Lluvias torrenciales, olas de calor y estaciones a ‘destiempo’. Es sólo la punta del iceberg: así afectará a la actividad cinegética en poco más de una década.

6/12/2019 | Carlos Sánchez y Carlos Díez (Ciencia y Caza)

El cambio climático modificará nuestra forma de cazar. /Israel Hernández
El cambio climático modificará nuestra forma de cazar. /Israel Hernández

La caza y nuestros perros sufrirán más enfermedades –y nosotros también–

Una consecuencia directa del aumento de las temperaturas medias será la presencia de un mayor número de insectos, los grandes responsables de la transmisión de la mayoría de las patologías.

La ausencia de inviernos como ‘los de antes’ está favoreciendo la aparición y expansión de afecciones antes muy poco frecuentes o desconocidas debido a la mayor abundancia de vectores que las transmiten. En 2030 los mosquitos, pulgas y garrapatas lo tendrán –de hecho ya lo tienen– mucho más fácil para sobrevivir. Por ello pueden darse brotes de mixomatosis durante casi todo el año, hoy la leishmaniosis está presente en la mayor parte de la Ibérica y los casos de la temida enfermedad de Lyme –que también sufrimos los humanos y los perros– prosigue en aumento, pues las garrapatas ya no sufren los rigores del invierno. Los recientes casos de fiebres hemorrágicas transmitidas por estas últimas tampoco son una buena señal para quienes trabajan en el campo o están en contacto con animales, como los cazadores.

Predadores y presas: un nuevo equilibrio

Los desajustes en los ecosistemas se traducirán en un cambio en el status quo de las distintas especies por sus diferentes capacidades para adaptarse a los cambios de temperatura y precipitaciones.

Habrá ganadores y perdedores, pero los efectos serían negativos para presas y predadores. Los primeros serán aquellas que pueden vivir en hábitats agrícolas muy modificados o ambientes urbanos, como la torcaz, los córvidos y mamíferos –desde roedores hasta cánidos como los zorros– nada ‘exquisitos’ a la hora de alimentarse. Los perdedores serán las especies más especializadas como la perdiz, la codorniz, la becada y otras aves esteparias que nidifican en el suelo y han de alimentar a sus pollos con insectos en sus primeras semanas de vida: no podrán aguantar la presión predatoria ante la ausencia de un hábitat adecuado para reproducirse. Otras como el conejo y la liebre estarían en un ‘punto medio’ al poder soportar una fuerte predación por su alta capacidad reproductiva.

Las piezas huirán hacia el norte y buscarán más altitud

El aumento de las temperaturas y las sequías provocará que las especies cinegéticas más ‘mediterráneas’, como ciervos, jabalíes y corzos, ganen terreno en el norte; otras más atlánticas y de altura, como becadas y rebecos, verán reducido su hábitat y distribución.

Especies cantábricas y pirenaicas como el urogallo y la perdiz pardilla se encuentran en altitudes cada vez mayores y van reduciendo su área de distribución, mientras otras que antaño migraban a sus cuarteles africanos de invernada, como la codorniz, ya no cruzan el Estrecho y pasan su invierno en Extremadura y Andalucía. Los estudios sugieren que especies de caza mayor como el jabalí, cérvidos y bóvidos, y otras como la becada y codorniz, verán reducida su distribución muy posiblemente por los cambios de hábitat que harán que el sur peninsular se vaya pareciendo más a un secarral que al monte mediterráneo de toda la vida. El caso de las migratorias podría ser el más acusado, pues buscan unas condiciones concretas de clima y hábitat en sus áreas de invernada y de cría. Esto se da ya en Europa con especies como las agachadizas –no reproductoras en España–, que buscan zonas de cría cada vez más al norte: en países del Báltico donde antaño anidaban ya no cuentan con aves reproductoras.
Además del aumento de las temperaturas hay que tener en cuenta los cambios en los aprovechamientos agrícolas y forestales: pensemos en especies como la codorniz, cuya reproducción se sincroniza con la maduración de grano, o el corzo, que decide si gestar hembras o machos en función de su condición corporal y abundancia de alimento en el monte. La gran pregunta es la reacción de especies subalpinas como el rebeco, que necesitan pastos en altura para sobrevivir: ¿desaparecerán de las cumbres de la Cornisa Cantábrica y los Pirineos?

Fechas de caza cambiantes

El anticipo de la primavera se traducirá el adelanto, de incluso varios meses, de las épocas de celo de la mayoría de las especies, lo que supondrá el cambio del calendario cinegético tal y como lo conocemos.

