Todavía está oscuro, no estoy seguro de si la claridad del día va apareciendo poco a poco o mis ojos se han acostumbrado a caminar en la oscuridad. Intento controlar mi respiración agitada para escuchar lo que ocurre a mi alrededor. Estamos a mediados de septiembre y aún no han llegado las primeras lluvias del otoño. Probablemente sea demasiado pronto para el pico del celo, pero más vale un poco pronto que tarde.

Espero escuchar algo antes de que amanezca para poder moverme rápido y posicionarme mientras puedo ocultarme en la oscuridad. A lo lejos me parece oír un berrido, pero está tan lejos que no estoy seguro de si me lo estoy inventando o si realmente era real. Suelto un bramido de posicionamiento suave buscando una respuesta para localizar al ciervo con mayor precisión.

Por mucho que me guste la parte de interacción de reclamar sé que no es la forma más eficiente de dar con ellos, pero el arco tampoco lo es para abatirlos.

El escenario en el que tuvo lugar la caza en berrea.
El escenario en el que tuvo lugar la caza en berrea. © Pedro Ampuero

El venado finalmente responde y me permite localizar mejor la zona donde se encuentra, saco el arco de mi mochila y empiezo a acortar la distancia. Algunas personas creen que la profundidad o la entonación del bramido puede darte una idea de la edad del animal, pero mi experiencia me ha demostrado que el tono no te garantiza nada. Algunos de los más grandes que he visto sonaban fatal. En mi opinión, lo que distingue a la clase de ciervo que estás persiguiendo es su estado de ánimo.

El rey de la montaña

El rey de la montaña no necesita demostrar nada a nadie, todo el mundo sabe quién manda. Le basta con lanzar de vez en cuando un bramido para recordar a todo el mundo que está cerca. En cambio, un ciervo en su mejor momento necesita lucirse y llamar la atención de todos. Será mucho más activo, responderá más rápido y berreará con más frecuencia.

Los más jóvenes permanecen en silencio, sin tratar de llamar la atención de nadie con la esperanza de robar alguna cierva sin ser descubiertos. El instinto es oír el bramido e ir directamente hacia él. Para cuando llegas, el ciervo ya se ha movido, así que vas detrás, hasta que acabas perdiendo toda la mañana persiguiendo a un venado que brama cien metros por delante de ti. Muchas veces simplemente saben que estamos detrás de ellos, y se limitan a mantener una distancia de seguridad.

Después de años perdiendo el tiempo por fin comprendí que lo estaba haciendo mal. No se trata de perseguir al ciervo en el presente, sino de hacerlo en el futuro. Como en la ajedrez, la clave está en predecir los movimientos futuros con antelación, no en intentar luchar contra las amenazas del momento.

Se trata de entender el terreno, la situación, el lenguaje del ciervo… para intentar predecir dónde estará dentro de media hora. ¿Se dirige a la cama, o sale a alimentarse? ¿Está solo o con ciervas? Si es así, ¿qué van a hacer éstas? Estar siempre un par de movimientos por delante de ellos.

Pedro buscando al gran ciervo con sus prismáticos.
Pedro buscando al gran ciervo con sus prismáticos. © Pedro Ampuero

Por fin logramos ver al gran ciervo

Con las primeras luces el ciervo sube lentamente por las montañas junto a sus cuatro ciervas en busca de un lugar para acostarse. Conseguimos vislumbrarlo y parece un animal precioso, así que sin perder tiempo procedemos a rodearlo y ganar altura antes de que las corrientes térmicas cambien con los primeros rayos de sol. Después de un par de temporadas duras sin éxito, este año estaba dispuesto a darlo todo.

Después de pasar tanto tiempo y ver su dirección tenemos una idea clara de dónde podría acostarse el ciervo… Perdemos al venado dentro de una mancha de pequeños árboles y arbustos y esperamos un poco a que se calme el viento antes de acortar la distancia. No soy muy partidario de recechar animales encamados, ya que lo único que hacen es buscar el peligro, pero las cosas no siempre salen como uno quiere. Voy por mi cuenta para acortar esos últimos metros muy despacio, no lo veo, pero tiene que estar encamado en algún sitio. Después de cada paso, me paro para mirar: esas cuatro ciervas son más difíciles de ver ya que no tienen una amasijo de puntas gigantes entre las orejas.

A 50 metros localizo por fin una de las coronas del ciervo. Efectivamente, es precioso. 

