Para que un animal pueda considerarse objetivo de caza deportiva, es decir, pieza de caza, es obligado que cumpla tres requisitos zoológicos que son el ser un animal libre, silvestre y autóctono, como garantía de un enfrentamiento equilibrado que acerque la actividad por mimesis –imitación– a la dialéctica natural. Por otra parte, para que el cazador pueda considerarse deportivo deberá estar sometido a preceptos axiológicos –valores– y limitar sus acciones acatando la legalidad vigente, esto es, un cazador deportivo debe ser un cazador institucional observando las restricciones y normativas que de ellas se derivan –vedas, cupos, licencias, permisos, limitación de espacios y especies, etc–.

La esencia de la caza deportiva, decía, es tratar de reproducir la dialéctica natural entre presa y predador donde la singularidad de este es la de ser humano y por tanto tiene el deber de comportarse como tal. No existe caza deportiva en la naturaleza, la deportividad es exclusivamente antrópica. Cuando el animal pierde su condición natural y es criado ad hoc para asegurar su cosecha, el equilibrio de la noble ecuación desaparece y el resultado es una actividad sucedánea, un trampantojo que se nutre de esa ganadería singular que es a lo que llamamos caza preparada, granja, bote, cercón, suelta, refuerzo o cualquier otro eufemismo que enmascare de la ecuación, la determinación de todo animal silvestre por conservar su vida; un instinto tallado en la intemperie, el acoso de predadores, la escasez de recursos y el obligado tributo a la selección natural que exige el aprendizaje.

En definitiva, esta fauna preparada siempre será una analogía de la natural, es decir, tendrá criterios de semejanza pero no de identidad, pues aunque se trate de recrear en su cría las condiciones silvestre, la libertad siempre será restringida, su nutrición garantizada y los riesgos naturales minimizados. Voladeros, cercones, vallados… han abaratado sin duda la oferta del ágora venatorio pues en la medida que el sucedáneo pierde silvestrismo, se facilita su cosecha, por eso la caza natural nunca podrá competir en costos con la de granja, aunque ambas compartan el objetivo de abastecer el mercado cinegético.

La cría artificial de caza debe pues considerarse ganadería singular. La única diferencia respecto a la doméstica es que el destino no es el matadero, sino un espacio restringido donde el cazador actúa de matarife circunstancial capturándola a cambio de una plusvalía cuyo precio lo determina la especie, el número, la calidad y los servicios recibidos. Es esto a lo que llamamos caza análoga o adjetiva –cercón, bote, jaulón, preparada, sembrada…–, pues necesitamos calificarla para no confundirla con la caza sustantiva, es decir, caza, donde un cazador legal se mide a una fauna libre, silvestre y autóctona.

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