¿Puede un lince cazar a un animal que lo duplica o incluso lo triplica en tamaño? Un lince ibérico (Lynx pardinus) adulto pesa, de media, entre 9 y 15 kilos y alcanza cerca de un metro de longitud, con unos 50 centímetros a la cruz. El corzo (Capreolus capreolus), por su parte, ronda los 20–35 kilos —según sexo y condición— y se sitúa en 65–75 centímetros de altura a la cruz. En peso, por tanto, un corzo puede ser entre dos y tres veces más pesado que este depredador. Esa aparente desventaja no ha impedido documentar ataques exitosos de lince a corzo en un estudio reciente titulado Un sistema depredador-presa inusual que incluye al lince ibérico y al corzo firmado por los investigadores David Relimpio, Julio Isla, Marta Rafael, Alberto Perelló, Gabriela de la Fuente, José de la Fuente y Christian Gortázar.
El lince ibérico es un depredador muy especializado en cazar conejos (Oryctolagus cuniculus), que suponen la mayor parte de su dieta. Sin embargo, en los últimos años se han dado nuevas circunstancias: por un lado, el lince se está recuperando y aumentando su presencia en muchas zonas de la península; por otro, el corzo también está expandiéndose. Esto ha hecho que ambas especies coincidan en los mismos territorios, lo que planteaba una pregunta: ¿puede el lince influir en las poblaciones de corzo cazando a sus ejemplares?
Para responderla, los investigadores trabajaron en un área donde hay muchos linces y también una población abundante de corzos. Allí utilizaron tres herramientas: cámaras trampa para grabar el comportamiento de los animales, análisis genéticos de excrementos para identificar presas y un examen forense de una pieza hallada muerta.

Evidencias claras de un ataque
Los resultados fueron claros. En las cámaras trampa, las zonas con linces no coincidían especialmente con las de corzos, lo que sugiere que el conejo sigue siendo la presa preferida del felino. Sin embargo, en dos de las quince muestras de excrementos de lince analizadas se detectó ADN de corzo, lo que indica que, al menos en esas ocasiones, formó parte de su dieta.
La prueba más concluyente llegó cuando los guardas del coto encontraron una corza adulta recién muerta. Colocaron dos cámaras en el lugar y, durante ocho horas, grabaron tres visitas de una hembra de lince ibérico equipada con collar GPS. El cadáver presentaba lesiones compatibles con el ataque de este felino, lo que confirmó que no se trataba de carroñeo, sino de una depredación real.
Ataques poco frecuentes, pero con posible impacto
El trabajo subraya que la predación sobre corzo es es poco frecuente y puntual. Sin embargo, habría que conocer si puede afectar a la dinámica local del corzo, especialmente en épocas clave, como durante la cría, ya que podría reducir el número de corcinos que llegan a adultos en determinadas zonas.
Los autores advierten de las limitaciones muestrales, la combinación de técnicas —cámaras trampa, genética y patología— proporciona una evidencia sólida y metodológicamente triangulada. A medida que la recuperación del lince y la expansión del corzo continúen, estudios con series temporales más largas permitirán afinar el peso real de esta interacción en la península ibérica. Entretanto, el mensaje principal queda claro: los científicos españoles certifican que el lince ibérico es capaz de abatir corzos, aun cuando estos le doblan —e incluso triplican— en masa corporal.








