Las especies de menor y demás habitantes del campo se enfrentan a su época de cría, para cuyo éxito será determinante que el balance entre los que comen y son comidos sea el adecuado. Si no, difícilmente podrán subsistir ni siquiera los que están arriba en la cadena alimentaria. Para decir todo esto no hay que haber estudiado biología, es simple ley de vida, pero ¿qué hay de verdad en todos estos tópicos acerca de los predadores de la caza menor?
Si nos detenemos un poco a reflexionar, podemos llegar a la conclusión errónea de que antaño la caza menor proliferaba sin ningún tipo de freno y sin que el hombre tuviese que hacer apenas nada para mantenerla o favorecerla. En realidad no es del todo así porque el hombre siempre ha gestionado el campo de un modo u otro, directa o indirectamente ha favorecido que las especies de menor tuviesen una mayor presencia, bien por practicar una agricultura sana y a pequeña escala, bien porque desde los tiempos de Maricastaña se tenía precio puesto a la cabeza de cualquier predador, antes llamados alimañas de forma genérica y despectiva.
También el mejor aprovechamiento y mantenimiento de los montes contribuía a que el hábitat de pluma y pelo fuese el ideal. Hogaño los montes son un breñal, un polvorín expuesto a cualquier chispa que desemboque en un incendio muy complicado de controlar. Prueba de que la biodiversidad necesita espacios abiertos la tenemos en la forma en que la caza menor suele proliferar en los terrenos quemados. Donde nosotros vemos catástrofe la naturaleza a menudo ve la ocasión de volver a prosperar.
Los antiguos alimañeros
Todavía vive en mi pueblo, aunque rondando ya el siglo de edad, el último de los alimañeros: el Serrano. Una persona que vivió toda su vida y crió a una familia numerosa solamente con los cuartos que sacaba de la venta de pieles, sobre todo de zorros. Creo que la desaparición de esta figura de nuestro ecosistema también ha propiciado que el desequilibrio sea mayor.
El Serrano salía muy de mañana por la finca que lo había contratado o dejado cazar y dejaba colocados según decía hasta 200 cepos que iba revisando y cambiando de lugar diariamente. Después de unos 15 o 20 días la finca había quedado casi limpia de raposas porque este prototipo de cazador se sabía todos los trucos para capturar hasta los más avezados y resabiados bichos. Entre otras historias me contaba que a los zorros listos había que ponerles dos cepos para que, evitando uno, cayeran en el otro, o cebarlos con los abortos y parias del ganado a los que estaban acostumbrados y relacionaban con la olor del hombre.
El control de predadores por cualquier medio
Estas personas hacían su función de una manera eficiente. Aunque su objetivo de ordinario no era el que proliferase la caza, la consecuencia directa era una cría espectacular. Sin embargo, lo que realmente inclinaba la balanza de una forma totalmente antiética y abominable era el uso generalizado de venenos como la estricnina que como bien sabemos permanecía activa durante mucho tiempo, creando una cadena de muerte indiscriminada.
Por temas ganaderos o cinegéticos se hicieron verdaderas tropelías y se pusieron al borde de la extinción a una buena cantidad de especies. Entonemos el mea culpa. Era fruto de la ignorancia medioambiental. Por tanto, no es de extrañar tampoco que desde la muy conveniente prohibición del veneno como herramienta de gestión las especies de menor no encuentren ese hábitat tan artificialmente idílico en los cotos de caza.
Hoy hay muchos depredadores para las especies de menor
La lista de predadores de los que deben escapar perdices, liebres y conejos, sobre todo, que son las más vulnerables de la temporada general por vivir siempre a pie de suelo y criar en nuestro territorio, es extensa y variada. Todo tipo de predadores alados como águilas, azores, halcones, búhos, lechuzas y mochuelos, pero también otros oportunistas como las urracas, zorros y mustélidos como hurones, garduñas, martas o armiños. Sin olvidar meloncillos, ginetas, serpientes… Una maraña de enemigos a los que se tiene que enfrentar una especie de menor cada día y noche ¡Quéjate tú de una mala jornada en la oficina!
Sin embargo, todos estos en mayor o menor medida siempre los hubo y sin embargo convivieron bien con la caza menor y las especies presa. Entonces, ¿qué es lo que realmente ha desestabilizado la balanza y provocado que hoy en día a las especies de menor les sea casi imposible proliferar?
Jabalí, el enemigo público número uno
Como este artículo va sobre predadores vamos a obviar el hecho incuestionable y apenas reconocido y remediado por las autoridades de que los cambios en los usos agrícolas han sido lo más determinante. El abandono de grandes extensiones de campo y el abandono también del pastoreo y resalveo del monte, la siega nocturna y al ras, el uso de fertilizantes, herbicidas y pesticidas indiscriminadamente que causa la muerte o esterilidad de los animales yo diría que ha sido y sigue siendo por desgracia lo más destructivo con diferencia.
Aparte de esto, precisamente provocado por ese abandono del campo y la consecuente transformación del terreno abierto en verdadera selva, tan apropiada para que encamen y críen los cochinos, ha sido la colonización progresiva y rápida del jabalí de todo tipo de entornos lo que ha marcado la diferencia entre un coto con caza menor abundante u otro en el que la caza no progresa y aún peor, va disminuyendo.
Según estudios, el causante de la depredación de casi el 40% de los nidos de perdices destruidos es siempre el jabalí. Como yo digo, se trata de hocicos privilegiados con patas que si no una noche la siguiente darán con ese nido que la perdiz tan celosamente protegía. Por supuesto que si se topan con unos lebratos recién paridos o gazaperas a las que puedan acceder hociqueando también las destrozarán y darán al traste con ellos.
El gusto que el jabalí tiene por los huevos es bien conocido, pero a veces se nos olvida que son omnívoros y también muestran predilección por la carne, incluso de su misma especie, pues no es la primera vez que un cochino abandonado en el campo es devorado por sus propios congéneres. Sin embargo, en contra de lo que solemos pensar, la importancia del zorro como predador de nidadas es apenas representativa, aunque bien es cierto que sí es relevante en cuanto a la depredación de pollos y crías.