La caza y los toros han exhibido un histórico corporativismo contra aquellos colectivos críticos y prohibicionistas que odian las actividades en las que los animales no participan en relación de igualdad con los humanos. Esta ocurrencia de la igualdad sonaría a broma si no fuera porque empieza a tener cierto eco en núcleos tan desconectados de la realidad natural que empiezan a tomar en serio los delirantes postulados animalistas. Como Hegel predijo, a toda tesis debe contraponerse una antítesis, y a medida que esta descabellada ideología coloniza nuevos estratos sociales la base de resistencia amplía la suya en igual medida con grupos heterogéneos pero análogos en el tener el animal por epicentro –ganaderos y pescadores, hípica, cinofilia, zoológicos, circos, colombofilia, canaricultura, silvestrismo, granjas cinegéticas, mascotas…– que manifiestan cada vez más su interés por colegiar esta convergencia. Ya saben: reunión de pastores, ovejas muertas.

El sentido de esta nota es hacer notar que, aunque compartamos enemigo, las argumentaciones de defensa son y deben ser distintas. La caza es una herramienta imprescindible de gestión medioambiental de un recurso natural renovable como es la fauna silvestre. El control de epizootias, el equilibrio las pirámides poblacionales, la protección de flora y fauna amenazada, la defensa de la agricultura, de los pastos ganaderos, el control de predadores, la prevención de accidentes de tráfico, la mejora de renta agraria… la gestión, en definitiva, junto a la importancia socioeconómica en la España vaciada son argumentos exclusivamente cinegéticos, además de los culturales –literarios, pintura, escultura, armas, taxidermia, musicales, gastronómicos…– que sólo un necio podría negar. La caza es, además, una actividad trasversal e internacional regulada en la inmensa mayoría de los países con argumentos no aplicables a otros colectivos que, sin poner en duda la sensatez de los suyos, no son homologables a los nuestros.

Lamentablemente, la corrección política parece más sensible a satisfacer las bulliciosas ideologías radicales minoritarias que las del manso colectivo venatorio que con tibieza reclama sentido común desde sus múltiples argumentos favorables. No se niegan los beneficios de una estrategia común con otros colectivos estigmatizados, pero distinguiendo nuestras singulares líneas de defensa. En definitiva, juntos sí pero no revueltos. Compartir la sospecha moral del integrismo animalista no implica entrar a todos los colectivos afectados en un mismo saco. El viento es el mismo, sí, pero navegamos con velas diferentes. Sería un error homologar nuestras demandas.

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