israel hernandez

Tenemos que hablar de carne. Por muchos motivos. El más importante, el mismo de siempre desde que el hombre es hombre: la necesitamos. Igual que la necesitábamos hace millones de años, cuando implorábamos por ella a primigenios dioses, grabando nuestros anhelos con sangre y ceniza en oscuras cavernas, iluminados por el fuego y por el hambre, ansiosos por acortar la distancia que la separaba de nuestros estómagos con la herramienta más mágica que jamás hemos conocido: la caza. La misma caza que nos convirtió en el hombre que hoy somos.

La necesitamos como la necesitaron los pueblos nómadas que recorrieron el mundo tras ella, caminando pacientes con los siglos, hasta colonizarlo. Viajeros incansables que durante miles y miles de años alimentaron su existencia, sus habilidades, su progreso y sus sueños con las presas que la portaban. Hasta que el desarrollo de nuestro cerebro y la acumulación de conocimiento nos permitió tomar animales salvajes y domesticarlos, poniendo fin a su efímera e incierta presencia.

Aún así la seguimos necesitando cada vez que nuestra estupidez quiso hacer una muesca en la Historia, lo cual, como era de esperar, sucedió con demasiada frecuencia. De esta manera, en nuestro pasado reciente nuestros abuelos la necesitaron para exiliar la desolación de sus estómagos, vacíos y sin futuro, después de sobrevivir a una guerra maldita entre hermanos.

Y hoy la necesitamos, aunque de otra manera muy diferente. Después de haber sido lo suficientemente insensatos como para olvidarnos de ella durante décadas, toca devolverla al lugar que se merece. Hoy en día, con una sociedad mayoritariamente urbana, cada vez más alejada del mundo natural, la carne salvaje vuelve para dar sentido a la acción de cazar y al individuo cazador ante sus ojos. Porque es un argumento de defensa irrebatible, un derecho inalienable: yo quiero que mi familia se alimente de una manera natural, ‘ecológica’ y sana con productos que, por desgracia, no suelen encontrarse en los estantes del supermercado. Por eso cazo animales. Y por eso me los como. 

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