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La piedra bezoar: el tesoro que los cazadores pueden encontrar en el interior de un corzo o un rebeco

Una piedra bezoar y un corzo. ©Shutterstock.

Cuando hablamos de trofeos de corzo o rebeco, lo primero que acude a la mente son sus cuernas, perlas o rarezas visibles. Sin embargo, existe un tesoro mucho más esquivo y misterioso que puede esconderse en su interior: la piedra bezoar. Se trata de una joya natural de origen orgánico que, por su rareza y simbología ancestral, ha sido considerada un amuleto, un antídoto y, hoy en día, una piedra semipreciosa de alto valor para coleccionistas y curiosos.

Aunque estas formaciones son más conocidas en especies como los íbices de Turquía, Irán o Afganistán —de hecho, existe una subespecie llamada íbex bezoar—, también pueden encontrarse, en casos excepcionales, en especies cinegéticas europeas como el rebeco o el corzo. En los últimos años se han documentado algunos hallazgos singulares en nuestro país, que reabren la fascinación por este fenómeno natural.

Una joya oculta en el estómago

La piedra bezoar se forma en el sistema digestivo de ciertos rumiantes, a partir de elementos vegetales, pelos, pequeñas piedras o materiales indigeribles. Estos residuos se convierten, con el paso del tiempo y los movimientos internos del animal, en masas redondeadas compuestas por capas concéntricas, muy similares a las perlas.

A la izquierda, un bezoar tratado como una auténtica reliquia; a la derecha, el bezoar hallado en un corzo. © J. A.

La dieta es un factor determinante. Cuando un animal consume alimentos ricos en calcio y fósforo pero bajos en fibra y magnesio, se puede alterar el pH del rumen, favoreciendo la formación de cálculos de fosfato de calcio. Estos cálculos actúan como núcleos que van atrayendo otros residuos hasta formar estas peculiares piedras.

Su tonalidad, forma y densidad varían, y aunque su origen es natural y biológico, muchas culturas les han atribuido propiedades mágicas o medicinales. En la Europa medieval, por ejemplo, se utilizaban como antídoto contra venenos y en el mundo árabe se les consideraba objetos curativos desde el siglo VIII.

El sorprendente hallazgo en un corzo

Uno de los casos más llamativos documentados en nuestro país lo protagoniza un corzo viejo cazado en una remota zona del Prepirineo catalán. El animal presentaba signos de edad avanzada y un trofeo cubierto de borra. Al moverlo tras el disparo para realizar las fotografías, los cazadores observaron una piedra oscura que asomaba por la herida: era una piedra bezoar.

El hallazgo fue analizado en su día por el experto en corzo Pablo Ortega, quien lo calificó como el primer caso conocido de este tipo de formación en la especie. La pieza fue considerada de enorme rareza y despertó el interés de numerosos aficionados a la taxidermia y el coleccionismo.

Comparativa del tamaño de una piedra bezoar extraída de un corzo con una moneda. © J. A.

Otro caso: un viejo sarrio de Los Pirineos

No es el único hallazgo que ha salido a la luz. En 2022, el cazador Omar Ceballos compartió en sus redes sociales el resultado de una jornada inolvidable: había cazado un sarrio de veinte años en Los Pirineos que escondía también una piedra bezoar en su interior. El hecho de que el animal tuviera esa longevidad pudo haber sido determinante en la formación de la pieza.

Los casos, aunque aislados, apuntan a una posibilidad poco explorada: que muchos cazadores hayan tenido entre sus manos una de estas piedras sin saberlo. Para descubrirlas, sería necesario examinar detenidamente el contenido estomacal de animales de edad avanzada abatidos en zonas de alta montaña.

Un objeto de deseo con siglos de leyenda

El término bezoar proviene del persa antiguo y significa «antídoto». Se creía que estas piedras protegían contra el mal y podían cambiar el estado anímico de quien las portaba. A lo largo de los siglos han sido protagonistas de obras literarias, como las de Oscar Wilde, y hasta de películas modernas como Harry Potter.

Hoy, algunas de estas piedras —especialmente las procedentes de ganado vacuno— se cotizan en el mercado por unos 300 euros los 100 gramos. Pero su valor simbólico y su rareza natural las hacen aún más valiosas para quien las descubre en un animal silvestre. En ese caso, el trofeo trasciende lo físico y se convierte en una pieza única de historia, biología y leyenda.

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