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Esto es lo que pasaría si se llegara a prohibir la caza en España

Algunos movimientos radicales insisten en prohibir la caza desde diferentes frentes, como el político. Los expertos analizan las nefastas consecuencias que acarrearía a la sociedad y al medio ambiente este discurso abolicionista urbano, nacido del populismo y la ignorancia.
12/9/2018 | Carlos Sánchez y Carlos Díez (Ciencia y Caza)

El número de accidentes de tráfico con animales salvajes se dispararía. /Shutterstock

1. Se multiplicarían los accidentes de tráfico provocados por animales

La mayor abundancia de jabalíes, corzos, ciervos y otras especies de menor tamaño se traduciría en un incremento en el número de siniestros en carretera.
Según datos de FEDENCA, a principio de la década de los 80 se abatían en España unos 30.000 jabalíes al año. Hoy la cifra se acerca a los 250.000. Esta misma tendencia se ha observado en especies como el corzo y el ciervo, cuyas capturas se han incrementado un 400 y un 200% respectivamente desde el año 2000. Esto nos da una idea de la cantidad de animales que habitan en nuestros campos y que, por desgracia, acaban siendo los responsables de gran número de accidentes de tráfico. Un estudio firmado por Sáenz de Santa María y Tellería, publicado en 2015, analizó 74.600 colisiones de vehículos con fauna silvestre en España entre los años 2006 y 2012 y que supusieron un coste de 105 millones de euros anuales. Éstas supusieron el 8,9% del total de siniestros registrados en España –casi nada–, aunque en la mitad norte Peninsular el porcentaje fue mucho más elevado: Soria (51%), Burgos (41%), Palencia (36%), Zamora (35%), Lugo (34%), León (33%) y Huesca (30%). Los jabalíes y corzos provocaron el 79% de estos accidentes, siendo ambos causantes de la mayor parte de pérdidas económicas y el segundo, el principal culpable de daños a personas. No extraña que otros estudios como el recientemente publicado por Quirós-Fernández y su equipo de colaboradores afirmen que los cazadores pueden contribuir a reducir este problema, por lo que colgar la escopeta sería una catástrofe para nuestra seguridad vial.

2. El medio rural quedaría aún más despoblado

Los habitantes de las comarcas en las que la caza es una actividad económica de primer orden posiblemente tendrían que ir pensando en hacer las maletas.
La caza siempre ha sido un recurso de primer orden en el mundo rural, especialmente en comarcas en las que apenas disfrutan de otros ingresos. Los muchos estudios que han intentando evaluar la riqueza que genera la actividad cinegética en nuestro país manejan cifras de unos 4.000 millones de euros y en torno a los 60.000 empleos al año. El Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA) ha publicado en su página web los ingresos que aportaron a las arcas públicas las licencias de caza y pesca en 2014: 28.648.622 euros, 6.609.580 más que en 2005. Dejar de cazar supondría, por tanto, perder la mayor parte de esta actividad, algo que agravaría la situación que vive nuestro mundo rural. El Instituto Nacional de Estadística (INE) habla muy claro: en España existen 22 provincias en las que la gran mayoría de sus municipios están ‘en riesgo de extinción’, con demasiados municipios que se quedan vacíos en el invierno. Incluso muchos hablan de la Laponia Española o la Serranía Celtibérica para referirse a una franja de terreno que recorre las comunidades de La Rioja, Aragón, Valencia y ambas Castillas y en las que la densidad de población es inferior a la de la región polar del norte de Europa.

3. Jabalíes, zorros, córvidos… Nuevas especies urbanitas

Algunos predadores oportunistas que ya van colonizando nuestras ciudades y pueblos se convertirían definitivamente en ‘vecinos’  con los que tendríamos que aprender a convivir.
En las últimas décadas hemos presenciado como ciertos animales, antaño restringidos al campo, han ido acercándose a los medios urbanos con tranquilidad. Ya no extraña que jabalíes, córvidos y zorros campen a sus anchas en pueblos y ciudades por su habilidad para aprovechar los alimentos disponibles y sacar partido a la tranquilidad y beneplácito de los habitantes de las urbes. Dejar de cazar haría que, además de mirlos, estorninos, torcaces y gorriones –estos últimos en declive, por cierto–, tuviéramos en nuestro jardín una piara de jabalíes. La convivencia sería mucho más complicada que con las aves.

