Icono del sitio Revista Jara y Sedal

¿Por qué pican las medusas?

Medusa en el mar. © Shutterstock

Por Miguel Clavero Pineda, Científico titular CSIC, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

Están ahí, como tantos otros integrantes del mundo vivo, pero solo nos acordamos de ellas cuando, de forma recurrente, saltan a las noticias y a los telediarios cada verano porque alteran nuestros placeres playeros. A pesar de la molestia que supone su picor, estos seres no nos atacan premeditadamente, sino que tropiezan con nosotros en su búsqueda de alimento. El calentamiento global y otras acciones humanas están detrás de su proliferación en los últimos años.

Tentáculos con arpones microscópicos

Las medusas pertenecen al grupo de los Escifozoos (del griego clásico skyphos, copa, y zoon, animal, por su forma), que comprende más de 200 especies en todo el mundo. Las más comunes de las costas españolas son Pelagia noctiluca, Rhyzostoma pulmo, Cotylorrhyza tuberculata o Chrysaora hysoscella, entre otras.

A su vez, los Escifozoos son parte de los Cnidarios, un grupo mayor que comprende también a corales y anémonas de mar. Todos ellos tienen en común un rasgo muy especial del que deriva su nombre: unas células muy complejas llamadas cnidocitos o células urticantes que contienen una microcápsula en la que se encuentra enrollado un filamento terminado en un arpón microscópico.

Las medusas utilizan estas células como medio de defensa y también para cazar las presas que les sirven de alimento, generalmente organismos del plancton o incluso peces pequeños y, a veces, desafortunados o imprudentes bañistas.

Los cnidocitos son especialmente abundantes en los tentáculos, largos filamentos, incluso de varios metros, que cuelgan del borde de la medusa y también alrededor de la boca, situada en el centro de la cara inferior.

Un niño observa una medusa en el mar Mediterráneo. ©Shutterstock

Así se procude la picadura de la medusa

Aunque son perfectamente capaces de nadar con movimientos pausados y elegantes, las medusas no cazan activamente a sus presas, lo que significa que no atacan a las personas premeditadamente. Sencillamente, cuando los largos tentáculos entran en contacto con un animal, sea del tamaño que sea, los cnidocitos se “disparan” y clavan su diminuto arpón en la piel; entonces, y a través del filamento asociado, inyectan una sustancia tóxica. Todo el proceso ocurre en millonésimas de segundo, con una potencia semejante al disparo de un arma de fuego.

Un solo contacto con un único tentáculo dispara miles de estas células, por lo que la cantidad de toxina (una mezcla de diferentes proteínas con efectos paralizantes, inflamatorios y neurotóxicos) inoculada es más que suficiente para desencadenar respuestas inflamatorias, a veces muy graves, y desde luego más que suficiente para matar a sus presas habituales, que son más tarde digeridas lentamente.

¿Está aumentando su frecuencia en nuestras playas?

Es muy común que las medusas se presenten en gran número, las famosas “plagas”, para desesperación de bañistas y veraneantes que ven frustradas sus esperanzas de diversión playera.

Las medusas comienzan a aparecer en primavera, cuando el aumento de horas de luz solar hace crecer las poblaciones de fitoplancton (algas microscópicas) que sirve de alimento al zooplancton (animales microscópicos) que, a su vez, es el sustento de las medusas. La cadena alimentaria funciona. Y eso hace que, con abundancia de recursos, su ciclo vital funcione a toda marcha y las medusas alcancen densidades considerables, que llegan a su apogeo en verano, cuando se hacen más molestas en las costas.

A ello contribuyen entonces los vientos, las corrientes y la temperatura. Como bien saben los habitantes de las costas mediterráneas o del Mar de Alborán, cuando sopla el Levante, es más probable que traiga medusas. Si el viento es de Poniente, el agua es más clara y más fría, por la influencia del Atlántico, y no suele haber medusas. Son las corrientes las que arrastran las medusas hacia la costa. Aunque hay medusas en todos los mares y a todas las profundidades, las que afectan a las personas y al turismo son especies de aguas tropicales o templadas.

