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El perro, la caza y el hombre: pasado y futuro de una historia que empezó hace 16.000 años

Cazador junto a su perro de caza. © Sonia García

Empezaré remontándome a los orígenes. Hay mucha disparidad de criterios entre los científicos, no se terminan de poner de acuerdo, a la hora de establecer el momento del nacimiento del perro, aunque todos ellos coinciden en que, como mínimo, llevamos 16.000 años conviviendo juntos.

16.000 años desde que el hombre domesticó a un lobo con el que los perros actuales comparten el 98% de su genoma.

Ya lo he comentado en alguna otra ocasión, pero no debemos olvidar que la primera mano que acarició a un perro fue la de un cazador.

Como todos sabemos, el lobo es un formidable depredador, superior físicamente, en muchos aspectos, al ser humano. Ser capaz de amaestrarlo y utilizarlo para cazar al servicio de aquellas tribus humanas tuvo que suponer un adelanto muy importante para nuestra especie, porque nos regalaba tiempo, nos ahorraba energía y facilitaba el acceso a esas proteínas tan necesarias para nuestra evolución.

En paleoantropología existe una corriente de estudio que se llama la hipótesis del cazador, y que básicamente sugiere que la evolución humana estuvo principalmente condicionada por la caza de animales de gran tamaño y velocidad. Este carácter de cazadores es lo que, según esta teoría, diferenciaría a nuestros ancestros humanos de otros homínidos. En otras palabras, que hoy somos lo que somos porque fuimos cazadores.

Y esa labor de perseguir, alcanzar y abatir a animales más grandes y más rápidos que nosotros tuvo que cobrar una nueva dimensión el día que corrieron a nuestro lado aquellos primeros lobos domesticados.

Obra ‘Caza de Venado’, de Frans Snyders, pintada entre el Siglo XVI y el XVII.

Un compañero de caza único

En el mundo hay otros formidables depredadores. Tenemos leones, leopardos, tigres, pumas, etc… y a lo largo de la historia muchos han intentado domesticarlos para cazar como hicimos con el lobo. Como anécdota, y esto es real por muy loco que suene, recuerdo que hace unos años contactaron con nuestra redacción para darnos a conocer el caso de un español que corría liebres con un guepardo. A pesar de todos estos experimentos, nunca se ha logrado una simbiosis tan perfecta como la que existe entre el hombre y el perro, y esto es por las increíbles virtudes de sociabilidad que hacen del perro no solo un gran cazador cazador, sino un insustituible compañero.

Durante los siglos de los que tenemos constancia ya como homo sapiens, el hombre convive con el perro porque obtiene un beneficio de él que ya no se ciñe exclusivamente a lo cinegético. Nuestra evolución hacia la recolección, la agricultura y la ganadería nos permitió adiestrarlos y perfilar razas con características que se adaptaban mejor otros trabajos que ya no eran cazar. Esto, por otro lado, propició el mayor experimento de eugenesia de la historia, porque el hombre ha desarrollado razas de perro para todo. Tenemos ratoneros bodegueros andaluces cazando ratas entre botas de vino en Cádiz, tenemos mastines protegiendo ovejas en Picos de Europa, tenemos alanos conduciendo toros bravos en Salamanca, y tenemos pastores alemanes encontrando droga en Algeciras.

Como digo, el hombre ha tenido siempre perros por su propio interés. Ellos le reportaban un beneficio en la caza o en el trabajo y los humanos a cambio le daban alimento y protección, que es la máxima aspiración de un animal en el medio salvaje.

Esto fue así desde hace miles de años hasta prácticamente finales del siglo XX. Pero hay un tercer motivo, un tercer interés, por el que el hombre puede tener un perro: la compañía.

Cuadro ‘Perros en traílla’ de Francisco de Goya y Lucientes. 1775

Una nueva visión de los perros

Hasta prácticamente el último cuarto del Siglo XX, la mayoría de los perros se tenían porque ofrecían una ayuda o un trabajo, especialmente en el campo. Para ello, debían tener unas aptitudes y cualidades determinadas, porque si no lo hacían bien, estaban consumiendo unos recursos que su dueño muy posiblemente no podía permitirse.

No pensemos desde la tramposa actualidad. Vayámonos hace no tanto, a finales del siglo XIX, y pensemos en un campesino con una familia desnutrida que tiene un perro para proteger su gallinero del zorro. Ese perro no podía fallar.

Esto lo vemos representado también en el arte. Desde la primera pintura rupestre que representa a un perro en el refugio rocoso de Bhimbetka, la India, hace 9.000 años, hasta la actualidad. La cultura egipcia, la griega, la romana… si entramos en el Museo del Prado, vemos que las representaciones de perros existentes son, en su mayoría, con escenas de caza y en mucha menor medida, de trabajo. Hay también, una pequeña muestra de perros falderos, que es como llamaban a los canes de pequeño tamaño que tenían las damas de la aristocracia para hacerles compañía. Pocas personas más podían permitirse el lujo de tener un perro simplemente para que le acompañase.

