Jesús Caballero – 18/07/2018 –
Que un hombre se declarare omnívoro, es una obviedad absurda para cualquier paleontólogo en sus cabales. Sin embargo, la negación de esta evidencia constituye la viga maestra del fundamentalísimo animal que encuentra así, la justificación a su propuesta, de un futuro vegetariano donde la nutrición humana no implique derramamiento de sangre.
El hombre es un primate omnívoro, y lo es desde principios del pleistoceno, cuando un cambio climático modificó su biotopo africano obligando a esos primitivos homínidos a la adaptación evolutiva al nuevo entorno, seco, deforestado y escaso de recursos. La incorporación progresiva de proteínas de alta calidad, fruto del carroñero y la caza, acabarían por acortar el tracto digestivo favoreciendo un desarrollo encefálico que sería soporte de la lenta aparición de las características específicas humanas. Hasta aquí la ciencia. En resumen, somos como somos, porque el omnivorismo triunfó al presentar ventajas para la supervivencia de nuestros ancestros.
Hay que retorcer mucho los argumentos, para sostener lo contrario, pero las ideologías son ciegas y expertas en la cuadratura de sus círculos, con un descaro que deja perplejo al auditorio más cultivado, pero estimula a la vez el aplauso lanar de su militancia. La propuesta de una dieta sin despojos animales –decía- sólo es un elemento más de su discurso político igualitario, en la esperanza de que la futura sociedad herbívora quede ungida de una ovina mansedumbre que facilite el pastoreo.
Como me considero un tipo sensato, antes que cazador, nada objetaré a las decisiones culinarias de ningún colectivo, salvo que tengan con mi opción la misma tolerancia que manifiesto con la suya, pues la mía, además, está sustentada en las recomendaciones que los especialistas hacen en sus pirámides de una dieta equilibrada y saludable.
Reconocernos omnívoros es esencial para el colectivo cinegético porque eso implica que la alternativa de vegetarianizar la sociedad se desmorona, y nos permite reclamar respeto para ese predador agazapado que llevamos dentro. Se trata del derecho a nutrirnos como siempre lo hicimos sin ser estigmatizados por ello.
La diferencia entre un cazador y el omnívoro que no lo es, sólo es social y adaptativa, porque éste puede permitirse el lujo de alquilar la mano que degüella, lo que le induce a la hipocresía moral de pensar que detrás de su chuleta de cordero no hay un carnicero hurgando yugulares, como lo hace ese depredador de los documentales de la 2 al que su sensibilidad obliga a apartar la mirada… sin dejar de masticar.
Estamos inmersos en una sociedad de pensamiento débil, una comunidad rehén de una patética intelectualidad de tuiteros que pretenden comprimir ideales trascendentes en 140 caracteres. Se creen la punta de lanza de la evolución humana y tan ebrios están de narcisismo e iluminación, que han decidido imponer limitaciones a la disidencia. Esa, y no otra, es la raíz de todos nuestros males. Somos víctimas de un nuevo fascismo: el verde.
La sorprendente paradoja es que no encuentre oposición en una sociedad postmoderna, urbana, acomplejada por la corrección política, rancia en sus tabúes pero exquisita en la reclamación de derechos sociales y animales, todos, salvo para los que evidencien su contradicción ideológica. El problema no es que se crean reyes, es que su reinado exige súbditos y ahí es donde entra en conflicto mi «yo» omnívoro y libertario.
¿Se puede vivir sin proteínas animales? ¡Claro!… ¡Pero no es lo mismo! Terminaré esta nota, agradeciendo a las anónimas hordas de «sapiens”, que a pesar de todo, siguen en el esfuerzo de hacer de mi vida omnívora un complejo y delicioso universo de sensaciones: A los de Jabugo por lo que ellos saben, a todos los pescadores por su inestimable colaboración oceánica, a los mariscadores gallegos, por el sabroso fruto de sus riesgos, a todos los laboriosos hortelanos por verdearme la dieta, a los pastores de mi tierra por la misteriosa alquimia de sus quesos, a los naranjeros valencianos por vitaminarme el desayuno, a ellos y al resto interminable de comunidades omnívoras ¡gracias de todo corazón!