En muchas ocasiones, durante charlas y talleres sobre supervivencia en zonas de conflicto armado, solía poner el ejemplo de la ciudad de Donetsk para intentar explicar cómo se puede pasar de sede de una Eurocopa de fútbol a campo de batalla; cómo su moderno aeropuerto puede convertirse en paisaje de destrucción y ruina difícil de imaginar; cómo la vida ordinaria se desvanece y las cosas más cotidianas como tener agua potable o luz eléctrica se convierten en un lujo.
Desde hace unos días toda Ucrania apenas sobrevive en medio de una guerra que, ahora sí, está siendo retransmitida en vivo y en directo. Las guerras parecían siempre lejanas y se desarrollaban en lugares remotos, en países polvorientos y pobres del tercer mundo. Y de pronto la guerra nos estalla en ciudades modernas, europeas, con teatros y palacios de la Ópera, ciudades llenas de historia y de cultura, llenas de pequeños restaurantes y franquicias de Starbucks, Zara o MacDonald’s, en calles con pasos de cebra y semáforos LED. Y en esas ciudades que se parecen tanto a la nuestra mueren en los bombardeos civiles que podrían ser nuestros vecinos. Combaten soldados que podrían ser nuestros compañeros de trabajo.
¿Quién podría haberlo imaginado?
La respuesta correcta es: cualquiera. Cualquiera que sea consciente de la fragilidad de todas las comodidades que nos rodean. Cualquiera que sea capaz de entender que lo que pasa en los rincones perdidos del mundo también puede pasar en nuestro rincón del mundo.
Y aquello que nos parece hoy lo más natural, la electricidad, por ejemplo, puede desaparecer porque un misil disparado desde cientos de kilómetros destruye la central térmica que suministra corriente a toda una región. Internet, tan útil y de la que somos dependientes, desaparece en cuanto alguien utiliza sistemas de guerra electrónica. Sin electricidad no solo desaparece la luz en nuestras casas. Se acaba el dinero, porque los bancos y cajeros automáticos no pueden operar. Se acaba el agua en nuestras casas, porque las bombas que la suministran no pueden funcionar. Se acaba la comida fresca porque los frigoríficos se apagan. Y mientras estamos sin agua, sin dinero, sin electricidad y sin comida, las bombas siguen cayendo. Y cuando caen las bombas ya no hay camiones que suministran a los supermercados. Y cuando caen las bombas las preguntas ya no son qué vestido me pondré mañana sino cómo voy a sobrevivir un día más.
¿Cómo sobrevivir en una situación similar a la que se está viviendo en Ucrania?
Esa es la pregunta del millón de dólares pero la clave es atender a las señales. Anticiparse y no esperar a que termine ocurriendo lo que estaba a punto de ocurrir. La previsión, la anticipación nos va a permitir preparar las dos posibles respuestas: permanecer o escapar; resistir o huir. Refugio o movimiento. Elegir una de estas dos posibilidades es el gran dilema.
Opción 1: Refugiarse y permanecer
Si decidimos quedarnos allí donde el conflicto estalla o bien no hay posibilidad de huir deberíamos haber leído las señales y habernos anticipado al menos para disponer de algunos recursos básicos:
- Una reserva de agua o los medios para obtenerla.
- Una reserva de alimentos no perecederos y de fácil preparación porque es muy probable que en plena guerra tampoco tengamos los medios habituales para cocinarlos.
- Una fuente autónoma de energía o calor. Los inviernos sin calefacción son muy duros y una pequeña estufa portátil nos puede servir no solo para mantenernos calientes sino para cocinar o potabilizar agua.
- Una reserva de aquellos medicamentos que necesitemos y un botiquín de primeros auxilios.
- Dinero en efectivo u objetos valiosos y fáciles de intercambiar para adquirir aquello que necesitemos.
- Un sistema de comunicación para mantenernos informados, aunque sólo sea para saber cuándo hay que ir al refugio en caso de bombardeo.
