para quien tenga la posibilidad. La otra opción, y la más rápida, es servirse del coche creando el rastro a lo largo de los caminos que serpentean por el coto, sacando el cebo por la ventanilla y arrastrándolo hasta un cruce de caminos donde situaremos el puesto. Luego lo levantaremos y nos iremos, sin que las vísceras toquen el suelo, hasta otro extremo del camino que llegue al mismo cruce. Allí volveremos a soltar y arrastrar de nuevo en dirección al puesto y repetiremos tantas veces como ramales partan del cruce. Tras dejar el coche nos dirigiremos al puesto sin pisar por donde el zorro debe entrar. Es importante que el rastro, con una técnica u otra, atraviese sus querencias y territorios, algo que constataremos observando sus huellas y excrementos, habitualmente depositados para marcar sus límites en encrucijadas y puntos altos para esparcir sus feromonas.
¿Sentado o de pie?
Aguardar bien camuflado nunca está de más, pero no es tan crucial como permanecer inmóvil, pues la raposa capta sobre todo el movimiento. Es una pena arruinar el lance después de toda la labor de ‘rastreo’ por no templar los nervios y removernos descontrolados en nuestro asiento al verla venir. Este es el momento en el que a menudo nuestro objetivo emprende una carrerilla impaciente, si no nos ha detectado, ante la presencia del premio por el que viene suspirando. Es el instante cumbre, la aparición estelar y fulgurante del cartucho del 00, tan apropiado, tan contundente. Hay quien las mata con mucho menos, pero creo que este plomo cumple con las que están cerca y con las que ya huyen algo largas ofreciéndonos las nalgas. Para el tiro de culo uno necesita un plus de presión y a mí esta munición me da garantías.
Si hemos hecho las cosas bien y hay gandanos en nuestro coto –que ya os digo yo que sí– lo más probable es que alguno cumpla, con luz de día o casi oscuro ya, pudiendo aprovechar incluso las tardes-noches con luna para aguantar un ratito más. Por lo general, no es sencillo que tras abatir uno vuelvan a entrar esa misma tarde. Lo que sí es común es que nos entre más de uno a la vez, siguiendo el mismo o rastros diferentes. Cuando hayáis cazado vuestro primer zorro a la espera os daréis cuenta de que no sólo se les debe cazar por ‘hacer gestión’, sino que podemos disfrutar de verdad ‘gestionando’.