En la frontera agreste entre Soria y Zaragoza, en la comarca que llaman “la Raya”, el viajero David Ortega, más conocido como @doydasdavid en redes, ha encontrado uno de esos símbolos que conectan el pasado con la tierra: una zarpa de oso, casi intacta, clavada con clavos viejos sobre la puerta de la Casona de San Millán, en Torrelapaja. Según relata en una crónica exquisita, cargada de lirismo y respeto, podría ser la garra del último oso que habitó el Moncayo.
La escena es impactante, pero más aún la reflexión que la acompaña: «Vivimos en tierras viejas cuya mayor riqueza quizás sea su historia. Nuestra ignorancia nos hace pobres, rematadamente pobres, casi miserables, pero no lo somos». Así escribe David, con una mezcla de melancolía y amor profundo por los lugares donde otros solo ven olvido.
Los osos, de alimañas a emblema silvestre
Lo que hoy resulta sorprendente fue, en realidad, una práctica más común de lo que podría pensarse. Como recuerda otro usuario al hilo de su publicación, en Navacepeda de Tormes (Ávila) también puede verse una garra de oso clavada en la puerta de la iglesia. Y no es una excepción. Durante siglos, el oso fue considerado una alimaña peligrosa, y su caza no solo estaba permitida: era promovida, recompensada e incluso celebrada como un acto heroico.
En muchos pueblos se colgaban garras, patas o cráneos como símbolos de victoria, protección o agradecimiento. En Navacepeda, cuenta la leyenda que un hombre salvó su vida tras enfrentarse con una guadaña a un oso que lo sorprendió en el prado. Su zarpa terminó clavada en la puerta del templo como ofrenda a la Virgen. Quizá estas escenas no fueran tan aisladas como pensamos y, como apunta el comentario, «en una España en la que todas las sierras tenían osos, esto fuera una práctica más común».
No podemos olvidar que el escritor Ernest Hemingway también recogió estas tradiciones en su paso por Gredos en 1931, fascinado por la cultura cinegética y las “patas de oso” clavadas en lugares sagrados.
El último oso de Vizcaya y el fin de una era
La historia de la garra de Torrelapaja conecta con otra que publicamos en Jara y Sedal hace unos años: la del último oso cazado en Vizcaya, en 1870, tras una espectacular batida organizada por los propios vecinos del valle. Aquella caza supuso el fin de una era y el cierre de un ciclo en el que el ser humano convivía y combatía, al mismo tiempo, con la gran fauna salvaje.
Hoy el oso pardo es símbolo de conservación y orgullo para los habitantes de la Cordillera Cantábrica. Pero no siempre fue así. Entender cómo cambió nuestra relación con él es también entender quiénes fuimos, y qué valores nos guiaban.
Un joven que da voz a la España vaciada
David Ortega no es un viajero cualquiera. Suma talento, sensibilidad y una vocación profunda por contar lo que otros ya no miran. Nacido en Soria, ha estudiado Derecho y ADE en la Universidad Complutense de Madrid, y desde los 18 años —cuando se sacó el carné de conducir— recorre incansablemente las carreteras secundarias de su provincia. A través de su proyecto personal ha conseguido rescatar historias, voces y lugares de las zonas más despobladas de España, dándoles una segunda vida a través de textos memorables.
En reconocimiento a su labor, ha recibido el Premio Monreal 2023, otorgado por la Asociación de Profesionales de la Información de Soria, que ha querido premiarlo por «poner luz sobre las zonas más despobladas, como la provincia de Soria, urgiendo a tomar medidas para evitar una situación cada vez más insostenible para el futuro de estas tierras».
Él mismo se define como «nieto de Adolfo y Alicia, Martín y Socorro. Soriano y algo burgalés». Su mirada rural y comprometida ha traspasado fronteras, siendo destacada por medios de comunicación de ámbito internacional, hasta el punto de convertirse en una especie de “influencer rural”, pero con alma de cronista.
Una cuenta para seguir y un joven para admirar
En tiempos de ruido y urgencia, es reconfortante encontrar proyectos como el de @doydasdavid, que recorre los caminos secundarios del alma española para traer a la luz relatos olvidados, piedras con historia y símbolos como esa garra silenciosa que aún resiste en Torrelapaja. Desde aquí solo podemos recomendarte que visites su perfil, leas sus crónicas y te dejes llevar por sus palabras. Su forma de mirar el mundo rural es un acto de amor y memoria colectiva.
