Con la llegada del otoño, los erizos que protegen las castañas comienzan a caer de los árboles, marcando el inicio de una de las tradiciones más arraigadas en muchos pueblos de montaña. La recolección, que se extiende hasta bien entrado el invierno, convierte los castañares en un paisaje vivo, con suelos cubiertos de hojas y el característico crujido de los erizos al abrirse.
Antes de lanzarse a recogerlas, los expertos recomiendan tener en cuenta un detalle básico: no se deben recolectar castañas en terrenos de propiedad privada. Muchos bosques pertenecen a particulares o comunidades locales, por lo que es importante respetar los derechos de los propietarios y disfrutar del paseo sin invadir fincas ajenas.
Una vez en casa, el tratamiento que se les dé marcará la diferencia entre unas castañas sabrosas y otras que se echen a perder en pocos días.
Conservarlas en buen estado durante más tiempo
Las castañas deben almacenarse en un lugar seco y fresco, preferiblemente con buena ventilación. Si se guardan en recipientes cerrados o con humedad, acabarán pudriéndose. Un truco eficaz es mantenerlas en una cesta o una bolsa de tela, nunca en plástico.
En la nevera pueden conservarse hasta un mes sin perder calidad, y si se congelan, tanto crudas como cocidas, su vida útil se alarga considerablemente. En este caso, basta con escaldarlas antes para que su textura no se altere al descongelarlas.
A la hora de cocinarlas, conviene elegir piezas de tamaño similar, ya que eso facilitará una cocción uniforme. Y algo esencial: siempre hay que hacerles un pequeño corte antes de meterlas al horno o al microondas para evitar que exploten con el calor.
Un fruto energético y saludable
Las castañas destacan por su alto contenido en hidratos de carbono complejos y su bajo aporte calórico, lo que las convierte en un alimento ideal para los meses fríos. Contienen, de media, un 44% de hidratos, un 1,6% de proteínas y apenas un 1,2% de grasa. Además, son ricas en potasio y fibra, lo que ayuda a mantener la energía y la digestión.
Su versatilidad en la cocina también es notable: pueden comerse crudas, cocidas o asadas, acompañar guisos o convertirse en harina para repostería. No en vano, en zonas como la Sierra de Aracena (Huelva) o el Valle del Genal (Málaga), su cultivo sigue siendo un pilar de la economía rural, pese a las dificultades que suponen plagas como la de la avispilla del castaño.
Disfrutar de una buena tanda de castañas asadas es, además de un placer gastronómico, una forma de mantener viva una costumbre que cada otoño vuelve a reunir a familias enteras junto al fuego.
