La época del celo del corzo ha llegado. Durante los meses de julio y agosto machos y hembras llevan a cabo los rituales del amor en nuestros campos. Aquí te contamos algunas curiosidades que, posiblemente, desconocías.

1. ¿Cuánto dura el celo del corzo y de qué depende?

Uno de los aspectos más sorprendentes de la biología del corzo (Capreolus capreolus) es su actividad reproductiva, que se concentra durante los meses más calurosos del año, principalmente julio y agosto. Su intensidad y duración dependerá de dos factores principales, las condiciones ambientales y las horas de luz, puesto que se relaciona de forma directa con la melatonina, una hormona muy dependiente de ambos aspectos.

Por este motivo, mientras que los ejemplares ibéricos cuentan con celos más largos, que pueden superar las cuatro a seis semanas, en el caso de los del centro y norte de Europa el celo se lleva a cabo en no más de 20 días. Además, resulta llamativo comprobar cómo, dentro de nuestra propia Península, los ejemplares del sur concentran su actividad reproductiva principalmente al inicio del verano, mientras que los del norte la prolongan hasta incluso llegar al mes de septiembre, lo que demuestra su elevada capacidad de adaptación. 

2. Generalmente es monógamo

A diferencia de otros cérvidos, el corzo es habitualmente monógamo. Esto es, cada macho se emparejará con una hembra, aunque en entornos de alta densidad o con poblaciones desequilibradas podría darse el caso de que uno cubriera a varias corzas. Los primeros defienden un territorio al que las hembras se acercan en este periodo de celo para ser cubiertas tras un complejo ritual de cortejo basado en carreras y persecuciones que se producen en una superficie reducida, dando lugar a la presencia de sendas en el terreno, habitualmente con formas circulares, que se denominan coloquialmente corros de brujas. 

 3. Las corzas son capaces de detener su gestación 

Tras la cópula tiene lugar uno de los procesos más sorprendentes en términos reproductivos: la diapausa embrionaria o implantación diferida, proceso mediante el cual la corza consigue detener su gestación para hacer coincidir el parto con la primavera del año siguiente. Para ello, el óvulo fecundado permanecerá en el útero de la hembra, sin desarrollarse, durante cuatro o cinco meses, periodo tras el cual se iniciará la gestación real que dura entre 130 y 140 días, para que los partos se produzcan entre los meses de abril y mayo. 

Este fenómeno, estudiado por primera vez de forma científica en los años 50 del siglo XIX, fue descubierto gracias a la observación de cazadores que comprobaban como el celo y las cópulas se producían en verano, pero no se encontraban embriones o fetos visibles en el útero de las hembras hasta el invierno. Sorprende además que, a pesar de que hoy en día se conocen más de 130 especies en las que tiene lugar, fue el caso del corzo el primero en ser descrito científicamente.

Con este proceso es posible, por un lado, que el que el celo y las cubriciones se produzcan en el momento más favorable para los adultos, en el verano, cuando alcanzan una mejor condición corporal y el desarrollo óptimo de las cuernas en el caso de los machos, y, por otro, que los partos tengan lugar durante la primavera, momento más favorable en cuanto a condiciones ambientales, recursos tróficos y de ocultación para los corcinos. En relación con los factores que dan lugar a la implantación diferida, a pesar de los esfuerzos científicos, no son aún bien conocidos, si bien parece que los cambios metabólicos y hormonales que se producen en la hembra se asocian principalmente a una reducción en el fotoperiodo, esto es, una menor duración del día, junto con una disminución en la disponibilidad de recursos tróficos.

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Una corza con su cría. © Shutterstock

4. ¿Cómo condiciona su caza la diapausia?

Esta curiosa circunstancia hace necesario adaptar los periodos de aprovechamiento cinegético establecidos para la especie que, precisamente, tratan de coincidir con los momentos más adecuados desde un punto de vista biológico. De ese modo, la caza de machos se debe llevar a cabo en el momento en el que la cuerna está completamente desarrollada y los ejemplares alcanzan su máximo vigor, mientras que en el caso de las hembras es necesario vigilar que no hayan iniciado la gestación pero, a su vez, hayan concluido el periodo de lactación de los corcinos nacidos el año anterior.

En todo caso, la caza de la especie, basada en modalidades como el rececho, permite llevar a cabo aprovechamientos selectivos que, bien practicados, permiten una óptima gestión de la especie al poder identificar de forma muy precisa al ejemplar a abatir en cada momento, bien por la excelencia de su trofeo, bien por su condición de selectivo o por ser una hembra sin cría cuando las condiciones de las poblaciones lo hacen necesario.

5. ¿Cuántos corcinos nacen en cada parto?

Otro dato destacable es la elevada eficiencia reproductiva, con estudios que apuntan prolificidades de 1,4 a 1,8 corcinos por parto, superior a las tasas descritas para otros rumiantes silvestres. Se trata de una condición adaptativa a la situación ocupada en la cadena trófica, de manera que su carácter de especie presa hace necesario que cuente con tasas de nacimiento por parto en algunos casos cercana a dos que ayuden a perpetuar la especie. 

6. ¿Hay más machos o más hembras?

Es curioso comprobar cómo, de forma natural, la relación entre machos y hembras es cercana a 1:1, lo que indica que nacen tantas hembras como machos y, por tanto, la gestión cinegética debe ir orientada a mantener este equilibrio, aspecto que históricamente no siempre se ha tenido en cuenta, al basar la presión en muchos territorios casi en exclusiva sobre los machos. 

Por otra parte, se ha podido observar que cuando las condiciones ambientales y de hábitat no son favorables, parece existir una cierta tendencia a que se produzca un mayor número de nacimientos de hembras que de machos, tratando así de ‘compensar’ el impacto negativo del entorno con un mayor número de corzas.

7. ¿Cuándo se independizan las crías?

En el periodo comprendido entre el final de la lactación, que dura aproximadamente seis meses, y el momento del parto del año siguiente las crías del año anterior son expulsadas del lado materno, momento en el que se desplazarán en busca de nuevos territorios. Será entonces cuando se vuelven más vulnerables al efecto de depredadores, junto con las primeras semanas de vida, ambos momentos críticos en la dinámica poblacional de la especie. Una vez rechazados por la madre, los corzos buscarán lugares óptimos donde asentarse fuera del alcance de los dominios de los ya presentes en el entorno, contribuyendo así al proceso de expansión de la especie. 

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