¿Y si las temperaturas y precipitaciones no llegan o lo hacen a destiempo? Las especies tendrán que reajustar sus épocas reproductoras, si bien ya lo hacen: las perdices tienen puestas tardías y las corzas ‘deciden’ el sexo de los corcinos según su condición física. Estos cambios afectarían a la cría, repercutiendo en las fechas hábiles de caza. Es complicado determinar cómo se verían afectados los celos en 2030. En los últimos años a cada estación le cuesta cada vez más entrar: el frío de verdad llega en enero-febrero y las lluvias primaverales en mayo, el calor veraniego se extiende hasta entrado octubre-noviembre… Posiblemente nos encontraríamos ante fechas hábiles de caza variables y supeditadas a la climatología de cada temporada y su impacto en las especies cinegéticas. La general podría ir de noviembre a marzo: ya vemos cómo la apertura de la menor se retrasa en muchos cotos por las sequías y el calor. La berrea y la ronca podría correr el mismo destino, arrancando bien entrado octubre. Los grandes interrogantes estarían en la media veda y los descastes. Cada vez vemos menos codornices en agosto. ¿Acabaremos cazándolas antes con el fresquito de las primaveras tardías? ¿O en la temporada general debido a que crecerá el número de sedentarias? Y en cuanto a los conejos, ¿seguiremos asistiendo a sus ‘explosiones demográficas’ en las fechas habituales o podremos cazarlos todo el año? Todo apunta a que esta última puede ser la opción más factible.

Más invasores… y más plagas

Algunas especies sucumbirán ante los cambios del clima mientras otras se volverán más fuertes y su número crecerá de manera exponencial. Trampero o especialista en control de especies predadoras e invasoras serán profesiones con muchas salidas.

Las cifras son demoledoras: un estudio publicado en 2009 por G.R. Whalter y su equipo de colaboradores asegura que más de 400 especies de insectos de África, Australia, Asia y América se han asentado en Europa en los últimos tiempos, especialmente en la región mediterránea por el hecho de que se dan parecidas condiciones de clima y hábitat que en sus países de origen. Junto con ellos hoy tenemos especies de cangrejos, percas, cotorras, hormigas, galápagos, hormigas… que por la mano del hombre y favorecidos por la bondad del clima se han ido extendiendo y causando problemas importantes. El caso de las plagas es sin duda uno de los más delicados y preocupantes, dado que históricamente han arrasado cosechas enteras y generados graves consecuencias económicas y sociales. El calentamiento global ha favorecido a especies, tanto nativas como invasoras, que además son depredadoras. Por ejemplo, los climas más templados favorecen la supervivencia de los roedores durante el invierno y algunos de ellos, como las ratas, pueden causar auténticas catástrofes en muchas nidadas… pero, según apunta Whalter, quizás algunas especies invasoras de aves nos ayuden a controlar especies de insectos que no queremos.

Cazaremos otras especies

Mapaches en españa
El mapache ya está presente en Madrid, Asturias y Doñana. / Shutterstock

Exóticas e invasoras como cotorras, coipús y mapaches están siendo controlados para reducir sus posibles impactos negativos. Tampoco podemos descartar que desde el norte de África y otras áreas mediterráneas lleguen nuevas especies huyendo del calor africano. ¿Será la Península más atractiva para la perdiz moruna y otras especies de tórtolas y palomas que podremos cazar?

Así como muchas codornices se han vuelto sedentarias y ya no migran a África, es posible que en el futuro tengamos especies migratorias más ‘asentadas’, especialmente aquellas que invernan en este continente. Esto se debe a que en África el hábitat ha sido modificado y hace demasiado calor, junto con el hecho de que en Europa los inviernos ya no son tan duros como antes. No obstante, no está tan claro si sedentarias como la perdiz moruna, propia de climas más áridos, se acabarían asentando en cotos del sur peninsular. Las chúkares y griegas, cuya distribución natural está lejos de la Península –Turquía y Francia e Italia respectivamente–, podrían encontrar hábitats más propicios en climas más áridos, pero es improbable que nos lleguen de forma natural y tampoco que en algún momento llegaran a incluirse en las listas de especies cazables: ya sabemos que descatalogar especies como cinegéticas es muy fácil y que al revés, casi imposible.

Crecerá la demanda de animales de granja

Es probable que para seguir practicando nuestra afición aumente la necesidad de liberar ejemplares de perdiz, conejo, liebre… Sólo algunos privilegiados podrán seguir cazando piezas silvestres.

