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El latigazo verde (greenlash), o cómo el ecologismo político empieza a hartar a los europeos

Greta Thunberg. © Shutterstock

En inglés se llama greenlash. En español se podría traducir como ‘el latigazo verde’. Se trata de un concepto poco utilizado en esos mismos medios generalistas que banalizan el término de ultraderecha y se lo cuelgan a todos aquellos que piensan diferente o que, simplemente, piensan. Por eso, quizá muchos de ustedes no lo conozcan. Pero es una realidad, y su chasquido se escuchó alto y claro el pasado 9 de junio en las elecciones europeas.

¿Cuál es su significado? El greenlash es el rechazo a las políticas ecologistas y a los partidos verdes. Nacido en el mundo rural que sufre el castigo de las leyes que emanan de Bruselas, este fenómeno cada vez encuentra apoyo en más ciudadanos europeos, hartos de imposiciones, limitaciones y agendas 2030. Y ese apoyo implica dar la espalda a los ecologistas en las urnas. Por eso, en el Parlamento Europeo el grupo Los Verdes/ Alianza Libre Europea (ALE) ha pasado de ser la cuarta fuerza política a la sexta. Esto ha hecho que pierdan casi un tercio de sus eurodiputados –de 74 a 52–. 

Es hora de escuchar más a las gentes del campo y menos a ese lobby ecologista que confunde el Parlamento Europeo con una infinita máquina de hacer billetes para sostener sus chiringuitos.

Si en 2019 alcanzaban unos resultados históricos con el esperpento de Greta Thunberg en su máximo apogeo, esta vez los ciudadanos los han relegado a la sexta posición en un contexto en el que el campo –cazadores, agricultores y ganaderos– han tomado las calles en países de toda Europa alzando la voz contra su Pacto Verde Europeo y otras normas prohibicionistas. No sólo eso, las principales formaciones contrarias a las políticas ecologistas han recibido más apoyo que nunca de la ciudadanía.

Estamos, por tanto, ante una nueva etapa en la que el Parlamento Europeo tiene la oportunidad de recortar la abismal distancia que lo separa de nuestro campo y de nuestras gentes haciendo políticas consensuadas con los actores rurales, en lugar de imponer dictados de burócratas urbanitas que han pisado más veces la brea de Bruselas que los barbechos españoles. Es hora de escuchar más a las gentes del campo y menos a ese lobby ecologista que confunde el Parlamento Europeo con una infinita máquina de hacer billetes para sostener sus chiringuitos.

Es, por ejemplo, una gran oportunidad para abordar esa Ley de la Restauración de la Naturaleza que fue aprobada por sorpresa y que puede suponer una gran oportunidad para la caza menor. O una gran amenaza. Por eso es hora, más que nunca, de estar en Europa.

       
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