Fue el pasado 17 de febrero cuando, durante una montería en la Sierra de los Golondrinos, en Herrera del Duque, en la provincia de Badajoz, este cazador tuvo el privilegio de vivir una jornada de caza que nunca olvidará. Su nombre es Miguel Ángel Calero.
Tal y como ha contado el propio cazador al equipo de Jara y Sedal, era la última montería de la temporada del coto social de Herrera. En primer lugar y «como toda montería», acudieron a la sede para realizar el sorteo «con las típicas migas». En el momento de recoger el sobre con el puesto, su padre y él decidieron que lo recogiera un amigo que suele darles suerte en ese aspecto.
Una vez en el monte, el puesto que les había tocado les convenció puesto que tenía «buen paso para los cochinos». Sin embargo, en ningún momento imaginaban lo que iban a vivir durante esa mañana.
Así transcurrió el primer lance
La montería dio comienzo «algo tranquila y con algún disparo que otro». «De primeras nos pasó un vareto que dejamos pasar ya que es algo que no se puede cazar y respetamos mucho», ha contado. A partir de ese momento, «todo se volvió más alegre».
En torno a las 13:00 horas entró el primer «jabalí solitario, sin perros y sin hacer ningún ruido». Al darse cuenta, el padre esperó «paciente a que saliera al camino para tener mejor tiro y realizó dos disparos, acertando ambos y abatiendo al jabalí, sin saber que se trataba de un buen ejemplar», ha recordado Miguel Ángel.
Capturan dos jabalíes en la montería de un pueblo de Badajoz
Unos 20 minutos después de esto comenzaron a escuchar una ladra con dos perros cerca de su posición. «A los dos minutos apareció semejante ejemplar, esta vez por la parte de arriba sin yo apreciar lo que se venía», ha continuado el cazador. Fue ahí donde empezó el lance de Miguel Ángel.
Llevó a cabo la misma operación que su padre. «Cogí aire y, con calma, esperé a que saliera a la pista para tener mejor tiro y posición. Según entró al camino, tiré el primer disparo y no le di. En el segundo, ya pasado el camino, tiré otro entre los pinos y ahí ya si le alcancé, pero siguió su paso», ha detallado el cazador.
Padre e hija disfrutan de un puesto de montería de ensueño y cobran en el último minuto dos jabalíes y un ciervo
El último disparo fue certero. La gran sorpresa se la llevaron cuando fueron a ver el ejemplar que acababa de abatir. «No nos lo podíamos creer», ha confesado. «Mirándonos y saltando de alegría nos dimos un abrazo pensando en la hazaña que acabábamos de hacer. Un trofeo que pocos pueden tener y lo teníamos nosotros en nuestras manos», asegura Miguel Ángel.
Se trata de una historia que ninguno de los dos podrá olvidar, teniendo en cuenta que fue su padre quien le enseñó a Miguel Ángel esa afición por la caza y que siempre comparte con él. «No hay mejor compañero», ha destacado.
La mejor historia de caza opta a un visor de punto rojo Aimpont
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