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Por qué San Huberto es el patrón de los cazadores

La Visión de San Huberto por Jan Brueghel el Viejo.

El 3 de noviembre marca una fecha especial para los cazadores de toda Europa: la festividad de San Huberto, obispo de Lieja y patrón de quienes aman la actividad cinegética. Según la tradición, su vida dio un vuelco el día en que, mientras perseguía a un ciervo, el animal se detuvo y mostró entre sus astas una cruz resplandeciente. Aquella visión le cambió para siempre.

San Huberto nació en el año 657 en Aquitania, en el seno de una familia noble. Desde joven destacó por su afición a la caza, una práctica reservada entonces a la aristocracia. Pero un Viernes Santo, en plena persecución de un ciervo, tuvo una visión que lo condujo al arrepentimiento y a la fe. La voz de Dios —según cuenta la leyenda— le instó a abandonar los lujos y dedicarse a una vida espiritual.

Tras aquel suceso, renunció a su título y repartió sus bienes entre los pobres. Más tarde ingresó en el clero y, con el tiempo, llegó a ser obispo de Maastricht, trasladando después la sede episcopal a Lieja. En esa ciudad promovió la construcción de templos y trabajó por la evangelización de las zonas rurales. Murió en el año 727 en Tervuren, Bélgica, y sus restos fueron trasladados un siglo después a la abadía de Andain, que desde entonces lleva su nombre.

Vision of St. Hubertus, Wilhelm Carl Räuber 1892.

Un santo vinculado también a la protección frente a la rabia

La devoción a San Huberto se extendió rápidamente por Europa, sobre todo entre los cazadores y los hombres del campo. Además de ser considerado su patrón, se le atribuían poderes curativos frente a la rabia, una enfermedad temida tanto por los animales como por las personas. En el siglo XV, varias órdenes militares lo adoptaron como protector, y su figura fue ensalzada por el rey Felipe IV de Francia, gran aficionado a la caza.

Con el paso de los siglos, su culto se consolidó, y aún hoy se celebran misas y procesiones en su honor. En muchos lugares, los cazadores bendicen sus trofeos o sus perros el día de San Huberto, en recuerdo de aquel noble que cambió el arco por el báculo.

San Eustaquio, la otra cara de la misma leyenda

Pese a su popularidad, la historia del ciervo con la cruz no fue exclusiva de San Huberto. Siglos antes, otro santo había vivido un episodio casi idéntico: San Eustaquio, un general romano llamado Plácido que servía al emperador Trajano. Según la tradición, durante una jornada de caza vio aparecer un ciervo con un crucifijo entre las astas y escuchó también la voz de Dios.

Imagen de San Eustaquio. © Todo Colección

Convertido al cristianismo, fue perseguido por su fe y finalmente martirizado junto a su familia. La Iglesia lo reconoció como patrón de los cazadores y de quienes sufren adversidades, y por eso algunos aún lo consideran el verdadero protector del gremio.

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