En apenas unas décadas, el zorzal ha pasado de ser un pájaro casi despreciado a convertirse en el protagonista de miles de jornadas cinegéticas. Su abundancia y el atractivo de sus pasos migratorios han hecho de España un destino codiciado para los aficionados de toda Europa. Sin embargo, en los últimos años, las poblaciones parecen mostrar fluctuaciones que preocupan a los cazadores más veteranos.

Las causas no son únicas. Los cambios climáticos, el uso de productos agrícolas y la transformación del paisaje rural han alterado sus hábitos. Hoy, muchos zorzales permanecen más tiempo en la sierra durante el inicio de la temporada, donde encuentran alimento y refugio, y solo descienden al olivar cuando la aceituna madura. Entender estos patrones es el primer paso para favorecer su presencia.

Crear lindes y setos naturales

Conocer las costumbres del zorzal permite adaptar la gestión del coto. Una de las medidas más eficaces es la creación de lindes vivas con especies de olivo o acebuche. Estos setos no solo aportan alimento, sino que también sirven de abrigo y punto de descanso. Los caballones elevados donde se deje crecer vegetación natural son especialmente útiles, pues atraen insectos y lombrices, alimento básico para el ave.

© JyS

El acebuche destaca como la opción más práctica. Su rusticidad, bajo coste y capacidad para prosperar en suelos pobres lo convierten en un aliado perfecto. Además, si las lindes separan zonas de siembra o pastoreo, pueden actuar como barreras naturales que sustituyen a las alambradas, creando un entorno más integrado y menos hostil para la fauna.

Parcelas en mosaico y rotaciones

Otra estrategia fundamental consiste en alternar distintos tipos de cultivos. Combinar olivares con manchas de monte bajo, viñedos y siembras de cereal o leguminosas genera un mosaico que multiplica los recursos disponibles para el zorzal. Esta diversidad ecológica no solo mejora el paisaje, sino que favorece a toda la caza menor.

© JyS

En las zonas de dehesa, las rotaciones de siembras al tercio resultan especialmente eficaces: un año de siembra, otro de rastrojo y un tercero de descanso. Este sistema mantiene el suelo fértil y la presencia de insectos. Si además se enriquece con estiércol orgánico —entre 5.000 y 10.000 kilos por hectárea— y superfosfato de cal, el resultado será un terreno más vivo, con lombrices y materia orgánica que atraerán al zorzal desde los primeros fríos de octubre.

El valor del olivar tradicional

Los olivares abandonados o de difícil acceso pueden convertirse en refugios naturales de enorme valor. Su gestión como olivares ‘ecológicos’, con menos tratamientos químicos y una recolección tardía, permite mantener la biodiversidad y atraer a las especies insectívoras. En ellos, el zorzal encuentra alimento, cobertura y tranquilidad.

Al integrarlos en el mosaico de parcelas, conviene tener en cuenta los pasos habituales de las aves. Una disposición ordenada de las franjas de olivar, sin excesiva dispersión, facilita su concentración y permite planificar mejor las jornadas de caza. Cada finca, no obstante, debe adaptarse a su orografía y posibilidades.

El autor, con un zorzal.
Un cazador cobra un zorzal. © Ángel Vidal

Respetar los ciclos del campo

Ninguna mejora del hábitat será efectiva si se ignora un principio básico: la moderación en las capturas. Excederse en el número de tiradas o en la frecuencia de las jornadas puede arruinar el trabajo de toda una temporada. Lo recomendable es dejar al menos quince días entre cacerías en una misma zona de paso. Solo así se garantiza que los zorzales vuelvan y el equilibrio se mantenga año tras año.

En definitiva, atraer más zorzales al coto no depende de un secreto oculto, sino de una gestión racional que combine alimento, refugio y respeto. Donde el monte, el olivar y las siembras se entienden como parte de un mismo ecosistema, los zorzales no tardan en volver.

Síguenos en discover

Sobre el autor