Fernando Segura es un cazador valenciano que heredó de su padre la afición por la caza mayor. Con tan sólo ocho años ya lo acompañaba en sus jornadas cinegéticas y mostraba gran interés por todo lo relacionado con la fauna y su gestión. Recuerda a Jara y Sedal que, cuando se sacó el permiso de armas, empezó con una escopeta paralela, y si bien a día de hoy cuenta con varios rifles y sofisticados visores, guarda aquel arma con un cariño especial.
Su pasión son las esperas de jabalí y lleva años practicándolas en el coto social de su pueblo. Segura cuenta con jabalíes de todos los tamaños en su haber y también con grandes trofeos, sin embargo, llevaba semanas observando el que creía que sería «el jabalí de su vida».
El animal solía salir muchas noches en torno a las diez y media de la noche y curiosamente nunca lo hacía solo, siempre andaba rodeado de una piara de hembras y ejemplares jóvenes. El pasado viernes, decidió probar suerte e ir a esperarlo a un campo de almendros, pero no aparecía.
Fernando no estaba dispuesto a tirar la toalla y fue observando cada rincón de la plantación. A 800 metros divisó una piara de hembras con crías y se dio cuenta de que un gran bulto iba tras ellas. Era él, estaba seguro.
El lance de su vida y un cobro emocionante
Con mucha pericia esperó a ver qué dirección tomaban los cochinos para trazar su entrada, consiguiendo quedarse a escasos 240 metros de distancia. «Sentía el aire en la nuca y sabía que no podía arriesgar más».
Encaró rápido pero sigiloso su nuevo Savage en calibre .300 Winchester Magnum y accionó el gatillo. La detonación rompió el silencio de la noche y temblando comprobó que el suido había quedado seco. El cazador no daba crédito: «Los tengo cobrados grandes, pero uno así nunca. No sabía si reír o llorar», asegura Fernando. Para colmo, estrenaba rifle, nunca antes había cazado con el Savage. Desde ese día para él sería su arma de la suerte.
Una vez asimilado lo que acababa de ocurrir, se apresuró para llegar al animal. Cuando lo tuvo delante, la emoción fue aún mayor. El tamaño imponía, pero lo verdaderamente llamativo fueron sus largos colmillos y las imponentes dimensiones de sus amoladeras.
Aquel verraco no sólo era su mejor trofeo hasta la fecha sino también el regalo de su 47 cumpleaños que había celebrado tan sólo dos días atrás.