Obviamente esta lista de elementos esenciales puede ampliarse o adaptarse a nuestra capacidad de almacenaje o nuestras necesidades. No tienen las mismas prioridades una pareja de ancianos que una familia con niños pequeños.
En todo caso si la respuesta a una situación de conflicto es refugiarse y permanecer en la zona de guerra, bien porque así lo hayamos decidido bien porque las circunstancias nos impiden huir, es importante ser conscientes de que por muchos objetos o alimentos que hayamos acumulado la vida puede terminar en un segundo bajo las bombas. No hay refugio que resista a todo ni para siempre.
Opción 2: Huir y alejarse
Si por el contrario cuando vimos las primeras señales de lo que podía ocurrir decidimos anticiparnos y nuestra respuesta fue el movimiento, la huida, el escape, lo que realmente necesitamos es cubrir nuestras necesidades más básicas, pero de forma que no impida nuestro movimiento.
Por supuesto también necesitaremos agua, comida, medicamentos, ropa de abrigo discreta, comunicación y dinero en efectivo. Y por supuesto un cuchillo. Igual que si nos escondiéramos en un refugio pero limitado a lo que podamos llevar con nosotros, lo que podemos llevar a nuestra espalda. Y nadie puede transportar durante mucho tiempo una mochila que pese más de 10/12 kilogramos.
Contar con un vehículo y combustible para conducirlo mejora nuestras opciones porque podremos desplazarnos más rápidamente, más lejos y podríamos llevar más recursos útiles con nosotros pero un atasco masivo, el bombardeo de un puente o el colapso de la carretera puede convertir nuestra huida en coche en una ratonera en la que, al final, tengamos que abandonar el vehículo. De nuevo sólo tendríamos nuestra espalda para llevar aquello que realmente necesitamos.
La movilidad es vida
Cualquiera de estas dos respuestas (Movimiento o Refugio) va a depender en gran medida de las circunstancias concretas que nos rodean, como el desarrollo de la propia guerra, la meteorología o nuestras propias capacidades físicas y psicológicas. Resulta evidente que un anciano no va a poder huir de una zona de conflicto o va a hacerlo a un ritmo tan lento que sus posibilidades son muy reducidas. Del mismo modo escapar a través de la nieve o barro supone un gran esfuerzo y una enorme dificultad. Por supuesto no todo el mundo tiene la capacidad mental para abandonar lo conocido, aunque sea zona de guerra, y escapar a lo desconocido y por supuesto vez iniciada esa huida se requiere una gran fortaleza mental para continuar el camino.
Lo cierto es que a lo largo de la historia y la geografía del mundo, incluso en la actualidad, aquellos grupos de personas que se enfrentan a situaciones extremas siempre han conservar el nomadismo como modo de vida. La movilidad como instrumento de supervivencia. Quizás por ello en todos los conflictos armados los que emprenden la huida son los que tienen más probabilidades de sobrevivir y volver cuando la guerra se calma o termina. Lo campamentos de refugiados Sirios en Jordania huyendo de las bombas que convirtieron Aleppo en ruinas, o las columnas de poblados enteros huyendo de la guerra en Ruanda y Burundi son buena prueba de que la movilidad es vida. Y quizás por eso en una semana de guerra en Ucrania más de 1,5 millones de personas han cruzado las fronteras de Polonia, Hungría, Eslovaquia o Rumanía buscando protección. Curiosamente nadie ha huido hacia Rusia o Bielorrusia, pero eso daría para otro artículo.
La opción más dura
Y existe una tercera opción. La más dura, quizás, pero la que estamos viendo en muchos ucranianos y que vimos en muchos armenios hace menos de 2 años. Permanecer en la zona de guerra pero no para esconderse a salvo de las bombas sino para luchar contra el que arroja las bombas. En caso de que hayamos decidido permanecer y luchar conviene tener algo con lo que luchar. El cuchillo siempre ha sido el arma favorita de los expertos en supervivencia pero en caso de que no tengamos un cuchillo a mano seguro que podemos contar, al menos, con un AK-47.