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Es peor el remedio que la enfermedad – El Blog de Juan Beltrán

Jilguero. © Shutterstock

La sociedad del momento y quienes dicen gobernarla, han instaurado la fea costumbre de hacer pagar a justos por pecadores con sus comentarios, propuesta y decisiones. No sé si será una cuestión de incompetencia o de mala leche lo que les lleva a adoptar medidas y dictaminar normas que, en pro de una supuesta protección de los derechos de unos, limitan o cercenan los derechos de otros. Tiran por la calle de enmedio sin plantearse si aquello que pretenden proteger necesita de una u otra medida, optando por la prohibición sin valorar cuál será el resultado. Haciendo bueno aquello de “muerto el perro, se acabo la rabia”.
El caso del silvestrismo, como otros -lobo, buitres, parques naturales…-, es un ejemplo de cómo actúan quienes nos “gobiernan” y sus palmeros.

El silvestrismo en España es una historia de traiciones

Nuestros gobiernos han traicionado a esta modalidad ancestral uno tras otro, y han permitido su prohibición. Han traicionado al colectivo y a una práctica que forma, como tantas otras, parte de nuestras costumbres y cultura. Se han negado a defender al silvestrismo ante Europa, haciendo caso omiso a los informes técnicos y científicos que dictaminan la no viabilidad de la cría en cautividad y avalan su práctica por la inocua incidencia de las extracciones en las poblaciones silvestres.

También han traicionado a la modalidad la gran mayoría de los gobiernos autonómicos -sálvese Andalucía y Madrid- que decidieron dejarla morir abandonando la lucha ante los gobiernos central y europeo.
No sirve como escusa el desconocimiento de la actividad o su falta de regulación y control. ¡Ya no! El silvestrismo es la actividad más regulada y controlada de cuantas se realizan en la naturaleza. Tanto los capturadores, las artes, los lugares de captura, las aves y su tenencia están sometidos a una estricta legislación y control. Nadie puede poseer un ave fringílida sin estar autorizado y controlado. Nadie puede capturar sin que se sepa al instante el día y el lugar exacto donde lo hace. ¡Nadie!

Aquellas federaciones, organizaciones o entidades que simplemente se limitan a ver los toros desde la barrera; eso sí, cumpliendo con el mínimo de expresar su apoyo públicamente y aportar algunos cuartos a la lucha, han traicionado también a sus silvestristas. Si miramos las redes sociales o las páginas web de todas ellas, podremos ver quién mantiene una presión constante y permanente para su defensa.

Pero la traición más dolorosa es la de una parte del colectivo -como en todos hay ovejas negras- hacia sus compañeros y la modalidad, pues a sabiendas de que el argumento más importante para defender las capturas es la no viabilidad de la cría en cautividad, demostrada con estudios científicos que nuestro gobierno no quiere aceptar, mantiene y publica que tal cría si es posible. ¡Mentira! Esos pájaros criados supuestamente en “cautividad” provienen del medio natural a través del saqueo de sus nidos.

Los que tratan al silvestrimo como una actividad que pone en riesgo la supervivencia de las aves fringílidas, esa banda de vividores salvadores del mundo y de la naturaleza, junto con unos políticos vendidos a las doctrinas animalistas, han de saber que, sin ninguna duda, es peor el remedio que la enfermedad.
Han sido las peñas silvestristas federadas, adscritas mayoritariamente a sociedades de cazadores, las que con sus aportaciones han mantenido y garantizado el buen ejercicio de la actividad, evitando, en gran medida, el furtivismo. Han sido las peñas silvestristas junto con sus federaciones las que han llevado un estricto control de las salidas, capturas, anillamientos, sueltas…; incluso tomando, por su cuenta, decisiones para la protección de las poblaciones cuando han sido necesarias.

¿Qué acarrea la prohibición de la modalidad?

La desaparición de las peñas silvestristas y por tanto el control y la vigilancia que ejercían sobre la actividad. -Esto no será un problema, pues la vigilancia la realizarán los Agentes Forestales y de Medio Ambiente con ese “derroche” de medios y personal que tienen y su exhaustivo conocimiento del territorio-.  
No habrá que realizar un mapa de parajes, sellar y firmar las salidas diariamente, controlar el anillamiento y las sueltas, rellenar formularios y partes de capturas o realizar declaraciones responsables… ¡Jolín qué descanso! Incluso la guardería privada podrá descansar de la labor que venían haciendo.
Se pretende, por parte de los al principio citados vividores y políticos, ¡qué listos!, sustituir las capturas en el medio natural por la cría en cautividad. No es posible, así lo han dicho los expertos.

¿Se evitarán las capturas?

Se seguirá capturando indiscriminadamente sin que nadie ejerza una vigilancia efectiva sobre el terreno y aparecerá, irremediablemente, un mercado negro amplio y fuerte al que no podremos hacer frente. Emergerán -ya está ocurriendo- métodos ilegales y no selectivos dificilísimos de vigilar que habían desaparecido. Y el saqueo de nidos será la solución a la prohibición de las capturas, figurando tal como la legal “cría en cautividad”.
Y si, desaparecerán esas cifras oficiales de capturas que tanto avergüenzan a los susodichos vividores y políticos ante sus colegas europeos -no sé si les avergüenza de igual manera las cifras del paro en España- y subirán las cifras en B, pero claro… “ojos que no ven, europeo que no se entera”. Y aparecerán grandes titulares cuando, más por suerte que por otra cosa, se sorprenda a algún furtivo o se desarticule alguna red de tráfico de pajaritos. Pero esto no podrá sustituir la vigilancia y el control que las peñas y los 40.000 ojos de los propios silvestristas han venido realizando permanentemente.

¡Es indignante que cuando la defensa de los derechos de las minorías es más activa que nunca, sea, en este caso, la escusa para abandonar al colectivo silvestrista!

La prohibición del silvestrismo conseguirá que paguen justos por pecadores y que muchos silvestristas horados abandonen la actividad, otros, se “echaran al monte”. Pero conseguirá algo mucho más denigrante: la desaparición de una actividad que forma parte de nuestra cultura y costumbres, la pérdida del trabajo de conservación de aquellos que aman y cuidan esta práctica.

Yo no soy silvestrista, aún cuando siendo un niño el silvestrismo fue mi primer contacto con lo en aquel momento se podría llamar “caza”, pero he vivido el cambio brutal que esta actividad ha experimentado en los casi cincuenta años que llevo conociéndola profundamente, y digo: «En la actualidad, la práctica regulada y honrada del silvestrismo es una garantía para la conservación de las poblaciones de aves fringílidas.  Su prohibición es hipocresía, demagogia y furtivismo». 

       
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