Es evidente que el calentamiento global no ayuda, porque favorece la dispersión de las especies tropicales, pero tampoco lo hacen otros factores, como el aumento de la materia orgánica en el mar, producto de la contaminación, o la ausencia de depredadores como las tortugas marinas por la actividad humana y la superpoblación de las costas. Todo ello probablemente esté aumentando la ventana temporal para la reproducción de las medusas, con consecuencias como su explosión demográfica.

Medusa en la orilla. © Shutterstock

¿Cómo actuar ante una picadura una medusa?

Nos olvidamos a menudo de que el mar es su casa, no la nuestra, y que los extraños y molestos invasores somos nosotros. La mejor prevención es, si vemos una, o en la playa está señalizada su presencia con la bandera correspondiente, no bañarnos. Además, aunque la medusa esté en la arena y esté o parezca muerta, sus tentáculos y células urticantes siguen activos mucho tiempo, por lo que siguen siendo peligrosas.

Pero si, a pesar de la prevención, acabamos recibiendo el picotazo, en primer lugar, hay que salir del agua inmediatamente. Después, lavar con abundante agua de mar o suero fisiológico la zona atacada. Evitar el agua dulce, puesto que su menor concentración de sales dispara las células urticantes por un fenómeno de ósmosis, agravando la situación. El vinagre tampoco es aconsejable ni mucho menos la orina.

Deben retirarse los restos de tentáculos adheridos a la piel, para lo cual lo más eficaz es utilizar el canto de una tarjeta de crédito o algo similar. No es tampoco aconsejable tocar a las medusas, muertas o vivas, incluso a las especies que sepamos o creamos inofensivas. Es fácil que alguna célula quede adherida a nuestras manos y después nos toquemos inadvertidamente los ojos o la boca, cuyas mucosas pueden ser mucho más sensibles e inflamarse con facilidad. El veneno de las medusas es sensible a la temperatura, pero debería estar por encima de 40 °C para ser eficaz, y podemos causar quemaduras.

¿Qué síntomas produce la picadura de una medusa?

La picadura de una medusa produce una sensación de quemazón acompañada de un dolor intenso. Estas sensaciones pueden ser muy variables en intensidad, desde un simple escozor hasta un dolor insoportable que conlleva pérdida de conciencia.

Son muchos los factores implicados, como la especie de medusa, la intensidad del contacto (número de tentáculos, superficie corporal afectada) y, sobre todo, la sensibilidad de tipo alérgico al veneno, que varía de una persona a otra, lo que hace que el grado de inflamación, por ejemplo, sea muy variable, llegando incluso al choque anafiláctico. En casos graves, el dolor intenso puede resultar fatal en personas de constitución débil, con afecciones cardíacas o en niños y ancianos, en los que llega a producirse un fallo cardíaco.

Lesión de medusas en la pierna de un niño; sólo mostraron efectos locales (eritema, edema y dolor) con pequeñas marcas ovaladas o redondas en la piel e impresiones de pequeños tentáculos. © Shutterstock

Tampoco es lo mismo una picadura en una pierna o un brazo que en la cara o en el cuello, donde la inflamación puede cerrar la garganta y producir problemas respiratorios. La mayoría de los casos se soluciona con pomadas tópicas específicas que incluyen corticoides y antiinflamatorios. Afortunadamente, son muy raros los casos graves, ni que decir mortales en las costas españolas. Pero en otras partes del mundo, las medusas constituyen un problema de salud pública. En Australia mueren más personas cada año por picaduras de medusa que por ataques de tiburones.

Los síntomas de quemazón e irritación pueden perdurar varios días, y, hasta que desaparecen, es conveniente no exponer la zona afectada al sol y seguir los consejos e indicaciones del médico. Eso sí, en descargo de las medusas hay que decir que no “atacan” premeditadamente, no vienen hacia nosotros, sino más bien “tropiezan” con nosotros. Por eso, lo mejor es evitarlas y dejar el baño para otro día.


La versión original de este artículo fue publicada en la web de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y reproducida en The Conversation.

       
Salir de la versión móvil