A simple vista podría confundirse con una nutria o un castor, pero el coipú (Myocastor coypus) dista mucho de ser un animal inofensivo. Este roedor semiacuático, de incisivos anaranjados y aspecto simpático, ha pasado de ser un recurso peletero introducido en Europa en el siglo XIX a convertirse en una auténtica amenaza para los ríos, humedales y cultivos españoles.

Su capacidad de adaptación y su voracidad lo convierten en un rival difícil de frenar. Vive en ecosistemas acuáticos, donde consume raíces, hierbas y plantas enteras, arrasando con la vegetación de ribera y desplazando a especies autóctonas. A ello se suma su hábito de excavar en las orillas, lo que genera erosión y desestabiliza infraestructuras hidráulicas como diques o sistemas de riego.

Una expansión difícil de contener

El coipú entró en España hace unos 15 años desde la frontera francesa y rápidamente encontró terreno fértil en Cataluña, Navarra y País Vasco. Hoy ya se han registrado avistamientos en provincias como Alicante o Granada. Su elevada tasa de reproducción, con camadas de hasta seis crías al año, acelera un crecimiento poblacional que se extiende río abajo sin control aparente.

En Cataluña, la Generalitat ha desplegado un plan de choque que ya ha reducido un 40 % la población en algunas comarcas de Gerona. Se han colocado trampas nocturnas con cebo de manzana, con las que en 2023 se capturaron 1.548 ejemplares, cinco veces más que el año anterior. El objetivo es proteger la biodiversidad local y los cultivos agrícolas, cada vez más afectados por este roedor.

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Impacto en agricultura y salud

Los agricultores del Ampurdán y otras zonas ribereñas denuncian daños constantes en sus campos de arroz, maíz y hortalizas. El coipú arranca las raíces, provoca hundimientos en los sistemas de riego y compromete cosechas enteras. Pero no solo preocupa su efecto en la producción agrícola: este roedor es también portador de enfermedades como la Fasciola hepática, que puede transmitirse a humanos y ganado, generando graves problemas hepáticos.

El Ministerio para la Transición Ecológica lo incluye en el catálogo de especies exóticas invasoras, advirtiendo de que su expansión altera los hábitats acuáticos, reduce zonas de freza de peces y nidificación de aves, y compromete seriamente la estabilidad de los ecosistemas fluviales.

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Una apariencia engañosa

Lo más paradójico es que este animal, con su «cara adorable», se haya convertido en uno de los invasores más peligrosos de la Península. No se trata de un depredador agresivo, sino de un herbívoro cuya dieta y comportamiento alteran silenciosamente el equilibrio de los ríos. Y mientras sigue avanzando, las autoridades se enfrentan al reto de contener una especie que llegó como negocio y hoy es sinónimo de amenaza ambiental.

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