Esta es una realidad que ya vivimos en nuestros cotos… si bien no se debe al cambio climático, sino a la ausencia de un hábitat y una gestión cinegética correcta. El cambio climático quizás acentúe esta situación simplemente porque a la caza silvestre les cueste más reproducirse. Durante estas últimas décadas, venimos viendo ciclos de sequía –como el sucedido entre 1990 a 1995– y estaciones ‘locas’ que hacen que estemos en manga corta en navidades y con abrigo en a principios del verano. A la caza y fauna silvestre le resulta complicado adaptarse a estos cambios: por ejemplo, si la primavera viene muy fría y lluviosa a las perdices les costará más alimentarse bien para afrontar la crianza de los perdigones, y éstos pueden tener problemas a la hora de encontrar insectos. Esto conducirá a una caza casi totalmente artificial muy distinta de la que conocieron nuestros padres y abuelos, con nuevas especies, modalidades y temporadas…

La caza ‘natural’ de acuáticas será un privilegio de unos pocos

Una de las consecuencias del cambio climático es una significativa reducción de las precipitaciones anuales, lo que desembocará en ríos de menor caudal o en cursos de agua que pasarán de permanentes a estacionales. El resultado será la desaparición de numerosas zonas de humedales.

La desertificación ya es un hecho tanto en la Península Ibérica como en los archipiélagos, donde existen cientos de miles de hectáreas con un alto riesgo de convertirse en desiertos en un futuro no demasiado lejano. Nuestros humedales están hoy más amenazados que nunca y con ellos gran parte de la avifauna –incluida la cinegética– que en ellos habita. Es posible que la ausencia de estas zonas y de cursos de agua permanentes fuerce, dentro de unos 15 años, la creación de charcas artificiales para poder disfrutar de la caza de las acuáticas, pero… ¿será lo mismo?

Un campo no tan distinto del que conocemos

La necesidad de seguir cultivando en peores condiciones traerá consigo paisajes y usos agrícolas nuevos que tendrán efectos negativos y también positivos para nuestras especies cinegéticas.

Por la evolución de la agricultura y ganadería de los últimos 50 años está claro que los cultivos intensivos lo serán todavía más, con variedades que crezcan más rápido, maduren más pronto y sean más productivas. Cabe preguntarse cómo será la evolución de las producciones orgánicas y ecológicas que cada vez tienen más cabida en los consumidores. En estos momentos ya tenemos especies ‘ganadoras’ por ciertas prácticas –como las codornices y los jabalíes, que aprovechan los cultivos de regadío intensivos–, mientras que otras, como la avifauna, que sufre las consecuencias de los tóxicos utilizados. Por lo tanto, nos encontramos con dos escenarios para la menor: uno ‘positivo’, debido al desarrollo de una agricultura más preocupada en mantener la biodiversidad y contrarrestar el cambio climático –objetivos de la Politica Agraria Común (PAC)–, y otro ‘negativo, más centrado en asegurar la producción agrícola –como en el que a día de hoy nos encontramos–. O mucho cambian las cosas o nuestros campos no serán más que un erial, sin perdices, conejos, liebres ni otras tantas especies no cinegética. Caso distinto sería la caza mayor, menos dependiente de los medios agrícolas.

Mejores trofeos… ¿con una gestión más intensiva?

Un clima más suave se traducirá en cuernas de mayor calidad, pero si el calentamiento y las sequías van en aumento sólo se conseguirán con la instalación de más vallados, comederos, bebederos…

Es difícil predecir si habría un impacto real en la calidad de los trofeos, si bien no tendría por qué verse afectada en aquellas fincas en las que se garantice agua y comida todo el año, es decir, con una gestión intensiva. Sabemos que los inviernos suaves propician que los animales tengan una mejor condición corporal y mejores cuernas, aunque esto depende de la calidad de los nutrientes presentes –como las sales minerales–. Ahora bien, el clima siempre ha ejercido una selección natural eliminando a aquellos ejemplares más débiles, como sucede tras grandes nevadas, así que lo que podría ser una ventaja terminaría siendo también un problema. Son las dos caras de la moneda: si los inviernos son más suaves suele haber más alimento y por lo tanto los animales pueden desarrollar mejores cuernas, pero al no haber selección natural puede que se den trofeos excepcionales y que a su vez los animales más débiles no mueran. Por ejemplo, en la Reserva de Caza de Sierra de la Culebra (Zamora) se están obteniendo los mejores trofeos de ciervo en abierto, algo que los gestores achacan a la presencia del lobo, que ayuda a ejercer una exigente selección natural. ¿Sucedería lo mismo con la ausencia de este predador, como pasa en la mayor parte de España?