Escribió Alejandro Jodorowsky que los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad. Y estoy convencido de que, sin pretenderlo, con esa frase trazó una metáfora perfecta de lo que actualmente sucede a esas religiones que creen que hacer algo tan natural para nuestra especie como cazar es pecado. La mayor parte de nuestra sociedad vive en un zoo que nada tiene que ver con el entorno salvaje y natural en el que la vida fluye de manera espontánea.
Las ciudades hormigonadas fabrican vergeles verdes en los que no hay lugar para el azar de lo natural ni las malas hierbas que arañan o se clavan: los parques se llenan de árboles y arbustos de calculado crecimiento y posición, a menudo con especies vegetales que nada tienen que ver con la flora autóctona. Una flora autóctona que, posiblemente, sería incapaz de sobrevivir en un entorno tan contaminado y artificial como el de la urbe.
Las fuentes de agua tratan de recordar a los veneros por los que mana la vida en nuestros campos, con ese hipnótico sonido que produce al abrirse paso hacia el río. Pero su camino no está sujeto al azar ni al capricho de la tierra, sino que es dirigido por la mano humana que conecta el líquido elemento a un tramposo motor que la empuja.
En la ciudad hay poca fauna y se aniquila aquella que resulta molesta o desagradable. Las palomas y los estorninos son seres indeseables a los que desear la muerte para aquellos que después aplauden que se prohíba la caza del lobo en los pueblos. Un lobo que no vive en las calles de sus ciudades porque prefiere estar en la naturaleza de verdad antes que un zoo, pero que si lo hiciera, si decidiese pisar la brea urbana y alimentarse de los perros del pipicán como lo hace con los de caza o de ganado, no sobreviviría ni un día.
A veces, en el silencio del campo, reflexiono sobre ello. Sobre la enorme distancia que hay entre la vida en la naturaleza y el artificio de la ciudad. Y sobre cómo una mayoría ignorante y falta de contacto con esa otra realidad a menudo aplasta a los que todavía prefieren seguir viviendo en un entorno natural, lejos de las ficciones urbanitas. A esos indígenas que no tienen miedo a los lobos del campo, sino a los de ciudad.