4. Selvas y junglas, nuestros nuevos hábitats

De las 50.510.210 hectáreas de España, el 87% (43.945.027) son gestionadas y conservadas por su aprovechamiento cinegético. No cazar supondría su pérdida y el avance de masas forestales y arbustivas no gestionadas.
Los gestores de fincas públicas y privadas son los primeros en reconocer que especies como el ciervo, la cabra montesa y el arruí actúan como desbrozadoras ecológicas, manteniendo el monte limpio –siempre que se encuentren en densidades adecuadas–. La dehesa, paisaje que muchos llaman ‘la Sabana de Europa’, se ha mantenido viva por especies domésticas y silvestres de caza mayor que pastan y ramonean en estos territorios, evitando así que el monte ‘se cierre’, un problema que está afectando a amplias áreas de nuestro país. La importancia de la gestión cinegética de especies como el ciervo es crucial en zonas en las que hay poca presencia de ganado, por lo que al dejar de cazar y de gestionar especies cinegéticas se favorecería la desaparición de hábitats que son una fuente de biodiversidad. Caminaríamos hacia una selva o jungla en toda regla, muy propicias, por cierto, para los incendios forestales.

La caza fija población en el mundo rural. /JDG

5. Sería una catástrofe para la agricultura

Los daños a la agricultura por parte de especies como el conejo y jabalí son muy cuantiosos. La caza sirve para tratar de minimizarlos, pero no resulta sencillo. Sin esta actividad se agravaría esta situación y, por ende, la de la economía de muchísimas comarcas agrarias afectadas por este problema.
Con más frecuencia de lo que quisiéramos nos llegan noticias de daños que por especies como el jabalí, el conejo o el corzo provocan en comarcas de toda España, sean de secano o regadío. En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a las declaraciones de ‘zonas de emergencia cinegética’, con autorizaciones excepcionales para cazar determinadas especies y así reducir los daños agrícolas, cuya cuantía podría ascender a cientos de millones de euros al año. La caza palía este problema actuando de forma rápida, directo y efectiva sobre aquellas de especies cinegéticas que, por su alimentación y comportamiento, pueden producir cuantiosos perjucios en un período breve de tiempo. Dejar de cazar sería una medida inviable en muchas comarcas agrícolas, aunque más de uno ya se frota las manos, como comentaremos después, pensando en la creación de la profesión de exterminador.
Con respecto al conejo de monte, no se conoce con exactitud a cuánto ascienden las pérdidas que causan en los cultivos, pero un estudio realizado por Miguel Delibes-Mateos y colaboradores en 2017 confirmó daños en 437 municipios, especialmente en los valles del Guadalquivir y Ebro, ambas mesetas y la costa Mediterránea, en concreto la Comunidad Valenciana. Sí se sabe, por ejemplo, que ADIF ha tenido que invertir estos últimos años más de 400.000 euros para aliviar los daños producidos por conejos en vías del tren. En cuanto al jabalí tampoco disponemos de cifras de daños globales pero, según un artículo de Quirós-Fernández y su equipo, en Asturias los cazadores han de compensar los daños que causa este animal y que ascienden a 620.000 euros anuales. Si extrapolamos estas cifras al resto de España nos saldrían varios millones…

