Olvídese del estereotipo. El cazador español no es ese personaje ajeno al mundo real, aislado en un cortijo con rifle al hombro y sin más preocupación que abatir animales. Lejos de la imagen caricaturizada que algunos sectores promueven, los datos hablan claro: el perfil medio del cazador en España es el de un hombre asalariado, de 53 años, con estudios superiores y una renta que apenas difiere de la media nacional. Así lo revela el último Estudio de impacto económico, social y ambiental de la actividad cinegética en España, elaborado por Deloitte para la Fundación Artemisan.
A través de más de 6.500 encuestas a cazadores, gestores de cotos y actores del sector, el informe ofrece una radiografía completa de quienes practican la actividad cinegética. Y lo que refleja no es una minoría elitista ni una afición marginal, sino un colectivo plural, integrado por ciudadanos comprometidos con el entorno, cuya aportación va mucho más allá de la propia jornada de caza.
Así es el cazador español tipo
Uno de los principales mitos que desmonta el estudio es el del cazador como millonario excéntrico. El 48,5 % de los cazadores españoles son asalariados, seguidos de autónomos (18,3 %) y pensionistas (19,9 %). Apenas un 2,2 % son empresarios. En cuanto a los ingresos, la media mensual neta se sitúa en 2.011 euros, una cifra prácticamente idéntica a la de los asalariados (1.977 €) y autónomos (2.006 €), y solo inferior a la de los empresarios (2.506 €).
También caen otros prejuicios, como el de una supuesta falta de formación. De hecho, los cazadores españoles presentan un nivel educativo ligeramente superior a la media nacional: un 41,4 % cuenta con estudios universitarios o postuniversitarios, frente al 38,1 % del conjunto de la población. Esta proporción se mantiene incluso entre quienes tienen estudios de Formación Profesional o Bachillerato (33,5 %).
Un gasto que revierte en el campo
Lejos de suponer un despilfarro, la actividad cinegética canaliza un importante flujo económico hacia el medio rural. El gasto medio anual de un cazador asciende a 12.069 euros, según el informe, con especial peso de la caza mayor, el combustible, los alojamientos y la caza menor. Y todo ello revierte en la conservación de los ecosistemas donde se desarrolla esta actividad.
La cifra no es menor: el estudio estima que el sector invierte anualmente 288,7 millones de euros en conservación medioambiental, especialmente en medidas de gestión como el aporte de agua, alimento, siembras o desbroces. Como apunta el informe: «Tras la Administración, los cazadores son el colectivo que más invierte en gestión y conservación del medioambiente en España».
Conservación y biodiversidad: la cara oculta
El 58 % de los titulares de coto y el 67 % de los organizadores de cacerías declaran que en sus terrenos habitan especies protegidas. Esta realidad convierte al cazador no solo en usuario del monte, sino en actor activo de la conservación de la biodiversidad. «Los cazadores juegan un papel esencial en la protección y recuperación de especies amenazadas o de alto valor faunístico», subraya el informe de Deloitte.
A través de federaciones, asociaciones y agrupaciones locales, este colectivo participa también en programas de conservación específicos, con una inversión anual de 31 millones de euros, además de los 289 millones en medidas de gestión directa.
Un futuro que pasa por el relevo generacional
Pese a los datos, el sector se enfrenta a un reto evidente: el relevo generacional. La media de edad del cazador español se sitúa en 53 años, lo que plantea la necesidad de incorporar savia nueva. Y no es una cuestión menor: el 80 % de los empleos directos que genera la caza se concentran en zonas rurales, y un 32,6 % de los cazadores vive en municipios de menos de 5.000 habitantes. Para muchos, la caza no solo es una afición, sino un motivo para permanecer en el medio rural, al mismo nivel que los vínculos familiares.
En palabras de la Fundación Artemisan, «la actividad cinegética y otros usos responsables del medio natural son esenciales para la conservación de los ecosistemas, así como para el desarrollo económico y social de las zonas rurales». El cazador, por tanto, no es un problema: es parte imprescindible de la solución.