Todo eso ha cambiado de manera acelerada en los últimos 40-50 años. El abandono del campo ha provocado una desconexión con la relación tradicional que durante siglos ha existido entre el hombre y el perro, el cual está cada vez más presente en las ciudades para satisfacer ese interés que durante siglos fue minoritario: el de la compañía.

Cazador con sus perros. © Israel Hernández

La simbiosis que hasta ahora se desarrollaba en la libertad de la naturaleza y en la que el perro realizaba un trabajo a cambio de alimento y protección está cambiando totalmente: Ahora tiene lugar en un piso de 90 metros cuadrados (en el mejor de los casos) y es a cambio de compañía y oportunidades de socialización en urbes en las que ya se los empieza a tratar como niños, y no como lo que son.

Veamos un dato. En 2010 en España había 4,7 millones de perros. En 2022 esa cifra ya era casi el doble: 9,3. Un incremento que ha tenido lugar por el interés de la compañía, no del de la caza o del trabajo, que se mantienen más o menos estables.

Este creciente interés por el perro como proveedor de compañía en una sociedad urbana que no tiene usos y costumbres con ellos, al contrario que sucede con el mundo rural, puede suponer un problema para los perros de trabajo o de caza. Por desgracia lo hemos visto en esa inefable y absurda ley de bienestar animal aprobada por fanáticos mascotistas que desconocen la historia y la realidad de los perros de caza y de trabajo.

Un ganadero junto a sus vacas y perros. © Israel Hernández

No solo eso. Hay entidades profesionalizadas en la difusión de mensajes de odio hacia el colectivo cinegético que precisamente han encontrado en el perro de caza un filón para difundir sus noticias falsas que criminalizan al colectivo.

Una de las últimas la vimos a finales del pasado mes de abril, protagonizada por Galgos del Sur y que afortunadamente fue desmentida gracias al trabajo del departamento de prensa de la Federación Andaluza de Caza. El fundador de galgos del Sur, que además es presidente de PACMA, Javier Luna, envió una nota de prensa a los medios diciendo que una rehala había sido intervenida a un cazador por mantener 25 perros en un estado lamentable. Ese mensaje fue difundido por varios medios hasta que la propia FAC demostró que no se trataba de una rehala y que, de hecho, algunos de los perros que tenía habían sido robados a un cazador y que este había interpuesto una denuncia gracias a la que se descubrió todo.

La cuestión de la imagen y el perro de caza

Recuerden, también, la famosa mentira de los 50.000 galgos abandonados cada año. Soflamas cuyo objetivo no es contar una mentira por contarla, sino lograr que se prohíba el uso de los perros en la caza.

Los perros de trabajo tampoco se ven libres de esta histeria animalista, recordad el borrador de la ley que finalmente no salió adelante y que proponía poco menos que sindicarlos para poder trabajar con ellos.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que vivimos en un contexto político en el que una minoría animalista intenta que se prohíba el uso cinegético y laboral del perro para restringirlo exclusivamente al de proveernos de compañía. Ejemplos, por desgracia, nos sobran. Miren las nuevas normativas de traslado de animales, o prohibiciones tan discutibles y perjudiciales para los animales como la de los cortes de orejas y rabos.

Y quienes cazamos o trabajamos ayudados por nuestros perros debemos ser sensibles a esta nueva corriente urbana que cada vez presta más atención al tema perruno.

Un cazador con su perro. © Israel Hernández

El cariño que ponemos a nuestros perros debemos también extenderlo a la forma en la que mostramos nuestra relación con ellos al resto. Porque es muy importante en una sociedad en la que cada vez se da más importancia a la imagen.

A nivel de comunicación, en los últimos años el perro de caza ha sido usado para atacar la actividad, como hemos visto. Pero debemos ser capaces de aprovechar las oportunidades que nos ofrece, porque también puede representar la mejor herramienta posible para acercar la realidad de la caza del siglo XXI. Porque nos abre las puertas dela atención del público no cazador.

Quizá aquí resida una de las grandes oportunidades que nos ofrece el perro en la caza. Porque curiosamente, y sin ellos saberlo, de la imagen y el mensaje que con ellos transmitimos puede depender el futuro de la actividad. Una actividad que no tiene sentido sin ellos, porque es indisoluble. Puede que de esta manera nos ayuden también a cazar, pero no de la manera en la que lo hicieron en sus orígenes, si no en un contexto ideológico en el que las nuevas religiones quieren convertir la actividad cinegética en pecado.

Contemos nuestra realidad a través de la emoción de un perro cuando corre libre en mitad de la naturaleza. Hagámos ver al resto de la sociedad lo felices que son los perros cuando cazan, cuando corren en libertad, cuando nos acompañan en aventuras que nos hacen volver, 16.000 años después, a aquel primer amanecer en el que acariciábamos su lomo mientras observábamos la manada de ciervos que estábamos a punto de emboscar.

       
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