Pedro se prepara para el disparo con su arco.
Pedro se prepara para el disparo con su arco. © Pedro Ampuero

Tengo que tomar una decisión

Está encamado y no tengo ventana de tiro. Con el viento pegándome fuerte en la cara, sólo puedo esperar a que se levante, pero por el momento del día no creo que tenga prisa. Una hora, dos horas, tres… ¿Tal vez debería tirar una piedra para ayudarle a moverse? Mucho mejor, ¿por qué no enviarle un berrido bajito? ¿O podría acercarme más y buscar una ventana de tiro? Mil cosas se me ocurren mientras espero de rodillas a que se levante.

Helado y sin comida ni agua, dejo caer mi mochila detrás. Algo en mí sabía que, con un buen viento, lo correcto era ser paciente y esperar. Un animal que se levanta por sí mismo siempre ofrece una mejor oportunidad de tiro. Lo hace, pero ha vuelto a echarse en un lugar diferente y ya no puedo verlo. Cada hora que paso allí sentado sin moverme me compromete más a hacer lo que sea necesario. Es uno de los animales por los que más he trabajado y no voy a dejarlo ahora. Si ya llevo seis horas aquí, no puedo pasar mucho tiempo antes de que se mueva, no pienso tirar seis horas de trabajo a la basura. Necesito orinar y lo hago dentro de la madriguera de un ratón para asegurarme de que no me huela. Estoy perdiendo la cabeza…

Diez horas más tarde el sol empieza a ponerse en el horizonte. Me estoy volviendo loco. Esto puede haber sido la mayor pérdida de tiempo de mi vida… o la espera más brillante. Empiezo a dudar de que el macho siga ahí cuando veo una parte de su cornamenta moverse. Se acuesta de nuevo. En este caso creo que si mejoro mi posición diez metros más puedo tener una ventana de tiro. Todavía mantengo la esperanza.

El momento de la verdad

Me arrastro hasta colocarme a 42 metros del venado encamado y encuentro una ventana despejada. La caza es una combinación de miles de pequeñas decisiones, cada una de ellas igual de importante para el resultado. Se trata de analizar los riesgos. ¿Qué debo hacer? ¿Esperar a que se levante? Pero me estoy quedando sin luz, y si da dos pasos la ocasión se perderá de nuevo entre los arbustos. ¿Debo reclamar para que se mueva?

Demasiado arriesgado, estoy demasiado cerca y tendría que precipitar el disparo. ¿Dispararle encamado? Es difícil, ya que el animal se acuesta mirando hacia otro lado… Nunca hay una respuesta correcta. El sol se pone rápido. Estoy exhausto y tengo que tomar una decisión. 50 metros. Puedo pegar a una manzana a esta distancia. Decido tomarme todo el tiempo del mundo para hacer un tiro comprometido antes que esperar uno precipitado.

Pedro con el ciervo recién abatido.
Pedro con el ciervo recién abatido. © Pedro Ampuero

Sólo tengo que analizar bien el parche del manto en el que tengo que poner la flecha para alcanzar los órganos vitales. Saber dónde están en animales encamados y tumbados de lado no es tan intuitivo como puede parecer. Tomo un poco de hierba como referencia, ajusto la mira a la distancia exacta y respiro hondo.

La flecha vuela y golpea exactamente donde estaba apuntando, llegando hasta el emplumado. El macho se levanta y desaparece detrás de los arbustos, colina abajo. Permanezco en silencio, tratando de escuchar un indicio de lo que podría estar pasando. A los diez segundos después escucho a mis compañeros Samuel y Fernando gritando a pleno pulmón. Corro hacia mi mochila en busca de la radio para decirles que cierren el pico, que acabo de abatirlo, no quiero que lo espantaran. «¡Pedro, Pedro! ¡Escucha!», les oigo decir cuando enciendo la radio. «¡Está muerto! ¡El ciervo está muerto!». Me cuesta creerlo. «¿Estáis seguros?». Ha sido un disparo complicado. «¡Ha caído, ha caído en segundos! ¡Lo hemos conseguido!».

El ciervo más difícil

Cuando piensas en que la caza con arco es una elección estúpida que sólo consiste en convertir las cosas difíciles en más difíciles aún, entonces suceden tipo de cosas con una carga de emociones que te hacen olvidar todo el sufrimiento que conlleva. No hay otro deporte amateur que te pueda brindar momentos como este.

La flecha había entrado por la cadera y atravesado los pulmones para clavarse en el corazón. Calculé que había tenido diez horas para prepararme mentalmente para efectuar ese disparo. Jamás pensé que podría aguantar la presión tanto tiempo, pero finalmente me hice con mi venado de aquella temporada.

Vuelta a casa con las mochilas llenas de carne.
Vuelta a casa con las mochilas llenas de carne. © Pedro Ampuero

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