El vídeo es breve, pero deja una escena más cotidiana de lo que muchos piensan. La pala del tractor avanza con precisión entre los paquetes de paja, apoyada en unos pinchos que facilitan la recogida. El operario despeja el hueco final del pajar, ese rincón donde se acumulan el polvo fino y los últimos restos de la campaña. Y entonces sucede: bajo el bulto dorado, aparecen dos cuerpecillos rojizos, pelaje aún joven, mirada alerta. Son crías de zorro rojo (Vulpes vulpes) que, al quedar al descubierto, buscan la luz de la puerta y huyen al exterior corriendo nerviosas. La cámara apenas alcanza a seguirlos; la sorpresa dura segundos, pero condensa una historia de adaptación que se repite cada temporada en la España rural.
Por qué los zorros eligen los pajares
Lejos de ser un hecho aislado, este tipo de hallazgos resulta relativamente frecuente. Los pajares reúnen tres atributos valiosísimos para la fauna oportunista: están secos, están templados y ofrecen una red de pasadizos naturales. La separación que queda entre los fardos —más aún en construcciones voluminosas— forma auténticas galerías por las que los animales de tamaño medio pueden moverse con facilidad. No hay corrientes de agua, la humedad es mínima y la temperatura es más estable que a la intemperie. Para una zorra, que busca un lugar seguro para parir y amamantar, el pajar se convierte en una especie de madriguera prefabricada: inaccesible para la mayoría de depredadores, confortable y discretamente conectada con el exterior.
En las imágenes que describimos, la presencia de dos jóvenes que se mueven con soltura indica que no son neonatos: han crecido lo suficiente para realizar excursiones nocturnas de aprendizaje por los alrededores, olisqueando los lindes, persiguiendo insectos y midiendo distancias. Lo habitual es que, tras esa ronda de tanteo, regresen al amanecer al refugio que conocen. La fidelidad al escondite diurno es parte de su estrategia de supervivencia durante las primeras fases de vida. En ese periodo, la paja funciona para ellos como un sistema de túneles: permite esconderse en segundos y ofrece múltiples salidas si perciben peligro.
@sandrocipriani93
Una convivencia habitual en el medio rural
Quien trabaja con paja lo sabe: al mover los últimos paquetes aparecen, a veces, gatos, mustélidos o pequeños roedores que han aprovechado la arquitectura del montón. Los zorros, más escurridizos, suelen delatarse sólo cuando la maquinaria levanta el techo de su escondite. España, con millones de pacas almacenadas cada año, ofrece un mapa infinito de refugios temporales, y los animales aprenden rápido. La escena que hoy sorprende al espectador ha ocurrido ayer en otro municipio y se repetirá mañana en un pajar vecino.
El pajar, visto desde la altura del zorro, funciona como una fortaleza. Las paredes de paja amortiguan el sonido y ocultan la presencia de quien se mueve entre sus canales. Las capas de fardos, apiladas con regularidad, ofrecen módulos repetidos que facilitan la orientación. Al exterior, los olores del campo —heno, cereal, polvo— difuminan el rastro de los cachorros. La maquinaria pesada es, prácticamente, el único factor que puede desbaratar ese sistema de seguridad. De ahí que la irrupción del tractor sea, para los zorros, una señal inequívoca de mudanza.
Esta lógica explica que la zorra escogiera ese emplazamiento para parir y que los jóvenes, aún en fase de aprendizaje, mantengan la rutina de volver al nido durante el día. También explica por qué la escena se repite en zonas cerealistas, ganaderas o mixtas: allí donde hay volumen y continuidad de pacas, hay refugios potenciales. La cámara, en este caso, sólo ha fijado el instante en que dos de esos inquilinos han tenido que improvisar salida.