6. Se multiplicaría el número de incendios 

Salvo que las especies de caza fueran sustituidas de golpe y porrazo por cabaña doméstica, es posible que la falta de gestión del bosque se tradujera en una mayor incidencia de incendios, como ya sucede en muchos montes mal gestionados.
Como se destaca en un vídeo publicado recientemente por la Fundación Artemisan titulado La caza y los incendios forestales, en comarcas cinegéticas como Montes de Toledo o Sierra Madrona no son muy frecuentes los incendios forestales por la existencia de especies que mantienen limpio el monte y por la gestión cinegética asociada: cuentan con guardas que vigilan el monte allí donde la Administración no llega, con cortafuegos que se utilizan en las monterías y con abundancia de charcas dirigidas a calmar la sed de la caza que también pueden ser utilizadas para coger agua en caso de incendio. Por ello, de las casi 48.000 hectáreas de monte que arden cada año en España son pocas las que se queman en terrenos donde se gestionan poblaciones de caza mayor. ¿Qué pasaría si se dejara de cazar en tantos miles de hectáreas que están sujetas a una gestión cinegética?

Zorro con sarna en una ciudad. /Shutterstock

7. Las enfermedades se multiplicarían y amenazarían la salud pública

Sin la caza podríamos asistir a una expansión y mayor persistencia de enfermedades que comparten especies de caza mayor y ganado doméstico… e incluso nosotros, los seres humanos.
Hoy se sabe que son varias las especies de caza mayor que están contribuyendo a que enfermedades como la tuberculosis sigan muy presentes en la cabaña ganadera. Por ejemplo, los jabalíes pueden transmitírsela a las vacas, actuando como ‘reservorios’ de la enfermedad favorecidos, en ocasiones, por las elevadas densidades que se alcanzan en algunos lugares y por el hecho de que fauna silvestre y doméstica compartan bebederos y comederos. Según datos del MAPAMA, esta situación es muy problemática en el suroeste peninsular, afectando de lleno al oeste de Castilla-La Mancha, Extremadura y áreas de Andalucía y Castilla y León. El control poblacional mediante la caza juega un papel muy importante para mantener a raya ésta y otras enfermedades que pueden ser padecidas por animales y hombres.

8. Se extinguirían algunas especies por la falta de control de predadores

Se suele decir que la naturaleza es sabia y se autorregula, pero la ausencia de control sobre predadores oportunistas, como ciertos carnívoros, tendría consecuencias negativas para especies de aves cuyo estatus de conservación ya está bastante comprometido.
La transformación del hábitat y el avance de las zonas forestales y arbustivas han favorecido la expansión de las especies ligadas a estos hábitats. Hay mamíferos, aves, reptiles e insectos que son más abundantes simplemente porque tienen todo lo necesario para reproducirse. Cuando estas especies depredan sobre otras que se encuentran en otros hábitats, como el agrícola, tenemos un problema. De ahí que la caza esté sirviendo para paliar, que no solucionar, desequilibrios poblaciones cuya solución final es casi siempre un manejo del hábitat. Pero seamos realistas: si los jabalíes están afectando a aves como la perdiz o el urogallo no podemos esperar a que la naturaleza resuelva el problema. Tenemos que actuar. Lo mismo sucede con especies exóticas que pueden ser controladas gracias a la caza. Dejemos de cazar y a ver qué pasa.

9. Habría que contratar a personas para matar animales silvestres

La ausencia de cazadores generaría la aparición de nuevos profesionales, los exterminadores, que serían pagados por la Administración y particulares y cuya misión sería eliminar lo que antes era cazado.
Las empresas de control de plagas, al menos en España, están principalmente enfocadas al control de roedores, insectos y ciertas aves, pero en otros países, como por ejemplo Reino Unido, existen expertos profesionales en el exterminio de todo tipo de animales, entre los que se incluyen conejos, palomas, ciervos y jabalíes. La cantidad de estos es tal que los cazadores no son suficientes para que la reducción de sus densidades sea eficaz y dure en el tiempo. Por lo tanto, si un día colgáramos la escopeta nos encontraríamos ante una profesión con mucho futuro. Algunos incluso hablan ya de un Cuerpo de Exterminadores del Estado, nombre bastante tétrico al que posiblemente se le denominara de una forma más dulce para ocultar la realidad: lo que antes era cazado por cazadores dentro de un lance cinegético sería ahora matado por profesionales… con el consiguiente gasto por parte tanto de particulares como de la propia Administración.

       
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